Sophia, de la pobreza al brillo

MILAN (Corriere della Sera).- "No es fácil ser la ex mujer de Romano Mussolini, la hermana de Sophia Loren, la madre de Alessandra Mussolini... Puedo decir que he sido testigo de tantas vidas, de tantas aventuras, de tantas desgracias y de tantísimos éxitos. He escrito un libro para contar la historia de mi familia, más bien de mis familias. Y he comenzado desde los momentos más terribles, desde los últimos días de la ocupación alemana. En Pozzuoli todo se había derrumbado, no teníamos para comer ni para beber, mi madre recogía el agua de lluvia en las calles, la filtraba lo mejor que podía y nos la daba así, sin siquiera hervirla, porque no había carbón ni leña para encender el fuego."

Maria Scicolone es una hermosa mujer de 65 años, tiene un rostro fresco, pero todavía no logra dominar su timidez. Habla de su manuscrito (que aún no ha sido publicado) y se advierte la emoción de quien sabe que todavía debe superar un examen.

Hermana menor de Sophia (nacida en 1934), Maria no fue reconocida inmediatamente por su padre, Riccardo Scicolone, un romano semiaristocrático que luego se casó con otra mujer. Maria tomó entonces el apellido de su madre, Romilda Villani. "Mi madre tenía una debilidad por Mussolini, como tantas mujeres de la época y de aquella generación. Cuando supo que el Duce debía venir a Nápoles, en mayo de 1938, con un tal Hitler (de quien mi madre ignoraba aun la existencia), embarazada de nueve meses, tomó el tren de Pozzuoli a Nápoles. Lo vio y se desmayó de la emoción. Entonces nací yo... ¿Quién podría haber imaginado en ese momento que un día yo me casaría con un hijo de aquel Mussolini?"

Romilda era una madre con carácter, un carabiniere , como le decían quienes la conocían. Pianista y actriz frustrada (había ganado un concurso de la Metro Goldwin Mayer como sosías de Greta Garbo, pero sus padres no le permitieron que viajara a los Estados Unidos), luchó con uñas y dientes para tomarse revancha.

Y la gran esperanza de Romilda estaba puesta en Sophia, la primogénita bellísima, de piernas largas, perfil noble, mirada altiva. Madre e hija viajaron a Roma a buscar fortuna. Maria, en un primer momento, se quedó en Pozzuoli. Enfermó de tifus, se recuperó y, finalmente, conquistó también ella el derecho de tomar el tren a la capital.

En Cinecittˆ el director Mervin LeRoy estaba filmando "Quo vadis", con Peter Ustinov, Robert Taylor y Deborah Kerr. "Mi madre -cuenta Maria Scicolone- con la valija en la mano superó el cordón de guardias, se presentó ante el director y le dijo: "Inglés no hablamos, pero nos morimos de hambre..." Las tomaron a ambas, a mamá y a Sophia, como extras."

Romilda y Sophia iban todos los días a Cinecittˆ, a la mañana temprano, después de abandonar la pequeña cama de una plaza que madre e hijas compartían en una habitación de alquiler, y la pequeña Maria se quedaba sola y abandonada. El recuerdo de aquellos días es una de las partes más dolorosas de la autobiografía de Maria y es también un valioso testimonio de cómo era Roma a comienzos de los años cincuenta: una ciudad donde las grandes fortunas podían nacer de un encuentro casual, de un acto de audacia, de la suerte de estar en el lugar indicado en el momento justo.

Un día Romilda, a la salida de un estudio, vio a Totó y se puso a gritar en napolitano. El reconoció el dialecto, le ordenó al chofer que se detuviera y le regaló cien mil liras -una pequeña fortuna- a Sophia Loren. "Con ese dinero comimos regularmente por primera vez -escribe Maria- y nos buscamos una casa." Los fettuccine de Totó duraron algunos meses, después recomenzaron los ayunos. Sophia, que entonces se llamaba Sofia Lazzaro, a la espera del gran cine, se volcó a su trabajo como actriz de fotonovelas; conoció a Carlo Ponti, el hombre de su vida, que un día le preguntó: "Señorita, ¿quiere sentarse a mi mesa?", y finalmente, entrando por la puerta grande, comenzó su larga carrera de actriz cinematográfica.

Maria acompañó a su hermana por todo el mundo. Fue testigo de la debilidad de Sophia por Cary Grant (al que describe como un maniático del training, del yoga y del psicoanálisis, y de quien fue amiga durante mucho tiempo). Frecuentó los grandes hoteles internacionales, pero sentía todavía el sabor del hambre y, cándidamente, lo confesaba.

En 1958, en un hotel de Rocca di Papa, conoció por azar a Romano Mussolini, que la cortejó durante cuatro años y se casó con ella en Predappio el 3 de marzo de 1962. Ese día él llegó tarde a la boda. Ella lo amaba, lo perdonaba, lo esperaba; soportaba sus traiciones por amor a sus hijas, Alessandra y Elisabetta. Finalmente no aguantó más y lo dejó. Maria Mussolini, con el peso de un apellido que la crucificabaen los diarios, aun cuando ella hubiera querido llorar en paz, terminó internada en una clínica para recuperarse de una crisis nerviosa. Fue precisamente allí donde conoció a su segundo marido, el médico iraní Majid Tamiz (hoy, director de un hospital en Roma), "el primer hombre que se ha ocupado de mí, que me ha hecho conocer el verdadero amor", según confiesa Maria.

Los recuerdos de esta testigo privilegiada del pasado italiano atraviesan seis décadas. Su autobiografía es una crónica sincera y simple de emociones personales, que van desde las fiestas de Hollywood y la cena con Michael Jackson ("vino a mi casa con Sophia y me pidió permiso para saltar sobre las camas") hasta la elección de su hija Alessandra Mussolini como diputada ("yo tenía miedo de que no llegara a sacar dos mil votos y obtuvo cincuenta y siete mil") y la dificilísima relación con una madre autoritaria, relación de la que se habla en todos los capítulos de la historia, al igual que de su amor por Sofia. "No es fácil ser su hermana. Ella es famosa en el mundo entero, su vida es conocida hasta en los mínimos detalles. Pocos saben, sin embargo, de su pesimismo, de su silenciosa melancolía. Cuando estamos juntas, soy yo quien debe animarla, alentarla. Ella siempre tiene miedo de que las cosas salgan mal... En cambio, yo soy una optimista." Como lo explica el título provisorio que Maria le ha dado al texto: "Valió la pena".

Por Barbara Palombelli

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