
Un heroico asesino honesto
Riiicardo / Texto, dirección, diseño de luces y escenografía: Norman Briski / Intérpretes: Sergio Barattucci y Laura Gargiulo / Vestuario: Giselle Grieco Pesce / Músicos: Germán Cunese, Luciano Andrés Pereyra, Pedro Gelardi y Emiliano Virasoro / Asistente de dirección: Fernanda Martínez / Sala: Calibán, México 1428 PB 5 / Funciones: domingo, a las 18 / Duración: 85 minutos / Nuestra opinión: excelente.
Hay que tocar timbre y pasar un largo pasillo para llegar al Teatro Calibán. Después, todavía resta subir una escalera para dar con la sala de Riiicardo, la "versión libertaria" que Norman Briski ha escrito y dirigido en respuesta al Ricardo III de Shakespeare. La expectativa de ver la nueva creación de una leyenda viviente del teatro argentino carga el ambiente de una energía particular, anticipa un fenómeno estético que no deja inalterado al espectador.
Riiicardo establece rápido que no tendrá un centro claro para armar un sentido único. La constante movilidad de su soberbio trabajo lumínico, escenográfico y de objetos interpela por varios frentes y obliga, desde su composición espacial, a contemplar activamente. Hay una columna tirada que se erige y viaja por el escenario, flechas voladoras, una espada enorme con luz en la punta, Riiicardo atraviesa paredes, en fin, todo un arsenal de recursos teatrales al servicio de un espacio escénico que funciona como caja de sorpresas. Riiicardo es una obra de embriagante vitalidad en la que todo puede pasar y donde nada durará mucho. Es una puesta que asume riesgos: el concreto riesgo físico de sus intérpretes que se suma al riesgo intelectual de la propuesta.
Briski no enfatiza los lugares más sintomáticos del Ricardo de Shakespeare. No se verá su mítica joroba, no gritará "mi reino por un caballo", nada de eso. La obra responde a una intención revulsiva, que actúa desde los bordes de lo teatral para luchar contra las formas de representación "respetuosas" a Shakespeare. El Riiicardo que compone Sergio Barattucci parece tener la guerra dentro, ser él mismo una personificación de ella. Para dar cuenta de esto, no ha buscado el furor exaltado sino que trabaja a partir de una interioridad anestesiada. Lo siniestro de su personaje es un deseo infinito de muerte que no está construido como monstruoso. Por eso, el personaje cae bien, tiene momentos expansivos con orquesta, bailes, canciones, pero también momentos íntimos y conmovedores cuando, por caso, envuelto en una alfombra recuerda a su hijita. El discurso, de gran vuelo poético, da acceso al flujo de una conciencia que entiende los condicionamientos económicos, las intrigas palaciegas, los motivos que lo elevarán y destruirán pero que no los cuestiona. Simplemente desea jugar una y otra vez al juego de la guerra. Ahí sí, para él todo es risa y gozo. Su figura deviene el revés perfecto de los discursos bellos que esconden situaciones terribles. Ante tanta hipocresía, que hace un eco claro con el presente, Riiicardo no disimula y esa es su virtud, se reivindica como un "asesino honesto". Todos los personajes secundarios parecen creados por la subjetividad del protagonista, están en otro tono, algo que también pasa en la versión de Shakespeare.
La máquina de guerra que Riiicardo encarna tiene su correlato en la puesta. Briski gusta de mostrar artificios, pone en primer plano los muchos hilos que se mueven para conseguir efectos. Eso hace también al encanto de una pieza que vuelve cómplices a los espectadores y reivindica allí un sentido ritual. Riiicardo es una clase magistral de teatro, un banquete compartido que toma un discurso canónico y lo da vuelta. No como mera diatriba sino desde el ánimo de la polémica, de mostrar fisuras, de discutir lo dado, de dar a cada sentido su fiesta de cambio y resurrección.
Hay una enorme oferta de teatro en lBuenos Aires, pero es difícil encontrar propuestas como la de Briski. Vale la pena tocar el timbre, cruzar el pasillo y subir la escalera.




