Una mirada entre lo visible y lo invisible
YO NO DUERMO LA SIESTA / Dramaturgia y dirección: Paula Marull / Elenco: Agustina Cabo, Sandra Grandinetti, María Marull, Marcelo Pozzi, William Prociuk y Micaela Vilanova / Escenografía: José Escobar y Alicia Leloutre / Luces: Matías Sendón / Vestuario: Jam Monti / Coreografía: Silvia Gómez Giusto / Sala: Espacio Callejón / Funciones: miércoles, a las 21 / Duración: 70 minutos.
Nuestra Opinión: Buena
¿Cómo puede o debe interpretarse este título que pone en primer plano tanto a un sujeto, yo, como a un acto: la siesta? Todos aquellos que provenimos del universo provincial sabemos que esa frase, "yo no duermo la siesta", consiste en todo un acto de afirmación por la negativa: no dormir la siesta, en ciertos ámbitos, es como no terminar de pertenecer a ese ámbito; ser un otro, un diferente. Pero también hay en el no dormir la siesta otra significación: es el momento de la magia, el estar despierto mientras el adulto duerme, es el momento de vigilia sin ley.
Es desde allí que esta obra, que fue leída como una obra teatral sobre el universo de la infancia, va mucho más allá de esto. En realidad es un espectáculo que alude directamente a la teatralidad, entendiendo por tal cosa la organización de lo visible y de la mirada. Incluso podría decirse que Marull realiza un espectáculo en el que más que hablar de la infancia alude a ciertos mecanismos de supervivencia a los que el niño, convertido en adulto, podrá recurrir para sobrevivir a lo que toque en suerte. Es así como lo primero que hace el espectáculo es distribuir un mapa completo de visualidad. El espacio, diseñado magistralmente por Alicia Leloutre y José Escobar, nos ubica en una casa de provincia en donde poco importa el "verosímil arquitectónico", ya que todo allí estará dispuesto para la mirada (aunque luego las actuaciones nos ubiquen extrañamente en un verosímil realista). Como en aquellos sets televisivos que permiten que la cámara atraviese paredes para llevarnos de un cuarto al otro, el espacio escénico apaisado permitirá a los personajes moverse de un lugar a otro de la casa casi sin ocultamiento (un patio, una dependencia de servicio, una cocina-comedor, un living y un porche). Esta disposición de la mirada tendrá una función central en lo que respecta al pensamiento estético de este espectáculo: una mirada dicotómica entre lo visible y lo no visible, lo que se muestra y lo que se esconde. Todo lo que está en la escena podrá adquirir carácter de juego, incluso la enfermedad de un tío muy bien interpretado por Marcelo Pozzi. En el centro de la acción hay dos niñas (Agustina Cabo y Micaela Vilanova) amigas. Una de ellas, la dueña de casa; la otra, refugiada allí mientras en el "fuera de campo" su madre agoniza. Esta niña, la huésped, que quiere regresar a su casa pero se sabe expulsada provisoriamente de allí, será el nexo por el que Marull construya la angustia por lo excluido. Se protege al niño del dolor pero es precisamente ese carácter de ocultamiento, de velo, lo que vuelve todavía más protagónico aquello que se corre. Es más, todo lo que ocurre en el fuera de campo se vuelve más relevante: un ex novio que recorre la calle haciendo ruido con su vehículo y otros sonidos que vienen del afuera construyen el sentido de lo que ocurre allí afuera, que es un remedo casi expresionista de lo que ocurre en el adentro.
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