Una pareja despareja en el Colón
"Cavalleria rusticana", de Pietro Mascagni. Elenco: Galina Gorchakova (Santuzza), Ignacio Encinas (Turiddu), Vassily Gerello (Alfio), Evelina Iacattuni (Lucia) y Alejandra Malvino (Lola). "I pagliacci", de Ruggero Leoncavallo. Elenco: Gegam Grigorian (Canio-payaso), Krassimira Stoyanova (Nedda-Colombina), Gerello (Tonio-Taddeo), Eduardo Ayas (Beppe-Arlequín) y Rodrigo Esteves (Silvio). Régie, escenografía e iluminación: Roberto Oswald. Vestuario: Aníbal Lápiz. Orquesta y Coro Estables y Coro de Niños del Teatro Colón. Dirección general: Enrique Ricci. Función de Gran Abono, Teatro Colón. Nuestra opinión: Buena .
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Después del largo silencio, de las dudas que suscitan los conflictos laborales siempre latentes y de la ansiedad acumulada, la temporada lírica comenzó, por fin, con las dos óperas emblemáticas del verismo italiano. Hacía ocho años que estas hermanas de escenario, ni mellizas ni, mucho menos, gemelas, no hacían su aparición en el escenario del Colón. Si bien para muchos puede haber sido un tiempo extenso, cabe preguntarse también si no sería hora de repensar si algunos de los mitos sagrados de la ópera no van quedando en las programaciones, más por costumbre que por méritos indudables.
Con buen tino, Roberto Oswald señala en el programa de mano que "Cavalleria" y "Pagliacci" se emparientan en lo sanguíneo. Habría que agregar, también, que en cierta pasión vestida de color italiano y, lo más significativo, en una emocionalidad intensa. Pero no son iguales. Las densidades dramáticas, la elaboración de los discursos musicales y el modo de articular la tensión son radicalmente diferentes en una y otra. Y la propuesta escénica de Oswald, según él mismo lo aclara, también es distinta. Lo que no necesariamente debería haberse traducido en una disímil calidad teatral y escénica como la que realmente existió.
Simpleza argumental
"Cavalleria" es una ópera de simplezas llamativas. Un hombre desprecia (y arruina) a su mujer y, a su vez, es muerto por el marido de otra, de la cual él siempre estuvo enamorado. Semejante simpleza argumental, a la cual sólo hay que agregarle condimentos menores y una llamativa reiteración de elementos musicales, van llevando a "Cavalleria", conforme pasan los años, de la categoría del Olimpo operístico a la del melodrama pasional. Si bien es real que esta ópera es el punto de partida del verismo italiano, también debería existir la posibilidad de meditar si, tal vez, no debería ser recordada exclusivamente como una precursora necesaria.
Con su material argumental, no parecería haber demasiado lugar para una puesta que no reitere las ofertas escénicas habituales, con mayores o menores variantes y que no hacen, en definitiva, a cambios esenciales o trascendentes. En este sentido, Oswald no escapa de lo previsible. Además, abunda en grandes escenas de conjunto, un tanto aparatosas, con tendencia a la grandilocuencia, a las muchedumbres prolijamente ordenadas y a marcaciones actorales estereotipadas.
En cambio, "Pagliacci", con recursos compositivos muy superiores a los de Mascagni, plantea dualidades más sutiles, presenta personajes que pueden ser sujetos de distintas lecturas psicológicas y fluctúa sabiamente entre la fantasía y la vida real. Sobre esta base, con creatividad y oficio, Oswald construye una puesta diferente, original, muy dinámica y mucho más atractiva, en la que juega con la confluencia de la ficción y de la realidad, con vestuarios y decorados de distinta filiación temporal, en los que tienen cabida, con naturalidad, los consabidos momentos sentimentales de la ópera italiana.
En ambos elencos hubo actuaciones disímiles. Galina Gorchakova, una soprano estupenda, de cualidades vocales irreprochables, creó una Santuzza dolida e insistente, aunque, tal vez, demasiado medida. En cambio, Ignacio Encinas dejó una imagen poco favorable. Excesivamente enérgico -no tuvo matices su Turiddu, siempre abusando del forte-, un tanto tirante en sus agudos, con poco peso en los graves, con una tendencia exagerada al quiebre lamentoso, con algunos pasajes de afinaciones dudosas y con legatos apenas perceptibles, su participación no generó gran entusiasmo. "Cavalleria" tiene un momento esencial que es el dúo de Santuzza y Turiddu. Gorchakova aportó solvencia y Encinas, potencia. Pero, entre ambos, no se generó ninguna química que pudiera erizar la piel de algún espectador.
Dirección rígida
En "Pagliacci", Gegam Grigorian, un tenor de muy buenas cualidades, tuvo su oportunidad de lucimiento con la celebérrima aria "Vesti la giubba". Sin embargo, debió luchar contra las marcaciones excesivamente rígidas de Ricci al frente de la orquesta, que lo encorsetaron y le impidieron desarrollar con libertad cualquier tipo de expresividad. Ricci se maneja con una gestualidad que llama poderosamente la atención por la severidad, la tensión y la ausencia de ondulaciones. Una de las consecuencias de este tipo de acercamiento musical se percibió en el conocido Intermedio de "Cavalleria", el cual sonó sin ligados expresivos y con marcaciones rítmicas poco apropiadas.
La búlgara Krassimira Stoyanova fue la única cantante que cosechó aplausos espontáneos. Su figura sencilla y juvenil, la seguridad y la afinación demostradas en los pasajes de mayor lirismo le valieron ser la gran receptora de las mayores efusividades de la noche. Sin embargo, fue el barítono Vassily Gerello, el único que actuó en ambas óperas, el que, a fin de cuentas, se mostró como el más destacado de todos. A su voz firme, afinada y de un timbre atractivo, le supo sumar una actuación notable. Su Alfio no fue un pendenciero, como a veces se lo suele representar, sino el carretero enamorado de su trabajo y de su mujer que sabe defender su honor. Y en "Pagliacci" supo construir tres personajes diferentes. En el prólogo, Gerello se mostró histriónico, seguro y profundo, cavilando sobre las intenciones del autor. Su Tonio fue realmente repulsivo, con una voz amplia, lasciva y desagradable. Y como Taddeo, dentro de la comedia del final, fue un payaso querible, ridículo y de movimientos, exactamente, payasescos.
Cumplieron correctamente Alejandra Malvino. Evelina Iacattuni y Eduardo Ayas. Un escalón un poco más arriba, fue una grata sorpresa la presentación del barítono brasileño Rodrigo Esteves, un cantante de voz muy seductora y de una muy segura y atildada presencia escénica.
Abucheos
Cuando Roberto Oswald salió a saludar, al final de la función, la rutina del aplauso se vio sacudida por un abucheo estruendoso, provocado por un pequeño grupo de personas ubicadas en cazuela y paraíso. Independientemente de que se pueda estar de acuerdo o no con las propuestas del régisseur, este tipo de expresión denota una animosidad y una mala educación manifiestas. Oswald es un artista que trabaja de acuerdo con sus propias convicciones y, sólo por esto, es merecedor de la más alta deferencia y del más profundo de los respetos.
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