Celina comenzó a sentir culpa, humillación, tristeza y apatía por lo que decidió retraerse cada vez más. Las tres sesiones que tuvo con un psiquiatra fueron claves para encontrar las razones de esos acontecimientos.
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Cuando Celina Cocimano tenía ocho años sus padres se separaron y a partir de ese momento, cuenta, generó y alimentó la creencia de que su hermana mayor era la preferida de su padre y su hermana gemela la favorita de su mamá. Estaba convencida de que no había ojos para ella.
“A partir de ese momento debí buscar ojos que me miraran y ese fue el objetivo que me puse y comencé a alimentarlo. La necesidad de ser mirada, buscada y querida se convirtió en hambre, en un hambre emocional feroz. Estudiaba al chico más lindo para armarme a su forma y gustarle, quería estar en el equipo de hockey de todos los colegios a los que iba, lo aprendía, me preparaba y así lo conseguía. Quería ser todos los años la elegida para representar a la Reina de la Primavera y también lo alcanzaba”, rememora.
“Ahí comencé a preocuparme, pensé que estaba fallada”
Sin embargo, cuando tenía 17 años, una noche se hizo pis encima en la cama. En ese momento, cuenta, no le dio mucha importancia y lo tomó como un accidente. Sin embargo, ese episodio se repitió al mes siguiente, luego cada 15 días, hasta llegar a ser día por medio. “Ahí comencé a preocuparme, pensé que estaba fallada, que algo se había roto dentro de mí”.
Los padres de Celina decidieron hacer consultas con diferentes pediatras y psiquiatras que la medicaron, pero, dice, nadie encontraba ni el origen y ni mucho menos la solución para esa dificultad que cada día la atormentaba más y le quitaba energía.
Comenzó a retraerse cada vez más
“Empecé a sentir mucha vergüenza, se suponía que era la chica popular, había alcanzado todas mis metas, pero en la intimidad me sentía fallada. Recuerdo que me levantaba mojada, corría a la ducha, me preparaba para ir a la facultad, antes que alguien me viera ponía las sábanas a lavar y el colchón apoyado en la ventana para que se airee. Durante el día, mis actividades me distraían, pero volvía a casa, a mi cuarto, abría la puerta y ahí estaban, por un lado, el colchón en la ventana y a un costado el nylon más una especie de goma que debía poner cada noche sobre mi colchón. Que vergüenza me daba toda esa secuencia”.
La vida social de Celina comenzó a acotarse y a desplomarse, palabra que ella misma utiliza para graficar la manera en que se fue cerrando para evitar exponerse ante esa situación que no le permitía disfrutar de las actividades y las salidas de una adolescente de 17 años.
“En estos momentos de dolor te rompiste y no pudiste recuperarte más”
“Empecé a sentir apatía por la vida, ya no me reía, había perdido el placer por comer. Iba a la facultad y a trabajar, pero luego me refugiaba en mi cuarto, me sentía una mujer apagada, con perfume a pis, sin el brillo que solía tener. Entré de lleno en un trabajo de introspección personal, casi por obligación, la vergüenza que sentía por esas situaciones nocturnas hizo que me retirara de la realidad o, mejor dicho, que enfrentara la realidad que construí”.
A los 19 años a Celina le recomendaron un psiquiatra, que en la primera sesión le pidió que dibujara un árbol con sus raíces. De esa ilustración, que para ella era muy simple, el especialista llegó a dos motivos que marcaron el inicio y aumento de lo que ella considera su hambre emocional: la separación de padres y su primera desilusión amorosa a los 15 años. “Acá te perdiste vos, en estos momentos de dolor te rompiste y no pudiste recuperarte más, ahora vamos a trabajar para encontrarte”, le dijo el psiquiatra.
En la segunda sesión el psiquiatra la llevó a recorrer diferentes momentos de su vida en los que Celina se sentía la “nada misma” y luego a los instantes donde se sentía “alguien”, reforzando estos últimos. “Hacía que me impregnara de esas lindas sensaciones, de esa fuerza, de esa plenitud y de esa alegría que sentía en esos momentos. En la tercera sesión me dijo: `No te voy a medicar porque el remedio a tu cura lo tenés adentro, no necesitás nada del exterior, el remedio es desarrollar tu amor propio, aceptarte y valorarte`”.
Cambios importantes
Al mes de que comenzó las sesiones con este psiquiatra Celina dejó de hacerse pis, pero por sobre todas las cosas dice que esos episodios la acercaron a hacer un giro de 180 grados.
“La patología de la enuresis fue la que me acercó a una de las revelaciones más grandes de mi vida y junto a ella, el eureka de la profesión que realmente quería estudiar. Vergüenza, culpa, humillación, tristeza, apatía, todas esas emociones que vivencié al darme cuenta que había puesto mi valoración personal en el exterior, que no tenía solidez en mi propio territorio. Así fue que comencé a intervenirme para conectar realmente con mi autenticidad, mis fortalezas, mi esencia, mi espíritu libre de amor. Cambié de hambre, de hambre emocional pasé a hambre de superación. Filtré amistades, eventos, dejé mi vida anterior. Volví a sonreír, un brillo nuevo aparecía sobre toda mi persona, conocí nuevas amistades, dejé de aparentar y me sentí libre por primera vez”.
Aceptación y despertar
Una de las decisiones que tomó fue dejar la carrera de Contadora y optó por la Licenciatura en Administración. Además, comenzó a estudiar para ser Terapeuta Emocional. Luego, incorporó el Coaching Ontológico y la Biodescodificación.
“Entendí y acepté la separación de mis padres sin dolor, sabiendo que fue una decisión de mejoría. Y en cuanto a mi corazón, tuve parejas muy sanas que me enseñaron las distintas formas de amar, me hicieron crecer y con casi todos tengo una gran relación de afecto y agradecimiento. Fueron también, parte de las personas que me ayudaron a despertar”.
Su trabajo en el campo emocional
En ese momento, cuenta, sintió la necesidad de compartir su experiencia con otras personas para lo que escribió Despierta, un libro de auto ayuda y reflexión personal. “Empezó siendo un diario íntimo de todo lo que estaba viviendo en mi proceso de introspección, un proceso en detalle de romperse para renacer. También agregué capítulos de utilidad para los lectores, así como ejercicios finales para que uno pueda realizar desde la intimidad de su hogar”, explica.
Hace 16 años que Celina, que actualmente tiene 42, se dedica a trabajar sobre el campo emocional, acompañando a las personas para lograr que “vivan su vida con consciencia emocional, autoestima, valoración personal y, sobre todo, sean seres libres de sentir encontrando siempre el bienestar emocional y sobre todo la lealtad a toda su persona”.
Celina es mamá de Uma (7), su gran compañera de ruta que la ayuda a desafiarse día a día. “Una personita que aumenta el amor y el valor que tengo por la vida y, sobre todo, la importancia de vivir un día a la vez, y que ese día, siempre sea mejor que el ayer”.
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