
En su segunda temporada, disponible en Netflix, Bloodline mantiene el magnetismo con un cóctel de poder, ambición, drogas, locura y muerte.
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Por Marcelo Pavazza
La muerte (una muerte) como principio y final de todo. En Bloodline, Danny, la oveja negra de la familia Reyburn, regresó a los Cayos de Florida, donde está el resort que por décadas regentearon sus padres, para morir. Sucedió en la primera temporada de esta serie original de Netflix que se coló, silenciosa, en medio del mastodóntico suceso de House of Cards y Orange Is the New Black, las que iniciaron de algún modo el fenómeno. El elogio de la crítica fue unánime e inmediato; el público, en cambio, fue conociendo de manera paulatina (con el boca en boca como principal fuente de acercamiento) la saga familiar de poder, ambición, drogas, locura y muerte creada por KZK Productions, hacedores de la magnífica Damages. Hoy ya todos hablan de ella.
Con las disculpas del caso por el dato ofrecido al comienzo de esta nota –aflojemos con el estado de tensión permanente ante la amenaza de spoiler: es sabido que en materia ficcional siempre es más importante el cómo antes que el qué–, hay que afirmar que la primera temporada de Bloodline es ejemplar. Y que, en realidad, ese desenlace se conoce desde el episodio inaugural. Minuto cero que nos mostraba a los patriarcas Rayburn (exactos Sissy Spacek y Sam Shepard) con todo bajo control: tres de sus hijos orbitando en su poderoso círculo (y siendo funcionales a él), el bien ganado respeto de la pequeña comunidad de Islamorada, su negocio turístico establecido y los problemas internos del grupo familiar (con tragedia incluida) momentáneamente domados. Pero llegó Danny a reclamar lo suyo y todo cambió. Su andar cool, su despreocupación, su aparente bonhomía contrastaban con una lascividad latente y un espíritu desafiante que, finalmente, torcieron la balanza para el lado del infortunio. Usando como fachada su recuperado trabajo en el resort, y después de volcar el favor de su madre para sí, Danny optó por el camino del crimen –el tráfico de drogas junto a un socio lumpen y un temible hampón local– y lo pagó con su vida. No solo eso lo llevó a la muerte, claro; contribuyó también su intento de reanimar las aguas negras de aquel pasado familiar incómodo. Es que no todo era paz en la casa de los Rayburn. Sus hermanos (el atildado John, detective de policía; la inconforme Meg, abogada y administradora del negocio familiar; Kevin, aniñado y débil) vieron voltearse el mundo patas arriba con su llegada porque él puso al desnudo tenebrosos secretos, guardados durante mucho tiempo. Así le fue.
Para la segunda temporada, disponible desde el pasado 27 de mayo, al trío de productores (los hermanos Todd y Glenn Kessler, junto a Daniel Zelman) se le presentó el desafío del "después de Danny". Difícil, porque en la arrolladora actuación de Ben Mendelsohn ancló una parte importante del magnetismo de la serie. Integrada de modo orgánico a las demás (con lucimientos especiales en Kyle Chandler, Linda Cardellini y Norbert Leo Butz, como el trío de hermanos), la performance del actor australiano entregó un personaje molesto cuya influencia –más allá de que desde el arranque se supiera que iba a morir– fue definitiva. En la segunda, vuelve solo en flashbacks. Aunque la aparición de Nolan, un veinteañero que dice ser su hijo, funciona como su vivo reflejo –misma traza, igual desfachatez– y también como su espectro maldito, un fantasma que viene a recordarles a los responsables de su muerte que no les será fácil librarse de la culpa. Jugada que en los primeros capítulos parece insuficiente porque nada parece reemplazar el peso del personaje de Mendelsohn, pero que con el correr de la temporada –junto con la entronización de nuevos villanos, relacionados con la vida de Danny anterior al regreso a la casa paterna– sirve para subvertir el concepto de "oveja negra" que aislaba a Danny del grupo familiar. Con su muerte, los roles cambian y el supuesto victimario pasa a ser víctima. Lo explicó muy bien Zelman en la revista Interview: "Cuando se habla de identidades en los miembros de una familia, enseguida se ponen etiquetas. Todas las familias tienen sus demonios, y es conveniente y fácil volcar la responsabilidad en uno de sus miembros, pero nunca es uno solo el culpable". Un rito de pasaje que pone a Bloodline –como a tantas otras series– de cara a la trascendencia o al olvido.
<b>EL REGRESO DEL MÁS DURO</b>
Después de una excelente tercera temporada, vuelve Ray Donovan a la pantalla de HBO. Será el 1 de julio, a las 22. El "arreglador de problemas" que encarna Liev Schreiber últimamente no la tuvo fácil en ningún aspecto: como hermano, debió salvar de la muerte en prisión a su hermano Terry; como padre, soportó el despertar hormonal de su hija adolescente, que intentó comenzar una relación con un profesor; como hijo, se enfrentó a la mafia armenia de Los Ángeles para salvarle las papas a su insoportable padre. Pero acaso lo más difícil fue tener que afrontar demonios que lo perseguían desde la infancia. ¿Habrá salido indemne de todo? Lo sabremos a partir del primero.
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Perdió al amor de su vida y encontró fuerza en el deseo que compartían: “Lo soñamos juntos pero me tocó a mí llevarlo adelante”
3Acudió a un alerta por una perra consumida por la sarna pero unos ojos oscuros que imploraban ayuda cambiaron sus planes: “No lo pude dejar”
4Fue una de las artistas más queridas y 25 años después revelaron sus últimas palabras antes de su trágico final



