En los albores del siglo XX Buenos Aires era un crisol de arquitecturas de estilo academicista que reflejaban la aspiración de parecerse lo máximo posible a París, la meca del buen gusto y el savoir faire para una poderosa aristocracia ganadera que marcó el espíritu de una época de abundancia. Pero cuando la Primera Guerra terminó, de poco las curvas se volvieron rectas y el canon estético viró hacia un ascetismo inesperado, preludio de un movimiento que expresaría el cambio de dirección: el art déco.