El huevo o la gallina. María Rosa nunca supo a ciencia cierta qué fue lo que desató en su vida una serie de hábitos nocivos que la llevaron por el mal camino. Pero lo cierto es que esa tarde entendió que había llegado al límite. Y, aunque no depositó demasiadas expectativas en aquel viaje que estaba por emprender, los cambios fueron rápidos y contundentes.
Criada en Villa María, en la provincia de Córdoba, por sus abuelos paternos y siete tías cariñosas, a los nueve meses había sido arrancada de los brazos de su madre. "La responsable fue una de mis tías... y se lo agradezco. Soy la mayor de cinco hermanos y mi joven madre carecía de todo lo básico. Tanto ella con mis hermanos vivieron demasiadas necesidades de todo tipo, solo sobrevivían. Mi padre, ausente, había sido integrante de Montoneros y tampoco estaba en condiciones de ofrecer ayuda. Aunque las circunstancias no eran las mejores, fui feliz".
Los años pasaron. Los días de María Rosa comenzaron a deshilacharse en plena adolescencia cuando falleció su abuelo y gran maestro. Pasó dos años en situación de calle. "Sin dudas tuve ángeles guardianes ya que nunca viví peligros extremos. Pero desarrollé una personalidad muy fuerte, de otro modo no hubiese podido superarlo. Siempre digo que viví muchas vidas".
Quizás en forma temprana, se convirtió en madre a los 17 años. Pero su hija fue en ese momento un faro que la ayudó a encauzarse. Además formó pareja y sostuvo la relación durante 28 años. El comienzo, como todo en su vida, no fue fácil. "Él era casado, de la comunidad judía conservadora y yo era una transgresora. Con él tuve varios negocios pero las diferencias también se hicieron notables ya que me llevaba 20 años".
Una luz en la oscuridad
La ruptura del vínculo llegó y con ello la insatisfacción fue creciendo. Apareció el juego, quizás como un parche que podía tapar momentáneamente su dolor. "Fue descender a espacios en los que todo parecía un espiral: mentiras, préstamos, robos, engaños, entre otras cosas. El hábito de fumar casi dos atados por día y tomar en exceso venían en combo. Todo eso, además de no poder dormir y tomar cócteles de pastillas para conciliar el sueño, generó un agujero negro que afectaba mi calidad de vida". Pero eso no era todo. En esa época María Rosa trabajaba al frente de un bar en la estación de Gregorio de Laferrere, al oeste del Gran Buenos Aires. Todo era malo por donde se observara. "Por más de 16 años tuve un bar y kiosco 24 horas en una zona muy caliente donde la violencia era moneda corriente y también mi personalidad".
Hasta que una tarde posó su mirada en un volante que estaba pegado en un poste de luz con una propuesta para aprender a respirar. Se anotó. Necesitaba tomar aire fresco. Se estaba ahogando en un mar de malas elecciones y había llegado el momento de salir a flote. "Fue tan contundente mi experiencia que al mes ya había dejado de fumar. Dejé el alcohol y me hice vegetariana. Mi familia no entendía absolutamente nada. Hasta llegaron a pensar que me había metido en una secta".
Convencida de que ese era el camino que debía recorrer, a los ocho meses no dudó en viajar a Berlín, en Alemania, por los 30 años de la Fundación. "Ese viaje significó un antes y después en este camino. Volví con la intención de seguir avanzando y con el tiempo todo fue decantando en un estilo de vida totalmente diferente".
El milagro en la tragedia de Once
Vendió todas sus pertenencias, se mudó y adoptó un estilo de vida más austero pero coherente con la filosofía que había adoptado. "Siento que tuve una clara prueba de que estaba haciendo lo correcto ya que el 22 de febrero de 2012 ocurrió para mi, un verdadero milagro". María Rosa estuvo en el accidente de la estación de Once, el tercero más grave de la historia del país y en el que fallecieron 51 personas, una de ellas embarazada, en tanto que otras 789 resultaron heridas.
Esa mañana, a las 8:33, el tren 3772 de la línea Sarmiento que estaba llegando a la estación de Once, no detuvo su marcha y colisionó con los paragolpes de contención. "Salí ilesa del primer vagón y fui una de las últimas cinco personas que rescataron. A partir de ese momento mi vida dio un gran giro y hoy muestro mi mejor sonrisa y busco que todos tengan la oportunidad de dar un salto cuántico y darle paso a una espiritualidad que no hace diferencias de creencias religiosas, clases sociales o profesiones. La espiritualidad te hace ver todo como una gran oportunidad para tener una sonrisa venga lo que venga y el estar disponible para los demás. Hay una mejor forma de vivir cuando dejás viejas mochilas y estrenás equipaje nuevo y liviano solo descubriendo tu verdadera esencia". Y a veces, como le pasó a María Rosa, es suficiente leer un cartel, un aviso, o escuchar una palabra, para pensar en un cambio.
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