Daniel Burman. "La vida es una zona de malos entendidos"
Creó una nueva empresa, está por estrenar su última película, El rey del Once y, a los 41, estudia en la UBA para recibirse de abogado
Creyó que se podía ser joven toda la vida. Y no hace mucho se dio cuenta de que su idea no era "tan así". Jura que algo cambió después de los 40, acaso la mejor etapa -según confiesa- para hacer las cosas por pura felicidad. Daniel Burman, casado, padre de tres hijos y director de películas como El abrazo partido, Derecho de familia y El misterio de la felicidad, hoy transita por esa huella. Este año -y no casualmente a sus 41-, decidió emprender un camino solista con Oficina Burman, su nueva compañía dedicada a la creación de contenidos audiovisuales de alto valor agregado, con el foco puesto en la incubación y el desarrollo de las ideas, de la construcción de una trama.
La productora independiente BD, que fundó hace más de veinte años con su socio y amigo Diego Dubcovsky, fue uno de sus primeros desafíos, y en pocos meses estrenará su último film, El rey del Once, con el que regresó de lleno a la temática judaica. Pero en la lógica Burman de los 40 [es decir, por puro placer nomás] hay nuevos retos: terminar su carrera de abogacía en la Universidad de Buenos Aires. Cineasta y, en breve, con título para el despacho propio. Tenaz y eximio administrador del tiempo.
-¿A quién le robás horas?
-La administración del tiempo es un arte superior. Sobre todo porque permanentemente vivimos tomándole el tiempo al otro. Cualquier actividad laboral y afectiva implica tomar tiempo de otro. ¿Voy al contador, al kinesiólogo o a buscar a mis hijos al colegio? Hay que priorizar, y sobre todo el tiempo de los hijos, que es irreversible. Un tiempo que no vuelve ni para ellos y mucho menos para nosotros. Aunque tampoco uno se puede instalar en la infancia de sus hijos y estar siempre presente. Administrar la ausencia es tal vez un desafío mayor.
-Acabás de crear una nueva empresa. ¿A qué se dedica Oficina Burman?
-El core de la compañía es la creación de contenidos de alto valor agregado para audiencias globales, producto de un cambio en el paradigma de la creación. Con las series norteamericanas como referencia surgió un nuevo formato, y hay que entender que esas series que todos elogian tienen detrás lo que se conoce como room writers, decenas de escritores trabajando con mucha intensidad. En esta oficina también priorizamos la fase uno de la creación, el foco puesto en la incubación y el desarrollo de la idea, de la construcción de una trama. No es una productora, el concepto es otro. Coordinados por Mario Segade, en este momento estamos con seis proyectos distintos, miniseries que no sólo apuntan a la TV local sino al mercado regional, América latina y España.
-¿Cuáles son algunas de las tramas de esos proyectos?
-Hay dos bastante avanzados. Una de las miniseries está basada en los libros de Abel Basti, que investigó la teoría de que Hitler y gran parte del Tercer Reich se fugaron a la Patagonia. Es muy interesante y está muy bien documentado cómo se construyó toda una autopista financiera para que eso ocurriera. Sin dudas es un tema tabú e incómodo. A nadie le gusta que nos cambien la historia, pero es un tema que me apasiona. Otra de las miniseries se llama La nuera perfecta, una comedia que reflexiona sobre cómo los padres criamos a nuestros hijos queriendo curar heridas que son nuestras. Y allí no encontramos nada porque las grietas que ellos tienen son otras.
-La familia es un tema recurrente. Y con tu última película volviste al Once. ¿Por qué?
-Hice lo que tenía ganas de hacer. En realidad, nunca me fui, de alguna manera había quedado algo latente desde El abrazo partido y lo fui a buscar. Hay puntos de contacto, en la historia también hay un padre y un hijo, pero se desarrolla de una manera diferente, en el marco de la caridad, de una fundación benéfica. Por razones personales siempre me interesó el misterio del bien, por qué la gente da, tomando al hombre como un animal básicamente de intercambio. Porque aun en los sentimientos más profundos y nobles siempre esperamos algo a cambio. Aquellas personas que dan sin esperar nada a cambio siempre me parecieron sospechosas. Después empecé a ver cierta complejidad en el tema y me detuve en un punto: un límite muy complejo de aquellos que pueden dar a todo el mundo menos a sus seres más cercanos, como en este caso un padre a su hijo. Hacer esta película fue una experiencia muy feliz, pero me gusta alternar lo cinematográfico con otros formatos, como ahora con los proyectos de Oficina Burman.
-¿Vas a darle un descanso al director de cine?
-El cine sigue siendo mi pasión y un lugar de gran realización, pero eso de esperar dos años para poder contar una historia no es lo que más me gusta [se ríe]. Y no me preguntes cómo fue que llegué hasta acá porque es la peor pregunta que pueden hacerme. Es una tortura contar porqué soy director de cine.
-¿Y cómo llegaste a serlo?
-[Risas] Creo que la vida es una gran zona de malos entendidos. De repente uno se encuentra en un lugar y no sabe bien cómo llegó. No entiende bien por qué. No recuerdo ni una película que me haya iniciado, ni un momento, ni una persona. Lo único que recuerdo es el momento en que llegaba de la escuela con algo que me había pasado. Entonces tocaba la puerta y escuchaba mi corazón, que resonaba fuerte esperando que alguien me abriera del otro lado. Ese deseo infantil de querer contarle al otro lo que pasó. Lo mismo me pasa ahora, por eso es tan importante la existencia de un público, de otro que escuche tu relato, lo complete y le dé sentido.
-Además de cineasta, futuro abogado. ¿Es un gusto personal o una herencia paterna?
-El primer pensamiento puede ser ése. Mis padres son abogados. Pero no es así. Disfruto mucho de estar en un aula como alumno y aprender. Es una manera de escaparme de mi narcisismo. Es una asignatura pendiente, lo siento como algo que me falta.
-Dijiste una vez que después de los 40 es casi una obligación animarse a concretar o revertir fracasos. ¿Es así?
-¿Dije eso? Creo que a partir de los 40 hay un cambio de perspectiva. El hombre es un animal extraño con una lógica muy particular de construcción y destrucción. La energía que tiene para la construcción de sus universos no es compatible con su posición subjetiva frente a esos universos, y entonces después los quiere destruir. A los 40, esa contradicción llega a su punto máximo [carcajadas]. Por eso en este momento ir a la facultad me hace tan, pero tan bien.
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