Imanol Subiela Salvo, autor de “Golpe en el museo”, habla sobre el saqueo millonario del Museo Nacional de Bellas Artes ocurrido en 1980
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El 25 de diciembre de 1980, el sereno Eusebio Eguía y el bombero de la Policía Federal Anselmo Ceballos comenzaron su jornada laboral como de costumbre. Todas las noches, ambos eran los encargados de custodiar el Museo Nacional de Bellas Artes, ubicado en la Avenida del Libertador 1473, Recoleta. Cumplían un turno de 12 horas, que empezaba a las 18 y terminaba a las 6 de la mañana del día siguiente. Esa noche, para festejar la Navidad, cenaron pollo al carbón con ensalada, abrieron una botella de vino y brindaron con sidra. Después jugaron a las cartas. Antes de retirarse a dormir (el sereno lo hacía en un silla ubicada en la planta baja, en el cuarto de mayordomía próximo a las puertas principales, mientras que Ceballos disponía de un catre en el primer subsuelo) realizaron una última recorrida.
Pasaron por las salas de la planta baja, que se dividían en “arte argentino del siglo XIX”, “arte francés e italiano”, la “Colección de Guerrico”, “arte sacro” y “arte europeo del siglo XV”. Luego recorrieron el primer piso, aunque algunas salas estaban cerradas al público, en remodelación. Todo parecía en orden. Nada les hizo sospechar que, dentro de algunas horas, en su querido museo y prácticamente bajo sus narices, sucedería el mayor robo de obras de artes de la historia argentina.
“Se llevaron originales de Degas, Matisse, Gauguin, Rodin, Renoir y Cézanne... se estimó que el valor de los obras robadas era de 20 millones de dólares”, dice Imanol Subiela Salvo, autor de Golpe en el museo, el libro que cuenta al detalle la historia del robo, que ocurrió durante la última dictadura militar.
-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre el robo en el Museo Nacional de Bellas Artes, Imanol?
-Conocí la historia por un amigo y me pareció fascinante. Después, a finales 2020, surgió la posibilidad de escribir una crónica sobre el tema y comencé a investigar. Junté mucho material, tanto que pensé que lo mejor iba a ser escribir un libro. La historia es increíble: desde que se roban las obras hasta que se recuperan algunas ¡transcurren 25 años! Además, tiene condimentos y personajes que la hacen muy atrapante. El libro tiene la estructura de un policial clásico, como si fuese un libro de ficción, pero cuenta una historia verdadera.
-¿Por qué fue tan importante el robo en el Museo Nacional de Bellas Artes?
-En términos económicos, fue un robo millonario. Hoy el valor total de las obras, del botín, debe ser aun mayor a los 25 millones de dólares que se calculó en su momento... Pero el robo también es importante porque pone en evidencia cómo la dictadura se apoderó de bienes del Estado.
La noche del robo
“Esa madrugada, prácticamente al mismo tiempo, cerca de las cuatro, Eguía y Ceballos se despertaron alborotados cuando sintieron un fuerte olor a quemado. Apenas abrieron los ojos descubrieron un humo gris y espeso que se extendía por todo el lugar. Comenzaron a recorrer el museo, tratando de entender qué estaba pasando, pero recién cuando llegaron a la sala de la Colección Mercedes Santamarina descubrieron qué había pasado”, cuenta Subiela Salvo.
Mercedes Santamarina, personaje central de la aristocracia porteña en la primera mitad del siglo XX, fue una gran coleccionista de arte. Tenía obras de Van Gogh, Degas, Matissse, Rodin, Cézanne y Renoir, entre otros artistas notables. A lo largo de su vida, acumuló también muchos objetos preciados, como porcelanas chinas, piezas egipcias milenarias, piezas de oro, plata y bronce. En 1970, dos años antes morir, Mercedes decidió donar su colección al Museo Nacional de Bellas Artes. Puso condiciones: su obra debería permanecer junta, en una sala “de exhibición permanente” que sería bautizada “Colección Mercedes Santamarina”.
-¿Qué sucedió? ¿Qué descubrieron Eguía y Ceballos?
-Se encontraron que ya no había fuego, pero las vitrinas de acrílico estaban destruidas y vaciadas, y todos los marcos sin sus telas. En algún momento de esa noche alguien se llevó todas las obras de arte de la sala, además de varios objetos de arte decorativo.
Los ladrones se llevaron 16 obras impresionistas de artistas franceses, en su mayoría del siglo XIX, y varias piezas de arte decorativo. Las pinturas robadas no eran muy grandes. Se identificaron como faltantes: Retrato de mujer, Gabrielle et Coco y Coco dibujando, de Auguste Renoir; El abanico, un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Recodo de un camino y Cinco duraznos sobre un plato, de Paul Cézanne; El llamado, grafito sobre papel de Paul Gauguin; Ruta por la nieve al puerto de Chateau, de Charles Lebourg; Feydeau y su hijo Jorge, de Honoré Daumier; dos dibujos de Edouard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin, y un óleo de Eugene Boudin. Hubo dos obras que también se sustrajeron que no pertenecían a la colección Mercedes Santamarina, ellas eran: Fiebre amarilla, de Juan Manuel Blanes y El vendedor de diarios, de Valentín Thibon de Libian.
“Uno de los mayores problemas que se encontraron los investigadores fue que no sabían con exactitud lo que estaban buscando porque el único registro que había de las obras eran unos negativos en blanco y negro y de mala calidad que tenía el fotógrafo del Bellas Artes”, añade Suebiela Salvo. La primera jueza que intervino en la causa fue Laura Damianovich de Cerredo.
-¿Qué sucedió luego?
-Se sospechó que los ladrones habían entrado por una escalera que había en el segundo piso del museo, que estaba en remodelación. Esa hipótesis se mantuvo durante mucho tiempo y se inició la cacería. Los primeros sospechados fueron los empleados del museo y los obreros que trabajaban en la obra. A todos se los acusó de haber sido los entregadores. Los primeros detenidos fueron Eguía y Ceballos, que estuvieron presos semanas y fueron torturados. Después arrestaron a varios más, incluso a varios empleados jerárquicos vinculados a la aristocracia porteña que pensaron que no les iba a pasar nada. Pero la investigación no prosperó. Tiempo después, el periodista Guillermo Patricio Kelly escribió una nota en el diario La Prensa en la que aportó una nueva pista y mencionó a los posibles autores.
-¿Quiénes eran, según Kelly, los involucrados?
-Planteó la posibilidad, por una información que había recibido, que en el robo del museo estuviera involucrada la banda de Aníbal Gordon y René Otto Paladino. Pero cuando lo dijo todavía estábamos en la dictadura militar y no pasó nada. Cuando llegó la democracia, Paladino y Gordon terminaron presos por distintos crímenes, pero no se los llegó a investigar por el robo en el museo de Bellas Artes, que por años quedó en el olvido.
Paladino estuvo al frente del Servicio de Información del Estado (SIDE) y Gordon, alias “El Viejo” o “El Coronel”, había sido integrante de la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como La Triple A, un grupo parapolicial que actuó antes del golpe del 24 de marzo de 1976, luego fue el responsable de Automotores Orletti, el Centro Clandestino de Detención de la última dictadura. Además de crímenes asociados a la represión ilegal, Gordon y su banda perpetraron secuestros extorsivos y robos de obras de arte.
Una alemana vestida de animal print y un taiwanés
Cuando ya habían pasado más de dos décadas y nadie recordaba el robo ni las obras perdidas, una pista apareció del otro lado del Atlántico y la investigación dio un giro de 180 grados. “Este es el momento en que la historia se pone muy bizarra”, adelanta el autor.
“En 2001, una mujer con una peluca rubia, vestida con traje de leopardo y anteojos oscuros, entró en la sede londinense de Sotheby’s, la famosa casa de subastas. La mujer, que dijo ser alemana y se presentó como Gabriella Williams, pidió la tasación de un lote de pinturas impresionistas que un empresario taiwanés le ofrecía. Ella quería saber si eran originales y, en ese caso, cuál era su valor. Dijo que quería usarlas como garantía para pedir un préstamo en los Estados Unidos para financiar tareas humanitarias en África. ¡Así como lo cuento!”, dice Subiela Salvo.
-Todo suena muy extraño.
-En la casa de subastas se interesaron enseguida y querían hacer el negocio. Le dijeron a Williams que viajara a Taiwán, que allá se encontraría con una representante de Sotheby’s para ir a ver el lote. Y así sucedió. La tasadora confirmó que las obras eran auténticas y comenzó a preparar la tasación. Mientas tanto, la oficina de Londres llamó a Julian Radcliffe, un ex servicio de inteligencia de la Corona británica y dueño de una empresa que se llama Art Loss Register (ALR), que se dedica a buscar obras de arte perdidas o denunciadas o robadas por el mundo. Si tenés una galería o una casa de subasta, pagás una membresía y podés pedirle informes para tener la seguridad de lo que estás comprando.
-¿Cuál fue la respuesta de Radcliffe?
-A los 5 minutos, la empresa les envió un informe que decía que las 16 pinturas las habían robado en Buenos Aires en el año 1980. Lo llamativo en este punto fue que Radcliffe, al enterarse de esto, no se comunicó con la Justicia argentina, si no que se comunicó directamente con el director del museo, Jorge Glusberg. Entre ellos empezaron a buscar la manera de recuperar las obras para quedar como héroes. Además, trascendió que Radcliffe esperaba que el Estado argentino le diera como parte de pago una de las 16 pinturas robadas.
“En el año 2001 Radcliffe vino a la Argentina y visitó el ministerio de Cultura. Pidió una reunión con Liliana Varela, la directora de Patrimonio, y le ofrece recuperar las obras encontradas a cambio de 50.000 dólares. En esa época, en el país no había un dólar, por lo que no se llegó a ningún acuerdo y todo quedó en la nada”, agrega.
La causa llega a Norberto Oyarbide
Dos años después del episodio en Taiwán, tres pinturas robadas en el Bellas Artes aparecieron en una galería francesa. “El galerista pidió un informe de las obras y saltó que eran robadas. Ahí vuelve a escena Radcliffe, que es quien le avisa a Glusberg de esta sorprendente aparición. En esta oportunidad, Glusberg avisa a la Justicia y la causa llega a Oyarbide”, explica.
-¿Cómo fue el rol del juez Norberto Oyarbide en el caso?
-Cuando él tomó la causa, en 2003, se convenció de que Aníbal Gordon estaba involucrado en el robo. Pero la investigación se dificultó porque Gordon y Paladino ya habían muerto. Lo importante fue que Oyarbide se metió de lleno en la causa y comenzó una tarea intensa y efectiva para recuperar las obras que estaban en Francia. Viajó a Francia y le tomó declaración a Radcliffe, porque estaba seguro de que sabía más de lo que decía. Pensaba que él podía guiarlo hacia el taiwanés. Pero no logró nada.
-¿Qué pasó con las tres obras que estaban por ser exhibidas en la galería francesa?
-Ahí empezó una pelea legal para recuperar las obras. Quien se presentaba como dueño de los cuadros, el taiwanés, puso un abogado que terminó preso por una causa vinculada al tráfico de oro de África a Europa... Cuando esto sucede, el taiwanés desaparece y deja los tres cuadros abandonados en Francia. Oyarbide aprovecha el momento y logra que la Justicia francesa falle a favor del Estado argentino y recupera las obras sin pagar un centavo. Es decir que, en 2005, tres de las 16 obras robadas vuelven al país. Todavía están en el Museo, cualquiera las puede ir a ver.
Las obras que fueron halladas en París y repatriadas por Interpol fueron “El llamado”, de Gaugin, “Retrato de mujer”, de Renoir; y “Recodo del camino”, de Cézanne.
“En la primera clase del vuelo de Air France 418, procedente de París, David Nalbandian saboreaba ayer su victoria en el Masters. Atrás, en clase turista, el juez Norberto Oyarbide, el secretario del juzgado federal N° 5, Carlos Leiva, y los agentes de Interpol, subcomisario Luis Soria y el principal Marcelo El Haibe, festejaban otro triunfo: el regreso al país de tres obras recuperadas en la capital francesa, robadas 25 años atrás del Museo Nacional de Bellas Artes”, narraba el cronista de LA NACION, el 23 de noviembre de 2005.
-¿Qué pasó con las obras restantes?
-Oyarbide continuó trabajando en la causa hasta 2009. Lo hizo a través de la embajada de Taiwán en Paraguay, porque la Argentina no reconoce a Taiwan como un país independiente. Mandó una serie de exhortos pidiendo que se hiciese un trabajo de inteligencia sobre esos taiwaneses, pero no le dieron bolilla. En 2022 supe que la oficina cultural y comercial de Taiwán le informó a la Interpol que no existía en los registros del país alguien que se llamara como la Justicia argentina decía que se llamaba el tenedor de las obras y que tampoco existía el pasaporte con los números que denunciaron.
-¿Por qué se vincula esta causa con un tema de armas?
-Porque la persona que tenía las obras, el taiwanés, estuvo involucrado en causas de tenencia de armas. En 1978, frente a la posibilidad de ir a la guerra con Chile, la dictadura compró armamento a Taiwán. Hubo un intercambio comercial y hay testimonios de los soldados de que muchas de las cosas que usaban eran de origen taiwanés.
Según Subiela Salvo, la Justicia tiene la hipótesis -que jamás pudo ser comprobada- de que las obras salieron del país por Brasil a través de la embajada de Surinam. “El empresario taiwanés tenía empresas de la industria maderera en Surinam. Las obras se cambiaron por armas para usarlas durante en el último momento de la dictadura y en la guerra de Malvinas”, explica.
Aun hoy, 24 años después del atraco, hay 13 obras de la Colección Mercedes Santamarina -pertenecientes al Museo Nacional de Bellas Artes- escondidas en algún lugar del mundo.
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