Cartones, telas, tijeras y muchos otros objetos más. Con esos materiales siempre disponibles en la mesa de la casa familiar, su futuro, de alguna manera estaba anunciado. “Mi papá era modelista. Tenía su oficina en nuestra casa y siempre estuve rodeada de materiales para crear. Recuerdo acompañarlo a los desfiles de la marca John L. Cook que en los 90 ́ era un flash para mi. Por otro lado, mi mamá es una persona súper creativa también. De un metro de tela me hacía de todo”.
Quizás fue por eso que Natalia Pereira siempre supo que quería ser diseñadora de indumentaria. De hecho, jamás consideró estudiar otra carrera. Y, cuando llegó el momento de elegir universidad, su padre insistió para que cursara en la Universidad de Buenos Aires. “Agradezco mucho haberme recibido en esa universidad, me abrió la cabeza un montón. Ciudad Universitaria, puntualmente el pabellón 3, está repleto de estudiantes de las carreras de diseño y arquitectura. Los días de entregas son un caos hermoso. Disfruté mucho mis años de estudiante y también del último como docente. El rubro textil necesita una transformación hacia un camino más noble, con mejores condiciones y eso se debe transmitir desde la carrera”.
Pronto pudo abrirse paso en el mercado laboral. Al comienzo, lo hizo de la mano de quien entonces era su pareja y con un claro foco en el merchandising corporativo de diseño para firmas de todo tipo. Se habían conocido en 2008 por amigos en común en 2008. Estuvieron en pareja dos años aproximadamente y luego se separaron. “Hoy, mirando hacía atrás creemos que uno de los factores que nos separó fue la diferencia de edad en ese momento. Nos llevamos nueve años y en ese momento nos encontrábamos en etapas distintas que parecían no ser compatibles. Entre amigos y familia cuando recordamos alguna anécdota de aquella época, decimos que fue en tiempos de la primera gestión”, dice ella entre risas.
“Tener la vida que uno quiere cuesta”
Pasaron diez años hasta que el destino cruzó nuevamente sus caminos. Casi como un salto al vacío, cerraron los ojos, confiaron en lo que decía el corazón y se eligieron una vez más. “Cuando nos volvimos a ver, diez años después, fue raro porque ya nos conocíamos pero no éramos los mismos. Uno en diez años cambia, evoluciona, piensa distinto, crece, en fin. Lo que nos volvió a unir son los valores que compartimos, el amor y la familia. Trabajamos diseñando nuestra vida de forma libre, haciendo lo que nos gusta y aportando a diario nuestro granito de arena para que eso suceda. Tener la vida que uno quiere cuesta mucho trabajo. Tener esa libertar cuesta mucho pero sabemos que es nuestro camino”.
Pensaron en poder trasladar su moda de vida a lo que hacían en el ámbito laboral. Convencidos de que los pequeños cambios comienzan desde el hogar, se enfocaron en el tema del reciclaje. “Todo lo que no usamos hacemos que circule, lo donamos a lugares y personas que sabemos les será útil. Cada día somos más conscientes de lo que consumimos, tratamos de no comprar alimentos procesados. Somos de leer mucho las etiquetas, saber qué ingredientes tiene, quién produjo ese producto que tenemos en nuestras manos. Como usuarios, tenemos derecho de saber de dónde viene lo que consumimos y por eso quisimos que en nuestro emprendimiento las etiquetas de los productos hablaran”.
Aunque los dos estaban de alguna manera vinculados al mundo de la moda, enseguida supieron que no querían subirse a la ola del fast fashion. “Eso está ligado a la contaminación y la explotación laboral y ese no era el camino. Todos los fabricantes somos responsables de lo que producimos y cómo lo hacemos. Desde los más chicos hasta las megas empresas deberían estar conscientes de su rol en el sistema”.
Nuevo comienzo
Continuaron con el merchandising corporativo pero pensaron también en darle forma a un proyecto personal de diseño de accesorios. Lo idearon bajo la premisa de poder producir un producto amigable con el medio ambiente, donde los desperdicios se reutilizaran. Y así, bajo el lema nada desaparece, todo se transforma, comenzaron a trabajar con talleres alineados a su visión de negocio.
“En Argentina es muy difícil conseguir materia prima sustentable. Por eso, para nuestra primera colección, trajimos un textil sustentable de Colombia, Medellín, hecho con 90% de PET reciclado y 10% elastano. Creemos que, de a poco, la industria va a ir cambiando y ofreciendo más alternativa de materiales eco para poder producir. Ya no hay ninguna duda de que ese es el camino que todos debemos adoptar: un camino al cuidado y respeto al medio ambiente. El mundo está en graves problemas ambientales, el mundo realmente está en peligro si nuestros hábitos cambian”.
Su producto insignia durante la pandemia fue el tapabocas, realizado con un material inteligente. Continua las toallas ultra absorbentes, una línea de trajes de baño con protección UV+50 para chicos, cuellos de viaje y fundas de valija en tres tamaños son algunos de los productos que actualmente comercializan bajo la marca Simple Makers.
Una vida simple
En la dupla laboral, Hernán Biggi (42), que es analista de sistema, marca el camino, es el ideólogo del plan global, tiene la brújula de hacia dónde deben ir. “Todos nuestros días son diferentes de acuerdo a las actividades que tenemos planeadas. Yo me siento más fresca trabajando de día y Hernán trabaja por la noche. En casa, diseñamos los espacios para que cada uno maneje sus horarios como más cómodo se sienta. Nos gusta compartir cafés durante el día y aprovechamos para hablar de temas pendientes a desarrollar”. Cada uno cuenta con su espacio de trabajo. Él practica paddle, ella natación.
“Nuestra filosofía es poder diseñar nuestras vidas. Y el trabajo es un aspecto importante en ese sentido. Al principio fue difícil porque no nos conocíamos trabajando, y trabajar con tu pareja no es nada fácil. Pero, a medida que pasó el tiempo pudimos ir aprendiendo hacerlo, porque realmente nos potenciamos juntos, somo diferentes trabajando pero ambos muy apasionados por lo que hacemos”.
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