Los escritores más rebeldes de los Nobel
Incorrectos, escandalosos o incluso críticos del gran premio que se anuncia los primeros días de octubre, autores que alcanzaron la cumbre literaria por un camino muy tortuoso
Mujeriego, arisco y rebelde, Andrew Craig llega a Estocolmo para recibir sus laureles con desgano, agobiado por el protocolo al que se ve obligado tras ganar el Nobel de Literatura. Un periodista le pregunta cuál fue su primera reacción al enterarse. "No se lo puedo decir, estaba borracho en ese momento", dice. Además, se enoja con la Academia Sueca por haberlo forzado a morir en público cuando lo estaba haciendo divinamente en privado, sumergido en whisky y sin proyectos en marcha.
Aunque Craig era un personaje ficticio de la novela The Prize (1962), de Irving Wallace, el premio más universal y polémico que existe ha tenido decenas de favoritos, candidatos y ganadores tan rebeldes e intensos como impetuosamente dialécticos. Tal vez Wallace se inspiró en los patrones de comportamiento del noruego Knut Hamsun, que se presentó a recoger su Nobel de 1920 absolutamente ebrio, al punto de que le tiró de los bigotes a un miembro de la Academia y golpeó el corset de su compatriota, la gruesa novelista Sigrid Undset –premiada en 1928–, mientras le gritaba a la multitud: "¡Suena como una campana!". El mismo Hamsun se había manifestado a favor del racismo, invocaba la superioridad de los blancos y llegaría a regalarle su medalla Nobel a Goebbels para que el Ministro de Propaganda Nazi le consiguiera a cambio una audiencia con Hitler.
Las condecoraciones se anuncian los primeros días de octubre. La primera, en 1901, fue para Sully?Prudhomme, un poeta considerado en aquel tiempo bastante mediocre. El argumento que avaló esa decisión fue que se le daba preferencia a la literatura victoriana, lo que dejó sin lauro a León Tolstói, el anarquista, excomulgado, sospechado y universal autor de La guerra y la paz y dueño de una de las más diestras plumas que haya habido.
Por Tolstói entonces; por Jean-Paul Sartre después –que lo rechazó ya que aceptarlo hubiera comprometido su independencia como escritor, culpa de una Academia que según él no había cumplido su compromiso de representar imparcialmente a escritores de cualquier nacionalidad e ideología–; por el constante candidato Haruki Murakami en los días modernos… Los herméticos y muchas veces cuestionados miembros de la Academia han sido al mismo tiempo hostigados y fastidiados por autores y personalidades de lo más variados.
Posturas críticas
"Soy la misma persona que era antes de recibir el Nobel. Trabajo con la misma regularidad, no he modificado mis hábitos, tengo los mismos amigos", dijo José Saramago poco después de aceptar el reconocimiento, en 1998. Minimizó así el hecho de haber llegado a la cumbre literaria con una obra salpicada por el escándalo. Adherente desde 1969 al entonces clandestino Partido Comunista de Portugal y participante activo de la Revolución de los Claveles de 1974 que dio fin a la dictadura en su país, tras publicar El Evangelio según Jesucristo –de 1992– tuvo que dejar Portugal y autoexiliarse en Islas Canarias. El libro contaba cómo Jesús había perdido la virginidad con María Magdalena. En 2009, durante la presentación de su última novela Caín, armó otro revuelo al calificar a la Biblia como un manual de malas costumbres e indicar que su contenido fue escrito por un Dios cruel e irresponsable.
"Una narradora épica de la experiencia femenina que con escepticismo, ardor y una fuerza visionaria escruta a una civilización dividida". Así definió la Academia Sueca a Doris Lessing cuando anunció que la escritora inglesa, abanderada de feministas, antiimperialistas, antiracistas y marxistas, era la ganadora del Nobel de 2007. Al margen de ser una de las apenas 13 mujeres que lo han recibido desde 1901, los suecos admitieron que honrar a Lessing "ha sido la decisión más cuidadosamente tomada". La autora de El cuaderno dorado, que había militado en el Partido Comunista británico, venía de criticar dura y abiertamente a líderes como George W. Bush, Tony Blair y Nicolas Sarkozy tildándolos de "rígidos y dogmáticos estúpidos que han colocado la más poderosa tiranía de los espíritus en lo que se llama el mundo libre". Lessing se había criado en una granja aislada de Zimbabue, dejó el colegio de monjas a los 14 años para trabajar de telefonista y se hizo escritora de forma autodidacta, leyendo a Tolstói y Charles Dickens.
Sinclair Lewis fue el primer estadounidense en recibir el premio, en 1930. "Un hato de imbéciles capacitados para hacer dinero", decía de sus compatriotas, y se reía en sus obras de sus hábitos materialistas por encima de los valores espirituales. Lewis había rechazado varias condecoraciones, incluyendo el Pulitzer de 1926. Aceptó el Nobel y provocó una oleada de protestas. La Academia Americana de Artes y Letras repudió la elección y un pastor protestante miembro de la misma dijo que al dárselo, Suecia había insultado a los Estados Unidos. El que ganó el galardón, sin embargo, era un autor acabado. A pesar de haber sido éxito de ventas y en extremo popular en la década del 20 –durante la cual escribió sus cinco novelas más importantes– no supo administrar las consecuencias de haber trepado al podio literario y terminó en el olvido, despreciado por sus compatriotas. Murió solo en Roma en 1951.
Mario Vargas Llosa, según sus palabras de octubre de 2010, estaba convencido de que un escritor que se declaraba liberal no tenía ninguna oportunidad de llegar al Nobel. Marxista en su juventud, políticamente incorrecto, demasiado controvertido, defensor del derecho al aborto, la igualdad para los homosexuales o la legalización de la marihuana, su tránsito hacia el demócrata y liberal que hoy dice ser fue largo y difícil, y se gestó en su rechazo a episodios de fanatismo y abusos de poder como los de la conversión de la Revolución Cubana o el modelo autoritario y verticalista de la Unión Soviética. Hoy sus denuncias incluyen las injusticias de la globalización. "Detrás de la crisis financiera y de la conducta de los grandes banqueros y de los grandes empresarios, hay una moral degradada por la codicia. Y esa es una forma terrible de la incultura", sostiene. Para decidirse a premiar a este hombre que vivió tironeado por la izquierda y la derecha, la Academia Sueca necesitó 30 años. El peruano lo agradeció encantado en un discurso que tituló Elogio de la lectura y la ficción y que comenzaba así: "Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba, Bolivia. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida".
A Aleksandr Solzhenitsyn –Nobel de 1970– se lo consideró un digno sucesor de autores como Tolstói, Fedor Dostoievski, Antón Chéjov y Boris Pasternak. Mérito difícil de mantener a fines del siglo XX ante los clásicos del XIX. En la hoja de vida de Solzhenitsyn se cuenta que en 1945 fue condenado a ocho años de trabajos forzados por criticar el régimen de José Stalin. Fue desterrado a Siberia, en donde empezó a escribir. Cuando partió expatriado a los Estados Unidos –cuatro años después de obtener el Nobel– todos sus libros publicados desde comienzos de los ‘60 fueron requisados de las bibliotecas rusas y quemados. Pasó las siguientes dos décadas denunciando los horrores morales del régimen soviético. Cuando regresó, con su espíritu rebelde y crítico intacto, se dedicó a cuestionar el raquitismo democrático y la corrupción de su país. Al otorgarle el galardón, la Academia Sueca destacó la irrebatible dignidad humana reflejada en sus libros. Se lo dio ocho años después de publicada su primera obra, estableciéndose entonces el lapso más corto entre debut literario y premiación. No se presentó en Estocolmo porque temía que se le impidiera reingresar a su país. Un enviado de la Academia pretendió llevarle cheque, medalla y diploma hasta su casa, pero le negaron el visado. Los recibió cinco años más tarde.
"Sigo siendo igual, lo que cambia es mi estatus en la cabeza de los demás. He vivido bastantes cosas y algo como un Nobel no me resulta difícil de encajar", dijo la tenaz combativa de los regímenes totalitarios Herta?Müller tras aceptarlo, en 2009. El lauro llegaba como corolario a una obra dedicada a retratar las crueles condiciones de vida en la Rumania del dictador Ceaucescu, y en consecuencia a un comportamiento, el suyo, "totalmente imposible y por el cual se me excomulgó". Müller empezó a escribir escondida en las escaleras de la fábrica de maquinaria Tehnometal, donde trabajó como traductora técnica entre 1977 y 1979. De aquel entonces viene su negativa rotunda a ser fotografiada con flash. Los fogonazos le traen a la piel el recuerdo de los días en que era entrevistada de forma intimidatoria por oficiales de los Servicios de Seguridad que la trataban de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Ella dijo al recibir el Nobel: "Lo que me alegra de este premio es que puedo denunciarlas abiertamente, ante un amplio auditorio". Y contó, en tal vez uno de los más bellos discursos pronunciados durante una ceremonia Nobel, cuando de niña cuidaba vacas en el valle de un río: "Comía hojas y flores para creerme parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no".
Si la arenga de Müller fue sensible, la de Harold Pinter fue fulminante. Refiriéndose a los 40 millones de norteamericanos viviendo bajo la línea de pobreza, se despachó ante la realeza sueca a través de tres pantallas gigantes –era 2005, ya estaba mal de salud y no pudo viajar a la entrega–: "Los Estados Unidos ya no se preocupan por los conflictos de baja intensidad. No ven ningún interés en ser reticentes o disimulados. Sencillamente les importan un bledo las Naciones Unidas, la legalidad internacional o el desacuerdo crítico, a los que juzgan impotentes e irrelevantes. Tienen su propio perrito faldero acurrucado detrás de ellos, la patética y supina Gran Bretaña". Entre las decenas de críticos opositores a la concesión del Nobel a este hombre que se había negado a cumplir el servicio militar, que participó de la Campaña para el Desarme Nuclear de su país y se manifestó contra el bloqueo a Cuba y las Guerras del Golfo, de Kosovo y de Afganistán, estaba el escritor norteamericano de origen sufí Stephen Suleyman Schwartz, quien comparó la elevada tasa de suicidios sueca con el suicidio moral de una institución, la Academia, por habérselo otorgado a un "agotado dramaturgo inglés cuya única y obvia cualificación es su estridente participación en las expresiones de hostigamiento contra América y odio a Israel, en contra de la liberación de Irak". Cuando Pinter se enteró de que recibiría el galardón declaró que hacía rato que había pasado de autor a agitador y que ya no iba a seguir escribiendo.
Errores de omisión
Según dispuso el químico y científico Alfred Nobel en su testamento de 1895, el premio de literatura debe concederse cada año a quien dentro de ese campo haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista. Pretendía pasar a la inmortalidad con una causa más noble que la de haber inventado, como resultado de la mezcla de nitroglicerina con tierra de diatomeas, la letal dinamita. Entre las bases que fija la Fundación Nobel para el premio literario, una de las principales es que el autor deba estar vivo en el momento de ser nominado. El triunfador se elige por más de la mitad de los votos luego de un derrotero que comienza en septiembre del año anterior, al pedirle a unas 600 organizaciones calificadas y personajes de la cultura, la lingüística y la literatura que hagan sus nominaciones. En abril se seleccionan 20 candidatos preliminares y en mayo se definen los cinco finales. La elección del ganador se anuncia los primeros días de octubre. Los nombres propuestos se mantienen en secreto durante el siguiente medio siglo. En 2014, por ejemplo, se supo que para el Nobel de 1963, junto a Pablo Neruda y Samuel Beckett, estaba propuesto el presidente francés Charles de Gaulle por su trilogía de historias de guerra.
Anders Österling, miembro de la Academia Sueca durante 62 años, admitió: "No se puede negar que la historia de los Premios Nobel en Literatura es también la historia de inexpiables errores de omisión". Se refería, entre otras, a figuras como Henry James, Jorge Luis Borges, August Strindberg, Marcel Proust, Antón Chejov, James Joyce, André Malraux o Emile Zola.
¿Los grandes escritores se pasarán la vida esperándolo? ¿Lo consideran la meta indispensable de sus carreras literarias? ¿Pueden sentirse realizados aún sin haberlo conquistado? Aspirante indefectible a ganarlo durante gran parte de su trayectoria, el mexicano Carlos Fuentes murió sin el galardón. Había dicho poco antes: "Cuando se lo dieron a García Márquez me lo dieron a mí, a mi generación y a la novela latinoamericana que nosotros representamos. De manera que ya me doy por recompensado".