Dos de agosto de 2017, 12.15. Rafael Nadal toma agua a borbotones rodeado de raquetas, toallas y un canasto repleto de pelotitas de tenis mientras escucha a su tío Toni, que lo mira parado con los brazos en jarra sobre un costado de la cancha central del Rafa Nadal Sports Centre, bajo el sol del mediodía. Unos 20 curiosos, que pronto serán el doble y más, esperan en silencio sobre las gradas el fin del entrenamiento que comenzó alrededor de las 10, para que el tenista español les firme una remera, una vincha, un papel, un bolso, para tomarse una foto con él que subirán a las redes sociales desde Manacor, Mallorca. Fue el verano más intenso de los últimos años que se recuerda en la isla mediterránea.
Nadal lleva el pelo corto, una camiseta ajustada celeste sin mangas, short, medias, gorra y zapatillas blancas. A los 31 años, transita una etapa de recuperación luego de dos temporadas amargas por culpa de una lesión en la espalda. La conquista de cuatro torneos a lo largo de 2017, incluido su décimo Roland Garros, lo colocó nuevamente en el camino hacia la cima del ATP, que perdió en 2014 y que recuperará en menos de tres semanas, después de disputar el ATP World Tour Masters 1000 de Canadá.
–A veces entrena en esta pista –dice una de las mozas del restaurante–. En general, elige las de atrás, que son de tierra batida. Los españoles le dicen “tierra batida” al polvo de ladrillo, superficie en la que el número dos del ranking es rey.
El restaurante es amplio y rectangular. La decoración, sencilla y sobria, de tonos claros y delicados; las mesas y las sillas son negras; la vajilla, blanca. Una división de madera lo separa del bar, con un diseño más moderno y televisores clavados en canales deportivos. Ambos espacios comparten ventanales enormes. Al costado hay una terraza desde donde se ve parte del complejo, que cuenta con dos piletas, canchas y más canchas de tenis y fútbol, gimnasio, jacuzzi, un museo interactivo, una tienda de souvenirs y el edificio azul e imponente de la Rafa Nadal Academy by Movistar, entre otras instalaciones, que se inauguró el 19 de octubre de 2016 con la presencia del suizo Roger Federer. Ambos espacios, ahora, están semivacíos; abajo, Nadal continúa su entrenamiento. Una familia de franceses que se hospeda en el centro deportivo desayuna en la terraza.
–¿Es la primera vez que están en Manacor?
–Sí. El pueblo y las playas nos gustaron mucho. Pero vinimos a conocer la academia de Rafa.
Manacor es un municipio en el este de Mallorca, a 54 kilómetros de Palma, la capital de la isla. El Paseo del Ferrocarril, la Ronda del Port Tram, la Ronda de Felanitx y Del Parc son las avenidas que delimitan el pueblo de 23.000 habitantes. Supera los 40.000 si se contabiliza a los que residen en la zona rural y al lado del mar. Es el más poblado detrás de Palma, que lo supera ampliamente con casi 403.000, según datos del Instituto Nacional de Estadística de España. Rafael Nadal nació aquí el 3 de junio de 1986.
El teatro, la pileta y el Parque Municipal comparten predio con la sede de la Policía local sobre Del Parc, en un espacio arbolado y enrejado con juegos para chicos que se puebla de jubilados por la tarde. Más adelante, hacia la ruta que llega a la playa de Porto Cristo, está el Club Tenis Manacor, con cinco canchas de polvo de ladrillo. Allí, a los cuatro años, Nadal empuñó la primera raqueta bajo la supervisión de Toni y fue su lugar de entrenamiento por temporadas junto a varios de los amigos que aún conserva.
Fundado el 10 de abril de 1973, es sencillo y pequeño. Rodeado de pastizales, pocos árboles y tierra, también se puede practicar padel, squash y padbol, una especie de fútbol-tenis; en verano, dos piletas inflables, bajo un mural de Nadal, sonriente y de traje con sus trofeos de ATP 2013, son un paraíso para los niños, que no dejan de chapotear.
Desde allí, por la Avenida Portugal, se llega a la Plaza Ramón Llul, punto neurálgico de la ciudad. Amplia, rectangular y cubierta de árboles, está bordeada por bancos marrones. Niños, parejas, personas mayores y grupos de amigos juegan, conversan y dan vueltas y vueltas después de la tarde, igual que a la mañana, como todos los días.
Enfrente está el bar Mingo, toda una institución, donde los manacorenses juegan a las cartas, conversan en la barra, beben cerveza, mezclados con turistas. Alrededor de la plaza hay un local de ropa deportiva, una farmacia, una sucursal del supermercado Mercadona, una agencia de viajes. También un restaurante, un lavadero y una inmobiliaria. Allí trabaja Lili, que es colombiana y vive en el pueblo.
–¿Nadal pasea por Manacor?
–Sí. A veces se lo puede ver en Mercadona como uno más. Nadie le molesta en la fila y él es muy tranquilo. Una vez lo vi con su familia en una paella de Porto Cristo. Los turistas se le acercaban, le pedían fotos y no se negaba a ninguna. Hasta creo que la comió fría.
Aquí todos los lunes se arma una feria variopinta, colorida y concurrida desde muy temprano hasta el mediodía. Se interna cuatro cuadras hacia el centro y termina en la Plaza Rector Rubí, frente al edificio de la familia Nadal, en el que el tenista vivió parte de su infancia y adolescencia junto con sus padres, tíos y abuelos, unos encima de otros, en diagonal a la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, al lado de la Torre del Palau, donde aún vive su abuela paterna. Se puede comprar desde calzoncillos, plantas y tostadoras hasta aceitunas, almohadas y pajaritos.
En Manacor hay pocos semáforos y avenidas, las calles son angostas, las veredas diminutas. El tránsito es moderado, relajado, limpio de bocinas. Los conductores frenan ante el cruce del peatón, lento y despreocupado. El uso de la bicicleta es habitual. Se trata del medio de transporte más común en esta zona de la isla porque el terreno es llano sin ondulaciones bruscas. Ninguna línea de colectivo lo atraviesa. Solo hay paradas para los micros rojos y amarillos del Transporte de Islas Baleares (TIB). Van hacia el aeropuerto y las zonas de playa.
Hay una librería y un sex shop, barcitos al paso, panaderías, un restó de sushi, uno vasco, varios de comida china, árabe, italiana y marroquí, dos supermercados alemanes y algunos de origen chino que venden todo, un shopping modesto frente a la estación del tren, un centro de salud, un bar que intenta ser boliche, un hospital, peluquerías y otro bar donde funciona la asociación de fumadores del pueblo; el mercado de frutas y verduras abre de lunes a sábado por la mañana en Plaza Constitución. A dos cuadras, sobre la calle N’Olesa, está el Colegio Sant Vicenç de Paül. Allí Nadal cursó parte de sus estudios.
–Fui muchas veces a Manacor y Porto Cristo. La gente es muy tranquila, siento que a Rafa le hizo muy bien nacer ahí –dice el ex tenista Juan “Pico” Mónaco–. Nos conocimos en España jugando torneos satélites y sigue siendo el mismo chico dentro y fuera de la cancha. Una vez que conocés a su familia y amigos te das cuenta de la clase de educación y valores que tuvo siempre.
Los edificios, en general, no superan los cinco pisos. Se percibe el deterioro en las fachadas coloridas de las casas más antiguas, de puertas abiertas y persianas cerradas, por donde se cuela la brisa y la luz del sol, intenso y presente gran parte del año. También las imperfecciones son parte de su encanto: responden al paso del tiempo de un pueblo moroso con influencia y rasgos renacentistas, góticos y barrocos en su arquitectura, especialmente en iglesias, conventos y en los barrios típicos como Fartàritx, considerado el primer arrabal de Manacor.
También hay bicicleterías, venta de autos y motos, locales de ropa de marcas reconocidas, de segundas marcas, jugueterías, joyerías, farmacias, academias de idiomas, gimnasios, un restaurante centenario, y una máquina expendedora de preservativos al aire libre sobre la Plaza Sa Bassa. Como la industria del mueble ha sido la base de la economía del municipio, es común encontrar mueblerías chicas, medianas y grandes, tanto en el centro como en la periferia.
Los bancos, las oficinas del Ayuntamiento (Municipalidad) y el Poder Judicial, en gran medida, se concentran en el centro. El pueblo se activa temprano hasta pasado el mediodía, la siesta es un sentimiento y a partir de las 18 todo vuelve a funcionar sin apuro y en calma hasta entrada la noche. Y así.
–¿Nadal pasea por Manacor? –pregunto a una empleada del Ayuntamiento.
–Rafa solía ir al cine y a veces se lo veía por aquí en algún bar, de marcha con los amigos. Una vez fui a trabajar a la Fiesta Patronal de Porto Cristo y estaba en la barra.
–¿Se junta mucha gente a su alrededor?
–Mallorquines, no creo. Los turistas siempre se le acercan. A la isla vienen muchos alemanes e ingleses.
Otra empleada, que escucha con atención, interviene.
–Yo vivo aquí desde siempre y recién supe de él cuando se hizo famoso. Como no lo conozco de antes entonces no lo saludo.
Dos de agosto de 2017, 10.34. Rafael Nadal devuelve el drive con Toni detrás, a tres metros. El entrenamiento lleva más de media hora y el silencio es absoluto en las gradas. En la terraza del centro deportivo hay familias y grupos de amigos. Desayunan y hablan bajo, filman y toman fotos. Algunos beben cerveza sentados al sol.
Nadal practica su repertorio de golpes, trabaja el cambio de ritmo, la capacidad de reacción. El peloteo es intenso, después es suave; en general, largo y profundo, hacia los extremos de la cancha. Cuando la pelota pica después de la línea de fondo, interrumpe, y comienza de nuevo. A veces, parece enojado, y para; con una toalla se seca la cara, charla con Toni y se acomoda la gorra. Retoma con su revés a dos manos, al fondo y con efecto, tiros cruzados y paralelos, y destina el cierre del entrenamiento para afinar el saque.
A veces, del otro lado, le responde Carlos Moyá, que también es mallorquín y fue número uno del mundo. Su llegada al equipo técnico, en diciembre de 2016, coincide con la recuperación del manacorí. Fueron compañeros de la Copa Davis que España ganó en 2004, en Sevilla, cuando Nadal tenía 17 años y Moyá era el referente indiscutido y su guía.
Tal vez el conocimiento del circuito, haber experimentado lo que siente el jugador profesional y su visión sobre las situaciones que se presentan a lo largo de cada partido hayan influenciado de manera positiva, y era algo que Toni no podía aportar.
A menudo se incorporan en el entrenamiento tenistas de la academia mientras Toni y Moyá observan y dan indicaciones. Jaume Munar, de 20 años, es uno de ellos, y está bajo la tutela de Tomeu Salvà, amigo de la infancia de Nadal. Ambos, también, son mallorquines.
La intimidad es sagrada en Mallorca, la discreción es un valor y hablar de uno mismo, en especial si se destacan virtudes, se considera una inmodestia. Tratar de sobresalir por la razón que sea está muy mal visto. La prudencia y la reserva predominan en el carácter del isleño, que es orgulloso y observador reservado, alejado de lo estridente. Los gestos, miradas y actitudes son más importantes que la palabra. Llegar puntual a una cita es una eventualidad o un despropósito. El tiempo es un bien inagotable: nada se resuelve de manera acelerada en el paraíso del lento disfrute.
Estas definiciones surgen del libro Queridos Mallorquines (1995), de Guy de Forestier, seudónimo del arquitecto e ingeniero industrial catalán Carlos García-Delgado Segués. La obra indaga en la filosofía isleña. Es una especie de guía sobre la manera de ser de los habitantes, donde el vínculo familiar es un pilar fundamental, que en el caso de los Nadal alcanza ribetes curiosos.
Hijo y nieto de manacorenses, Rafa es parte de un linaje familiar que construyó con su pueblo un entramado afectivo imposible de racionalizar e incapaz de traicionarse, asumido con naturalidad por cada miembro sin posibilidad de rechazo ni duda alguna. Los Nadal funcionan como un clan, con ética y estética propia.
Sobre la costa del municipio, en Porto Cristo, a 14 kilómetros de Manacor, Sebastián y Ana María Parera, padres del tenista, tienen una casa frente al mar cerca de otros familiares. En un ala, en una especie de departamento propio, vive Rafa. Ana María preside la Fundación que lleva el nombre de su hijo, Sebastián oficia de patrono y la directora de Proyectos es María Francisca Perelló, novia de Nadal desde la adolescencia, una manacorense con perfil bajo, alejada de la fama y la prensa, renuente a dar declaraciones.
Entre ellos se comunican en mallorquín, variedad geográfica del catalán, la lengua que predomina en la isla, como el español. Rafael, el abuelo paterno, que falleció en 2015, a los 85 años, se propuso mantener unida a toda la familia junto con su esposa. Hermanos, sobrinos y tíos comparten inversiones y negocios inmobiliarios dentro y fuera de Manacor bajo un mantra inconmovible: la primera y última regla es la fidelidad familiar, que tiene códigos inquebrantables.
Miguel Ángel es otro tío del tenista. Fue un destacado defensor de la selección española de fútbol, del Barça y del Mallorca en la década del 90. El Polideportivo municipal del pueblo lleva su nombre. Jamás se puso en duda que Sebastián, su hermano mayor, lo iba a representar sin cobrar sueldo.
Hace 27 años que Toni entrena gratis a su sobrino. Duro y espartano, con una prédica clara, poco condescendiente y miles de horas de entrenamiento, sembró en Rafa la fuerza mental y la disciplina necesarias para demoler rivales con lealtad, sin trampa y una conducta de caballero.
Desde chico le aconsejó que pegara fuerte y luego a controlar el disparo. Poco a poco comenzó a forjar su mente para competir. Sin contemplación, lo trataba de manera injusta ante sus compañeros de clase: le hacía recoger las pelotas, barrer la cancha después de la práctica y exigía que no se quejara; si entrenaban solos, el niño jugaba debajo del sol, y restaba méritos a los primeros triunfos en el circuito mallorquín, porque siempre hacía falta mejorar más y más. La finalidad era estratégica: enseñarle a aguantar, blindarlo mentalmente.
En 2018, Toni estará más presente en el día a día del centro deportivo. Miembro del equipo directivo, se define como un “formador” que acompaña el desarrollo de los alumnos. El 7 de octubre dio una clínica de tenis para menores de 18 años en el marco de la Fiesta del Deporte que se organizó en el predio del Rafa Nadal Sports Centre, mientras su sobrino disputaba el Masters 1000 de Shangái en China.
Fue un día soleado y caluroso en Manacor. Las gradas de la cancha central poco a poco se llenaron de niños y adolescentes. Cerca de las 14 apareció Toni por el túnel vestido de blanco y saludó con el brazo en alto luego de la presentación del animador, que alternó música pesada con rock a lo largo del día, hasta que las clases al aire libre de fitness y zumba lo coparon todo.
Toni atravesó la cancha y por la cabecera de una de las gradas cortó camino hacia donde iba a dictar la clase con sus colaboradores. Ahí me presento, le extiendo la mano y pido una entrevista.
–Puede venir cuando quiera –responde–. Yo estoy todos los días por la mañana.
–Me parece mejor si podemos coordinar un día.
–Eh… bueno, la semana próxima.
–Lo llamo por teléfono –dije, con la libreta y la birome en la mano.
–Sí, anote.
A los pocos días suena el celular de Toni. Dice que se acuerda, que viaja a Eslovenia y que puede hacer la entrevista la próxima semana. Quedamos en conversar. El martes 24 suena el celular de Toni, dice que se acuerda, pero que tiene un probable viaje a Málaga y que lo llame al otro día para confirmar. El miércoles suena el celular de Toni y Toni no responde. Es de noche en Manacor y le envío un WhatsApp corto con alternativas de días y horarios. Nada rígido. Al rato, miro el celular: el mensaje sin respuesta tiene dos tildes celestes. Así se queda.
Rafa, mi historia (2011) se llama el libro que escribió el periodista inglés John Carlin con el tenista, una suerte de biografía que abarca todos los aspectos de su vida y narra de manera detallada el triunfo ante Federer en la final de Wimbledon 2008, definido por John McEnroe como “el mejor partido de tenis jamás visto”, y la conquista del US Open, en 2010, frente al serbio Novak Djokovic.
“Descubrí que Rafa es igual de buena gente en privado y en público. Tiene la misma personalidad”, dice Carlin desde Londres. “Tuve la oportunidad de entrevistar a muchos famosos, como políticos y actores, y para mí fue importante constatar en Rafa que es igual de respetuoso con la azafata del avión que con el rey de España. Es la máxima virtud que puede tener un individuo en este mundo. Estuve con él en varias ciudades y la presión es permanente. Lo siguen el público, periodistas, posibles patrocinadores. En Australia, no podía salir de la suite del hotel. A cualquier lugar del mundo que vaya no puede caminar. Manacor es su refugio. Cuando no está jugando al tenis, es un mallorquín relajado, tranquilo, no tiene mucha noción del tiempo, llega tarde, pero cuando toma la raqueta se transforma. No le gusta perder a nada, es un competidor nato con una fuerza mental impresionante”.
Tras obtener el US Open, en 2010, Nadal fue a cenar con su equipo y su familia; al otro día concedió una entrevista en la calle a la cadena NBC por la mañana y después se tomó fotos en Times Square, como indica el protocolo del torneo, custodiado por un cordón de policías mientras los fans gritaban y las bocinas de los autos lo cubrían todo.
“Terminó con el tiempo justo de llegar al aeropuerto JFK y embarcar en el vuelo nocturno, rumbo a España, y llegar a Manacor al día siguiente, a mediodía”, dice Carlin en su libro. “No había banda de música ni comité de bienvenida, no había ningún alboroto en absoluto. Aquella noche salió con sus amigos de la infancia y a la mañana siguiente, a las 11, volvió a la pista para cambiar pelotazos con su tío Toni, los dos tan absortos y serios como siempre, como si todo se estuviese aún por jugar y no hubiera conseguido mucho”.
–Es una bestia dentro de la cancha. Inagotable en energía, con un ritmo de bola e intensidad pocas veces visto –dice Mónaco–. Como compañero de dobles, era un privilegio. Hacía la mayoría de las cosas. Enfrentarlo, mejor no recordarlo. Lo he enfrentado en sus mejores momentos y era imposible sostenerle el ritmo. Era intratable: la sensación de estar jugando contra una máquina.
–Nadal pudo haber abierto su academia en Madrid, Barcelona, Pekín, París o Dubái. ¿La tiene en Manacor por amor al pueblo, como una forma de agradecimiento? –pregunto a Carlin.
–Rafa siente más que amor por Manacor, es una cosa casi biológica, fundamental, primaria, básica. La palabra amor no le hace justicia al sentimiento que tiene por su pueblo. Es un vínculo muy fuerte. Ante todo, Manacor es el refugio del guerrero. Él sale a la guerra con su espada, vuelve y la coloca en la pared y puede volver a ser Rafael. Nadie lo llama Rafa en la familia. Rafael vuelve a ser Rafael y puede ser uno más. Y eso para su salud mental es importantísimo. A eso hay que agregar la familia, la estabilidad, el arraigo que necesita. Toda su vida vivirá en Mallorca. No tengo la más mínima duda.
Suena el teléfono en la casa de Rafael Nadal. Atiende una mujer. La voz es suave, amable, serena. Es su mamá. Dice que no charla del hijo con periodistas, que solo habla de la fundación y que siempre hizo así. Después de un silencio breve, concede: “Rafael no viviría en otro sitio del mundo. Manacor es su vida, sus amigos y su familia. Es lo único que puedo decirle”, agrega antes de despedirse.
Una señora atiende el teléfono en la casa de Juan Parera, tío y padrino del tenista. La voz es fuerte, la comunicación chillona, como lejana. Luego de presentarme, digo:
–Quisiera hablar con Juan Parera sobre Rafael Nadal.
–De esas cosas no hablamos –responde–. Dice que lo siente mucho y se disculpa antes de cortar.
El viernes 17 de diciembre de 2010, la sala más importante del Ayuntamiento se llenó a las 19. Funcionarios municipales hablaron de orgullo, destacaron valores deportivos y cualidades humanas. Rafa estaba sentado en primera fila, flanqueado por sus padres, abuelas y abuelos, y en medio de los aplausos, se levantó a recibir la medalla y el diploma que lo proclamó “Hijo Predilecto de Manacor”.
Una pantalla gigante y grandes estufas de butano se instalaron en los corredores del claustro Sant Vicenç Ferrer para que los vecinos siguieran el evento resguardados del frío.
–El reconocimiento en casa propia siempre es mucho más emotivo del que uno recibe en otras partes del mundo, porque aquí es donde tengo previsto vivir durante toda mi vida –dijo a Setmanari y Manacor Comarcal, entre otras publicaciones locales que cubrieron el acto–. Visite el lugar que visite, siempre me muestro encantado de poder decir que soy de Manacor.
Dos de agosto de 2017, 12.20. rafael Nadal descansa tras el último entrenamiento antes de viajar a Canadá. Sentado y cubierto de sombrillas rojas, charla con Toni y les tira agua a dos niños que lo acompañan. Ellos se ríen y se alejan a la cancha vacía. Al costado, Carlos Moyá se refresca mientras conversa con un colaborador.
El zurdo de Manacor se levanta para saludar a sus fans que lo aguardan en las gradas. Le piden una foto, algunos lo abrazan, le extienden la mano. Firma remeras, vinchas, papelitos. Regresa a la sombrilla, se coloca el raquetero al hombro, una mochila y cruza la cancha acompañado por los aplausos que bajan de los cuatro costados y de la terraza del centro deportivo. Se detiene por más pedidos y enseguida ingresa en el túnel directo hacia el vestuario.
Para los tenistas profesionales, el court, más que un campo de batalla, se convierte en una especie de refugio en cualquier lugar del mundo. Nadal despliega su juego en Montreal, en Roland Garros, en el Madison Square Garden. Allí donde lo lleve el circuito de elite. Pero apenas puede, se sube a un avión y vuelve a pelotear en Manacor, su lugar en el mundo.
Juan Ignacio Orúe