Miguel San Martín y la conexión con el futuro
Formó parte de Curiosity, la misión que hizo pie en Marte, y ahora de un equipo que planea llegar a Júpiter. El ingeniero argentino que trabaja hace 31 años en la NASA cuenta su historia y habla de los próximos desafíos
Camina por lo que fue su barrio, a pocas cuadras de Arenales y Austria, donde Miguel Alejandro San Martín vivió con sus padres, sus tres hermanos y su hermana hasta cumplir los 18 años. Él era el menor. Se recibió en un colegio industrial y estaba decidido a migrar a los Estados Unidos, con la ambición de llegar al espacio y formar parte de la NASA. Y lo logró: desde hace más de tres décadas trabaja como ingeniero espacial en ese organismo, donde formó parte, por ejemplo, de Curiosity, la misión que hizo pie en Marte. ¿Edad? Lo piensa. “57. Siempre tengo que hacer la cuenta”, explica. Su esposa, Susan (58), lo acompaña en la visita. Sus dos hijas trabajan y estudian en su país de origen: Samantha (29) y Madeleine (23). A sus espaldas tiene la Biblioteca Nacional, ícono del brutalismo, que no había sido construida por Clorindo Testa cuando Miguel todavía merodeaba por estas calles. “Cuando era chico llevaba mis barcos a control remoto a la fuente que había en medio de la plaza. Sigue estando, ¿no es cierto?”, pregunta mientras señala hacia Libertador. “Ahora está enrejada”, aclara el fotógrafo, y aprovecha para pedirle que sonría para la cámara. Al ingeniero le cuesta, pero hace el esfuerzo. Luego atraviesa el edificio por dentro y descubre su fecha de fundación: 10 de abril de 1992. Se sorprende de que Menem lo haya inaugurado. Debajo de sus pies descansan tres millones de libros y otros tantos millones de diarios y revistas. En esos mismos cimientos yace el recuerdo del viejo Palacio Unzué, que fue entre otras cosas la antigua Residencia Presidencial de la República Argentina. Eva Perón falleció en el primer piso de la fachada que ya no existe. “Todo esto no estaba cuando me fui, pero ya había varios edificios altos”, agrega, y sigue camino hacia Agüero, donde está el bar Macedonio Fernández. Allí se lleva a cabo la entrevista. La estatua de Borges pasa inadvertida entre rejas. La charla empieza por ósmosis cuando sirven el café.
¿Viene seguido a la Argentina?
Antes del Curiosity no veníamos tanto. Estuvimos como cinco años sin volver. Nuestras hijas todavía estaban en el colegio, consumiendo capital, y yo estaba muy ocupado en el laboratorio de la NASA. Fueron años de mucho sacrificio personal, y de toda la familia, porque yo no estaba en casa día y noche. Mi récord fueron tres meses trabajando todos los días, incluidos sábado y domingo.
¿Su mujer qué decía?
Y..., se la bancaba bien. Me apoyó siempre, sin ningún problema. Ahora por lo menos estoy en casa los fines de semana. Creo que esa etapa terminó, al menos por ahora.
Después de Curiosity sus compromisos en el país parecen multiplicarse, ¿no es así?
Eso sucedió en parte por el Social Media. Hace que se difunda que vengo al país entre un grupo de personas que me siguen por Twitter (o por LinkedIn o Facebook), y vamos a colegios, que se eligen en forma aleatoria. Los chicos están muy interesados en este tema. El caso más curioso ocurrió una semana antes de hacer este viaje. Estaba en casa escribiendo y escuchando una radio argentina y tuitié: “¿Cuántas líneas de código del Curiosity habré escrito escuchando Blue FM?”. Entonces, mis seguidores me empezaron a hacer preguntas: ¿cuántas líneas de código tiene el Curiosity? ¿En qué lenguaje está escrito?, etcétera. A medida que respondía cada vez hacían más preguntas. Entonces les dije: “Che, muchachos, busquen un lugar en la Argentina y la seguimos ahí”. Finalmente nos reunimos en la Facultad de Ciencias Exactas.
¿Una juntada como solían hacer los antiguos griegos, en el ágora, para charlar?
Exactamente. A charlar. Fue interesante porque era la primera vez que no hacía una presentación. Era tipo un actor studio, que le llaman. Hubo mucha gente e hicieron muy buenas preguntas. Las nuevas generaciones están totalmente conectadas con el futuro. Es algo muy lindo para nosotros, porque vemos que los jóvenes se vienen con todo, y que de alguna manera los estamos inspirando. Tal vez esa es la parte más importante de nuestro trabajo.
¿Cómo se hace efectiva esa inspiración?
Cuando los chicos se anotan en carreras STEM, que significa Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas. Se reconoce que una sociedad moderna tiene que estar basada en estos pilares. El impacto que está teniendo la tecnología es impresionante, cambia el panorama de un país. Todos los aparatos que tenés sobre la mesa, mientras hacemos esta interview, no existían hace diez años. Punto.
¿Cuántas líneas de código tiene el Curiosity, ya que lo mencionó?
Cinco millones de líneas de código, de las cuales dos millones están escritas a mano y tres millones son hechos por un auto-cod, que se generan automáticamente por un imput que hay que ponerle.
Susan habla bien el español, sin abandonar nunca la tonalidad norteamericana. Miguel por momentos olvida palabras, pero las busca en su memoria hasta que le salen. Se conforma con sinónimos. Tiene unos anteojos Gucci que no se empañan a pesar de la humedad, un aire a Carlos Bianchi y mucho cariño por Estudiantes de la Plata, el club del que es hincha. Se acerca el mediodía: el deadline de la nota. A esa hora comerá con su hermana y a las 17 partirá hacia Ezeiza para regresar a Los Ángeles, donde vive y trabaja hace 31 años. Si bien Miguel siempre está informado sobre Curiosity –nave que aterrizó en Marte el 6 de agosto de 2012–, su labor actual en la NASA está cinco años más lejos que el Planeta Rojo: en Europa, una de las lunas de Júpiter.
¿A qué edad dejó la Argentina?
Cumplí los 19 cuando llegué a Estados Unidos, en 1978. Fui a tomar un curso de inglés para poder ingresar a la universidad. Me fui sin saber hablar mucho y sin conocer el sistema. Lo que sí, me había recibido en el Pío IX, un colegio industrial en Almagro que me había preparado muy bien. De chico me la pasaba haciendo radios y experimentos, siempre supe que quería ser ingeniero. Me acuerdo de estar viendo un despegue en un noticiero, junto con mi padre, y que le pregunté cuándo me iba a llevar a ver un cohete. Él se rio. “No, no es en este país. Queda en un lugar muy lejos de acá.” Yo ya estaba en el laboratorio cuando falleció, pero lamentablemente no pudo ver mi primera misión.
¿Le costó mucho el exilio y el abandono de su familia?
Bueno, había tenido una vida muy protegida, como era bastante común en esa época, así que el cambio, sí, fue muy abrupto. Llegué a la Universidad de Cornell, en Nueva York, sólo porque un amigo de mi padre había estudiado ahí. Es un lugar hermoso. Un campus en una montaña con pequeños arroyos; en ese sentido estaba totalmente inspirado, aunque en invierno la tasa de suicidios aumenta bastante. Carl Sagan fue profesor allí. Fue una coincidencia. El era un héroe de la juventud. Todo aquel al que le interesaba el espacio lo admiraba. Yo iba a sus clases seguido. Lo conocía por la misión Viking y por los artículos que leía, antes de la serie Cosmos. También era mi héroe.
¿En Cornell también estudió Ingeniería?
No, porque mi primer intento para ingresar en la universidad fue fallido. Me rechazaron en Cornell. Fue medio cómico. Allá tenés que tomar un examen que se llama SAT –Scholastic Aptitude Test–, y después mandás las notas a las universidades donde querés estudiar. Se preparan y practican varios años para eso. Nuestras hijas practicaron mucho en el colegio secundario. Cuánto mejor es el score, más probabilidades de entrar en una mejor universidad. Resulta que llegué, me preguntaron por el SAT y no supe qué decir. ¿Qué es eso? “Ah, estás rejugado –me dijeron–; además, tenés que anotarte con tiempo”. Me dijeron que me apareciera en lista de espera. ¿Viste cuando vas a tomar un avión y no tenés asiento, por si alguien no llega? Bueno, me puse en esa lista y lo tomé, sin prepararme.
¿Cómo le fue?
Bastante bien, pero no lo suficiente para Cornell. Me dolió mucho. Además, había aplicado sólo para estudiar ahí, y allá acostumbran aplicar en cuatro o cinco para que te acepten al menos en una. Incluso me daba la sensación de que no era ético, mirá lo desconectado que estaba con la cultura y el sistema. Pero bueno, había llegado un poco engreído, por mi educación en el industrial, y la experiencia me sirvió para adaptarme.
¿Qué hizo luego?
Miré el mapa y descubrí que a una hora de distancia había una universidad en Siracusa. Me tomé el autobús y fui para allá, con cartas de presentación que habían escrito mis profesores del secundario y mis notas del SAT. A la semana me llegó una carta diciendo que me habían aceptado. Terminé estudiando en Siracusa y, como no hay mal que por bien no venga, allí conocí a mi mujer.
El fenómeno de las redes sociales transformó a Miguel en un líder de opinión a la mano. Desde su Twitter, @MigOnMars, suele responder preguntas, organizar charlas sobre el espacio cada vez que viene al país e incluso formó parte de una salida multitudinaria junto con sus seguidores. Fue en 2015. Se reunieron más de 60 personas para ir al cine a ver el estreno de Misión rescate, protagonizada por Matt Damon. El experimento resultó exitoso y la película le pareció bastante creíble. Miguel se termina su segundo café. Susan le pregunta si quiere el tercero.
“Fueron cuatro años en la Universidad de Siracusa. Me recibí de bachellor (lo que acá sería un título de ingeniero electrónico) con la nota máxima, y con ese puntaje pude aplicar a varias universidades. Entre ellas me aceptaron en el Massachusetts Institute Technology (MIT). Fue muy importante, porque ahí la NASA manda a reclutar gente. Como estaban interesados en mí, fui a California a una entrevista, en 1985. Después de conocer el JPL [Jet Propulsion Laboratory], me ofrecieron un trabajo como miembro del equipo de navegación del Magellan, una misión a Venus que se estaba planeando. Y así entré, hace 31 años. Hasta hoy es el único trabajo que he tenido.”
¿En qué está trabajando actualmente?
Bueno, después del aterrizaje del Curiosity mis responsabilidades con el tema terminaron abruptamente. Es una de las cosas raras de este trabajo: estás a mil y de repente se termina. En este momento, el Curiosity se está acercando cada vez más al Monte Sharp, que es una montaña de cinco kilómetros de altura donde están todas las capas sedimentarias que se acumularon a través de los años, y donde se encontró evidencia de agua, de hace miles de millones de años, y otros elementos básicos de la vida que indican que en su pasado fue un lugar habitable. Ahora se sigue investigando para comprobarlo aún más. En 2020 va a despegar una nave gemela del Curiosity, con mejores instrumentos, para hacer la próxima tanda de experimentos. Va a tomar muestras para que otra nave espacial la traiga de vuelta a la tierra y acá se investiguen los elementos con mejores herramientas. Serían tres misiones.
¿Qué va a llevar ese vehículo?
Entre otras cosas, un laboratorio chiquito que transforma el dióxido de carbono en oxígeno, tanto para respirar como para generar combustible. Algo así aparece en la película Misión rescate. Eso sería una inversión a largo plazo.
¿Perjudica a la NASA la competencia privada que surgió en los últimos años?
No lo llamaría competencia privada, al contrario, es una colaboración que siempre existió. No todas las naves espaciales son fabricadas en la NASA. Si bien el Curiosity lo fue, hay muchos cohetes hechos en otro lado. Claro que los costos son altísimos. Elon Musk, que es un nuevo Steve Jobs, quiere romper con eso. En la cohetería sería un Henry Ford, porque está tratando de abaratar el costo del lanzamiento. Una vez que pase eso, podés invertir más plata en las misiones. Es una colaboración. La NASA puso una licitación para que la industria privada abastezca a la estación espacial con cargas y astronautas.
¿Sigue en pie la misión a la luna de Júpiter?
Sí, estamos estudiando mandar un módulo de descenso a Europa, una luna de Júpiter de mucho interés desde el punto de vista de la astrobiología. Tiene océanos de agua líquida bajo una capa de hielo. Y lo más interesante es que los científicos creen que debajo de esa capa hay rocas. Eso es importante porque la roca proveería los componentes necesarios para la vida. También saben que hay compuestos orgánicos.
¿Su misión es hacer aterrizar el módulo?
Claro. Estamos diseñando un sistema totalmente diferente al Curiosity. El desafío es que todavía no sabemos cómo es la superficie terrestre. Tenemos muy pocas fotos de Europa. Lo poco que sabemos y que podemos extrapolar es que el lugar puede ser horrible, incluso pueden haber estalactitas en el suelo. Sería peligroso. Por eso estamos tratando de crear un tren de aterrizaje especial. Otro desafío es que hay una alta radiación, porque el campo magnético de Júpiter atrapa todos los iones que vienen del Sol y de Aion, que es una de las lunas que genera radiación. Así que todo tiene que estar blindado para que no se dañen los instrumentos, que se cocinarían. Además, como no hay atmósfera, no podés utilizarla para frenar, con lo cual hay que llevar una cantidad de combustible infernal.
¿Estamos más cerca de colonizar el espacio?
Hablemos primero de poner un ser humano en Marte, que es mucho más difícil que en la Luna. A la Luna ibas en una semana, en un solo cohete; mandabas a dos tipos, ponían la banderita y volvían. A Marte, lo equivalente de eso es mucho más difícil. El vuelo duraría ocho meses (a Europa 5 o 6 años, dependiendo de la nave) y se correría el peligro de sufrir una explosión solar que aumente la radiación. Y después hay que aterrizar. El Curiosity pesa una tonelada. Para bajar a un ser humano tenés que pensar en una nave de 30 a 50 toneladas, y después traerlo de vuelta. La buena noticia es que estamos haciendo los cohetes, y que la industria privada –como el caso de Elon Musk–, puede bajar el costo de lanzamiento. Esa es la esperanza. Yo no me permito soñar más para adelante. Me gusta trabajar en las cosas que se pueden hacer ahora, que me dejen las manos engrasadas.
¿Cómo está la Argentina en materia espacial?
Tiene capacidad para hacer todo este tipo de cosas. Tal vez no tiene el número, porque la población es más pequeña, pero la capacitación es suficiente. Si se decidiera, creo que la Argentina podría poner una nave a orbitar Marte. El Arsat, por ejemplo.
¿Le gustaría ser convocado para trabajar acá?
Sí, obviamente. Sería lindo poder contribuir con el país que me dio tanto. La Argentina me preparó para cumplir el sueño de trabajar en la NASA. Soy muy agradecido y afortunado de haber nacido en este lugar. Muchos que están acá no se dan cuenta de eso.
Fotos: AFP, Diego Spivacow, NYT y gentileza
Juan Cruz Sánchez Mariño
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