El Discman, en el manual para millennials
En el medio entre el famoso walkman y el ya casi en desuso reproductor de MP3 o iPod (que reinaron en el siglo XXI hasta la revolución de los smartphones y streamings) estuvo el discman: un reproductor de CD portátil para escuchar con auriculares. Se lanzó al mercado mundial en 1984, en el segundo aniversario de la primera producción en masa del CD, y llegó a la Argentina en la década del 90.
Breve, pero contundente
Sony fue la empresa que vio el potencial y creó el dispositivo: el D-5/D-50, que bautizaron Discman. Para 1998 habían vendido 50 millones. Ese número igual no refleja el uso masivo mundial, ya que otros fabricantes se sumaron con sus versiones y salieron al mundo por miles. Las versiones más sofisticadas venían con cargador, pero en el común más genérico el aparatito iba con pilas recargables que solían durar una hora o dos.
El gran auge
Era incómodo salir con varios CD y uno solo era muy breve y repetitivo para ir escuchando por ahí. Así que en el inicio de los MP3, el compact disc se convirtió en el medio perfecto para almacenar cientos de canciones. Entonces sí, antes de la masividad de internet portátil, llegó el momento de gloria del discman cuando incorporó a su tecnología el soporte MP3. Un disquito y toda la música para cerrar el siglo XX con auriculares.
La modernidad
- El look. El discman no entraba en bolsillos de pantalones ni camperas, así que iba en las mochilas o colgado de la cintura, porque para aquella época se lo veía pequeño.
- La onda. A diferencia del walkman, no era económico, así que en un principio era bastante estrafalario ver a alguien con uno. Se usaban para hacer ejercicio o salir a correr, cuando nadie le decía running
- Los problemas. Si bien el CD ofrecía mucha más calidad que el casete, el discman era mucho más sensible y podía saltar si estabas en movimiento. Por eso había modelos con sistemas antishock, que evitaban pausas en la reproducción durante el trote.
La cápsula rítmica, un nuevo paradigma
La idea de salir a la calle en tu propia cápsula rítmica cambió la relación con la música de toda una generación. Los jóvenes de la década del 80, y luego los de los 90, podían ir por la calle con sus dispositivos: primero walkman, después discman.
Fue una válvula de escape para muchos adolescentes y adultos jóvenes que de pronto podían disfrutar de la música de un modo más personal, y portátil. Dejar afuera todo lo malo. Y entonces comenzó la queja que ahora se les adjudica a los celulares: nadie presta atención, todos están abstraídos en otra cosa, ninguna persona está presente en el presente.
En los 80, en Nueva Jersey se llegó a prohibir cruzar la calle con los auriculares puestos. Había alarma entre las personas más grandes, quienes no entendían esta dinámica que hoy es de uso común, y en el Chicago Tribune salió una columna que afirmaba que la música portátil "sustituye algunas drogas como un dispositivo que altera el ánimo y la mente" y hasta anunciaba un Apocalipsis. Advertía que, de este modo, "la sociedad está preparada para colapsar".
Cuatro décadas más tarde, la culpa es del celular y las redes sociales, pero la queja y la advertencia es la misma. A veces, incluso, se la escucha en boca de quienes usaron discmans para viajar musicalmente por las calles.
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