Odisea: cómo hizo un guía para sobrevivir a la mordedura letal de una serpiente
Cuando habla de ellas el tono de su voz cambia, es más intenso, más brillante. Sin lugar a dudas, a Héctor Francisco Montoya Olaya le emociona hablar de las serpientes,de sus diferentes clases, de sus colores.
Al escucharlo nadie imaginaría que precisamente él sobrevivió a la mordedura de una de las serpientes más peligrosas de Sudamérica: una coral, coralillo o rabo de ají.
Héctor, quien es licenciado en Educación con énfasis en biología, educador ambiental y herpetólogo por pasión, coordinaba hace nueve años una visita de un grupo juvenil de la Policía al Parque Nacional Natural Tatamá,una reserva ambiental ubicada en la cordillera occidental, en Colombia, cuando sufrió un accidente del que pocos salen vivos.
El recorrido con los niños y otras personas adultas partió con las primeras luces del amanecer desde el municipio de Pueblo Rico, donde vivía Héctor, quien nació en Medellín hace 58 años.
La expedición se desarrollaba sin ningún inconveniente hasta que un niño,que se había separado unos metros del grupo, inocentemente agarró una serpiente de unos 25 centímetros y avisó a gritos de su hallazgo: "¡Miren qué culebra tan bonita!",exclamó.
Héctor también volteó a mirar y rápidamente distinguió los colores vivos de una de las serpientes venenosas de la familia Elapidae, la micrurus mipartitus. Se acercó rápidamente al niño y le dijo que le pasara el reptil.
Cuando Héctor ya tenía la serpiente en sus manos para tirarla hacia un matorral, el niño tocó la cola de la serpiente, esta se asustó y mordió a Héctor en su dedo índice derecho.
"La serpiente que me mordió era muy juvenil, un viborezno, que tienen un veneno muy poderoso porque necesitan que este sea potente para matar a la presa rápido ya que no tienen capacidad para perseguirla",rememora Héctor.
En ese instante, Héctor supo que el paseo se había acabado para él.
"Dios mío, esto se va a poner feo", pensó, pero mantuvo la calma y llamó por celular a varios amigos para preguntarles si tenían un caballo cerca; les contó que lo había mordido una serpiente muy venenosa y necesitaba llegar cuanto antes a un hospital.
El veneno de la rabo de ají es de acción neurotóxica,produce insuficiencia respiratoria y la muerte, si el paciente no es colocado en un respirador. Héctor sabía que en una media hora podría comenzar a sentir parestesias -sensación de adormecimiento- en el rostro, en el estómago y después comenzaría a dormirse.
Finalmente no apareció el caballo, pero sí una motocicleta para transportar a Héctor al hospital de Pueblo Rico.
En contra de lo aconsejable en este tipo de accidentes, en los cuales el paciente debe tener quietud, Héctor debió caminar varios minutos hasta encontrarse con su amigo que lo llevó al centro médico.
Comenzaron los síntomas
Cuando Héctor llegó al hospital, ya experimentaba parestesias en el abdomen y ptosis palpebral -el descenso de los párpados superiores- debido a la acción del veneno.
Ya acompañado por Irene Rojas, su esposa, Héctor informó del hecho a sus superiores en Parques Nacionales Naturales, mientras que un médico, que no sabía mucho de serpientes, buscaba un suero antiofídico polivalente para aplicárselo.
Cuando el médico preparaba la inyección, Héctor le preguntó qué le iba a colocar. "¡No, eso no me sirve porque el veneno de esa serpiente es diferente. Llame al doctor Santiago Ayerbe y él le explica qué deber hacer conmigo!", exclamó Héctor, quien ya hablaba entre dientes, como borracho.
El médico pediatra Santiago Ayerbe González, quien en 1990 describió una nueva subespecie de la rabo de ají, le dijo al médico que para salvarle la vida a Héctor debían trasladarlo inmediatamente a Pereira, donde podría hallar el antídoto para ese tipo de veneno mortal.
"Cuando me montaron en la ambulancia yo ya estaba prácticamente dormido y lo único que pedía con gestos era que no me dejaran tragar mi propia saliva porque podría broncoaspirar y morir. Mi esposa me cuenta que una enfermera y el médico iban a mi lado, pero el médico se mareó y pidió pasarse para la silla de adelante. Mi esposa se hizo a mi lado y fue quien advirtió que yo estaba cianótico y dejando de respirar", narra Héctor.
El médico, que ya se sentía mejor, hizo parar la ambulancia, examinó a Héctor y confirmó que estaba teniendo una insuficiencia respiratoria.
Por fortuna, la ambulancia, que era muy básica, tenía un resucitador manual y comenzaron a darle respiración hasta que llegaron al hospital del municipio de La Virginia, donde le hicieron una intubación orotraqueal.
Héctor debía llegar a una unidad de cuidados intensivos -UCI- con respirador en la Clínica Los Rosales, en Pereira, donde lo estaban esperando.
"A la enfermera le tocó seguir 'voleando' el respirador porque la ambulancia no tenía oxígeno. Le tocó oprimir ese tarro duro para que me impulsara aire hacia los pulmones. La pobre sufrió ahí porque yo, que he recibido capacitación en reanimación, sé que es estar con un respirador manual y un paciente. Eso es muy cansador, pero ella me logró llevar con vida hasta Pereira", recuerda.
Su última hora
Cuando Héctor fue conectado al respirador en la UCI, su pronóstico era muy malo, los médicos no le daban muchas esperanzas a su esposa debido a sus condiciones generales de salud.
Debieron inducirle un coma mientras conseguían, en alguna parte del país, el suero antielapídico -el único que sirve para ese tipo de veneno- por si había tiempo para aplicárselo.
Para reducir aún más las posibilidades de supervivencia de Héctor, ese suero no se conseguía en Colombia y tocaba traerlo desde Brasil.
La Dirección de Parques Nacionales Naturales, con la ayuda de un militar en retiro, esposo de una funcionaria de esa entidad, lograron traer el suero al país en seis días. Mientras tanto, los familiares y los compañeros de Héctor en Parques Nacionales Naturales hacían cadenas de oración para que él resistiera y con la dosis del suero pudiera reaccionar.
"Desde Medellín viajó a Pereira mi familia, viajó mi hermano mayor, luego mi hermana, estuvieron conmigo, muy tristes, muy preocupados porque sí parecía que era mi hora final", señala Héctor.
Inicialmente, Héctor recibió 20 ampollas de suero antiofídico y cinco dosis después empezó a reaccionar.Ya cumplía 14 días de estar en la UCI. Los médicos intensivistas decían que la recuperación de Héctor fue milagrosa porque solo esperaban su fallecimiento.
Héctor duró en total 20 días en la UCI, donde comenzó con las terapias para superar la neumonía que adquirió por permanecer tanto tiempo intubado.
También debió hacer terapias para recuperar la fuerza en sus extremidades y poder volver a caminar. Incluso, se pudo bañar, aunque con ayuda. Antes de que le dieran de alta, Héctor estuvo dos días en observación.
"Yo mido 1,73 y en ese tiempo hacía mucho ejercicio, practicaba mucho básquetbol y estaba fornido. Cuando entré a la clínica estaba pesando cerca de 78 kilos y cuando salí pesaba 60. Con el tiempo comencé a sufrir problemas renales y en este momento tengo una fibromialgia que es muy lenta y me detectaron una inflamación articular crónica. No sé si son secuelas del accidente ofídico, pero mi salud se deterioró, no volví a ser el mismo", revela.
Hoy, lo que Héctor más agradece a la vida es que cuando entró en falla respiratoria no tuvo daños cerebrales.
A pesar de esta experiencia, Héctor sigue estando muy cerca de las serpientes debido a su trabajo en Parques Nacionales Naturales. Ahora está en el Parque Las Orquídeas, ubicado en jurisdicción de Frontino y Urrao, Antioquia, donde también hace educación ambiental con niños. Lo que espera es no coincidir con otro tan inquieto como el de hace nueve años.