Sumergirse en las entrañas del Sexto Panteón del cementerio de la Chacarita es adentrarse en un laberinto de nichos superpuestos, rayos de sol que se cuelan por los patios en las galerías futuristas, donde las escaleras subrayan un escenario distópico. Silencio, ecos de piedritas que ruedan por las rampas, una mujer –La Parca– que guía un recorrido a la deriva por los rituales funerarios de la ciudad.
Entre flores de plástico, peluches y cartas descoloridas, los pasillos subterráneos del panteón suman voces y sonidos. Son personajes, guías de la travesía que acompañan a esta mujer a descifrar los misterios de este inframundo de hormigón. Un trayecto a la deriva conducido por la compañía de teatro La Mujer Mutante, que todos los sábados a la tarde realiza una experiencia performática.
Gratis, pero con cupo, este grupo de jóvenes sub 40 despliega la historia del cementerio y pone el foco en el Sexto Panteón, diseñado y construido por la arquitecta Itala Fulvia Villa entre los años 1950 y 1958. Visibilizar la propia historia de la arquitecta, relevar uno de los sitios más desconocidos de la necrópolis e indagar sobre los rituales funerarios porteños fueron las motivaciones de la compañía.
Caramelos, agua y respeto por el lugar
Luces y sombras acompañan el viaje hacia las profundidades del panteón que aloja alrededor de 40 mil nichos idénticos, unos arriba de los otros. Después de las recomendaciones de rigor –caramelos, agua y respeto por el lugar– el director Juan Coulasso guía a los participantes hacia una de las áreas parquizadas del cementerio. Al sol, sentados en el pasto, los asistentes se dejan llevar por los personajes, que repasan los hitos históricos, trazan una ficción con muchos guiños a la realidad y generan un clima de misterio.
La puesta se llama “Una obra más real que la del mundo”, y para realizarla ensayaron más de 8 meses en el lugar y casi la mitad del tiempo les llevó obtener los permisos. Las gestiones se trababan, había desconfianza, dicen los protagonistas y aseguran que es la “primera vez que se realiza una intervención artística en este cementerio”.
“Como sabemos que todo duelo es menos triste si lo atravesamos colectivamente, ésta es una invitación a conformar una comunidad circunstancial para realizar una caminata a la deriva por el cementerio más grande de nuestra ciudad”, invitan los jóvenes sub 40, intrigados por el misterio que rodeó la historia personal de Fulvia Villa. Así, investigaron detalles y hasta encontraron sus restos, en un bóveda familiar.
“Itala fue la jefa del emblemático arquitecto Clorindo Testa, no al revés como todo el mundo supone. Contamos con el archivo que nos facilitó la Dirección de Patrimonio y el testimonio de su heredero, Alfredo Spisso, quien trabajó con ella durante sus últimos 20 años. Itala fue una arquitecta excluida de los manuales de arquitectura”, detallan Flor Sánchez Elia y Nahuel Caputto, integrantes del elenco junto a Ignacio Pereyra, Victoria Roland y Nadia Lozano. Itala murió en 1991 y dejó un legado de corte brutalista, donde los símbolos escultóricos se descubren caminando por esta obra monumental.
“No hay manera de no entrar al cementerio, son 95 hectáreas. Ese fue nuestro punto de partida. Nos quedamos imantados con el lugar”, dice Flor Sánchez Elia. “Nos propusimos darle a este espacio una recuperación histórica”, subraya Coulasso. Las diferencias con el cementerio de la Recoleta se abordan desde el humor y la ironía. En los jardines internos, uno de los personajes repasa similitudes y diferencias, cuestiones de clase: “Todas las familias que fundaron Buenos Aires están en Recoleta, más de 25 presidentes y un premio nobel, Federico Leloir. En cambio a Chacarita vinieron a parar las familias de la inmigración. Acá descansan tres generaciones enteras de porteños”.
La otra peste
El relato apunta otra de las claves del cementerio que, en 1871 y a causa de la fiebre amarilla, se constituyó en escenario de las víctimas de la peste (más de 13 mil) que llegaban a bordo del llamado “tren de la muerte”, en el mismo recorrido que hoy hace la línea B del subte.
Mientras avanza un pedido de protección patrimonial, una iniciativa de las plataformas soyarquitecta.net y Nuestras Arquitectas, este universo funerario se las ingenia para exponer su belleza atípica a partir del contraste entre texturas, vegetación y catacumbas. “La obra es uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura y el paisajismo del Movimiento Moderno, tanto a nivel local como internacional. Y su autora es una de las figuras destacadas en el campo urbano-arquitectónico”, argumenta la nota presentada ante el gobierno porteño, pedido que retomó la legisladora María Cecilia Ferrero, para impulsar un proyecto de ley que integre los panteones subterráneos a la lista de los bienes patrimoniales de la ciudad.
Coulasso y compañía abordan la búsqueda performática en el espacio público con el fin de generar experiencias urbanas que permitan habitar estos sitios en comunidad. “Habitar la ciudad de otras maneras, el espacio común en contacto con la historia. En este caso, proponemos un paseo por la memoria. Ir a un lugar de muerte pero sin estar despidiendo a nadie.
En contacto con la memoria de la ciudad pero en un marco no traumático”, sugiere el director, que también se puso al frente del documental que registra la obra, con testimonios de los trabajadores del cementerio. En uno de los pasajes, el personaje de La Parca increpa al público: “¿Ustedes saben qué hacen los cuidadores? Se van a ocupar de ustedes cuando ya no estén”.
Durante dos horas y media La Mujer Mutante consigue ablandar la mirada sobre uno de los sitios escondidos y olvidados del cementerio, un artefacto urbano de una belleza particular.
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