Entre Miami Beach y Bal Harbour, este mínimo distrito promete con sus restaurantes multiétnicos, locales boutique y la reapertura del mítico Surf Club, convertido en hotel.
Lejos de las luces y el brillo de South Beach, este distrito muestra una cara poco frecuente de Miami . En vez de malls o cadenas, hay locales de autor. La playa es agreste, con clases de yoga, un largo boardwalk para andar en bici y espacio de sobra para pasar desapercibido.
Con sólo tres hoteles y algunos condominios frente al mar que no superan los 12 pisos (es el límite de altura permitido), hay garantía de sol pleno sin interrupciones. A esa medida ecofriendly se suma el hecho de que éste es uno de los spots favoritos de la tortuga Loggerhead, que llega a anidar entre mayo y octubre. El municipio impulsa la reducción de luz artificial durante ese período. En el pueblo, la especie protegida es homenajeada a través de trece esculturas de fibra de vidrio – la Turtle Walk –, cada una pintada por un artista del sur de Florida, para crear conciencia sobre su conservación.
Surfside siempre fue un barrio tranquilo (laid back, dicen ellos), de casas bajas, retirados en busca del sol de Florida y no muchas razones turísticas para detenerse. Pero dejó de ser "el barrio del medio", para tener vida propia: un puente ideal entre el vértigo de Miami Beach y el lujo de Bal Harbour.
A pasos del mar, en Harding Avenue, a lo largo de ocho cuadras, hay 31 restaurantes multiétnicos (varios de ellos, kosher): de comida griega, asiática, la heladería gourmet Serendipity Creamery, tapas afrodisíacas y un local especializado en macarons.
También hay boutiques fuera de serie, como Le Beau Maroc, que ofrece caftanes de alta costura confeccionados a mano por diseñadores marroquíes, otra de vestidos de novia o la excéntrica Her Royal Household, de la londinense expatriada Bera Kalhan, que se ocupa de reunir vajilla inglesa y memorabilia de la realeza británica, con un rincón dedicado a la reciente boda entre el príncipe Harry y Meghan Markle.
Glamour de los años 30
El hito para el impulso del barrio fue la apertura en 2017 del Four Seasons Surf Club. El nuevo hotel revive el famoso club de playa ideado en 1930 por Harvey Firestone, el rey del neumático, donde desfilaron personajes como Frank Sinatra, Elizabeth Taylor y Winston Churchill. Las fotos en blanco y negro del hall principal muestran la dolce vita que transcurría entre estas paredes en plena época de la Gran Depresión, cuando las prohibiciones eran moneda corriente.
En cambio, en este reducto hedonista valía todo: banquetes con alcohol que llegaba en barcos desde Cuba, noches de boxeo y bailes de disfraces hasta la madrugada. La leyenda dice que una vez llegaron a pasear elefantes por el ballroom para una fiesta lujuriosa. Si bien en un principio el cupo de miembros era de hombres exclusivamente, después se sumaron las mujeres al selecto club.
Después de varias décadas en abandono, la cadena Four Seasons lo rescató y recuperó su esplendor de la mano del arquitecto Richard Meier.
A la estructura original, de estilo mediterráneo, se le construyó por encima una moderna torre de vidrio, donde se distribuyen las 77 habitaciones con vista al mar (tienen detalles teatrales, como cortinas que se abren automáticamente y un regulador de luz que se adapta al momento del día y el estado de ánimo del huésped), tres piletas, un espectacular spa y un Champagne Bar —Le Sirenuse — de estilo retro chic, digno de película: ambientado con plantas tropicales, ventiladores de techo y música vintage.
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