
Una nueva oportunidad
Salvó su vida de milagro tras escalar el cerro Mercedario. Hoy, Francisco Bugallo pone toda su energía en la escuela agropecuaria del Valle de Barreal, en San Juan
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El deporte siempre estuvo presente en la vida de Francisco Bugallo, el muchacho que a los 29 años aún sueña con volver a escalar las paredes de una gigantesca montaña. "Yo vivía para ellas, hasta que el accidente modificó por completo mi existencia", confiesa con cierta nostalgia. Fue en 2006 cuando con su hermano Santiago fueron rescatados en helicóptero del cerro Mercedario, ubicado en el extremo sudoeste de San Juan, en el departamento de Calingasta. Allí permanecieron en emergencia, a unos 5200 metros de altura, tras haber hecho cumbre a 6770 metros. "Mi relación con las montañas arrancó en 1986 cuando mi familia abandonó Buenos Aires y decidió radicarse en el valle cordillerano de Barreal, en San Juan –cuenta–. Tenía 4 años. Pronto aprendí a admirarlas, a respetarlas, a introducirme en sus profundidades."
Hoy la realidad de Francisco es otra. Sólo puede caminar distancias cortas, lo que lo llevó a iniciarse en el kayakismo de aguas blancas (lo hace con su hermano menor, Agustín), además de realizar mountain bike y formar parte del equipo local de rafting. Después del accidente y tras ver truncado el sueño de dedicarse por completo a la ascensión de altas cumbres, retomó sus estudios, y consiguió el título de ingeniero agrónomo y enólogo. "Ahora me desempeño como docente del Colegio Jesús de la Buena Esperanza de Barreal (beneficiario del Proyecto Alfredo Hirsch para Educación Agropecuaria que lleva adelante la Fundación Bunge y Born). Estoy a cargo de la gestión técnica, es una apuesta interesante –reconoce–. Se trata de un ámbito muy familiar. Soy ex alumno, mi papá es el director (Fernando Bugallo, ingeniero agrónomo), mi mamá también trabaja ahí (María Celeste Martínez de Hoz, profesora de Educación Física) y mi hermano menor cursa. La escuela tiene dos especialidades, la agrotécnica y la gastronomía y turismo. Acá los chicos salen con un título técnico y esto es un cambio importantísimo para la zona. Se les dan las herramientas necesarias para que puedan trabajar de igual a igual con otro y por qué no, que apliquen todo su conocimiento en su lugar de origen, en su tierra. Es una apuesta muy interesante. Y que hayamos conseguido la certificación de calidad nos dio la fuerza necesaria para seguir apostando, además de devolver la autoestima a la comunidad. También tenemos un viñedo –cuenta entusiasmado–. Armamos un parral y un espaldero que nos permite tener diferentes variedades."
¿Estás haciendo tu propio vino?
Sí, la marca es Cara Sur, una clara referencia a la experiencia en el cerro Mercedario. Lo hago con mi novia Nuria, que también diseña las etiquetas, mi hermano Santiago y su esposa, María Paz. Las uvas, cepa Bonarda, son del valle de Calingasta, de la zona de Hilario, que es un paraje a unos 15 km de mi casa. Por ahora sólo lo estamos vendiendo en Barreal y a través del boca en boca; algunos nos contactan por mail (carasur.barreal@gmail.com).
El ascenso

Los andinistas Francisco (23) y Santiago (21) Bugallo estaban dispuestos a realizar la ascensión de la pared sur del Mercedario, en invierno (hasta ese momento sólo había sido ascendida una vez en 1996, también en temporada invernal y por su ruta normal), pero el mal tiempo los sorprendió y la historia cambió. "Al campamento base llegamos con una tormenta a cuestas. Tuvimos que quedarnos quince días esperando a que el tiempo mejorara –recuerda–. Cuando despejó hicimos el primer intento. La nieve reapareció. Volvimos a hacer el intento. Nos faltaba poco para llegar a la cima cuando entró otra tormenta por detrás. No la vimos, resultó imposible verla porque la tapaban cuatro picos, y la pared cuenta con pendientes de más de 60 grados. Nos agarró ahí. Tuvimos que dormir en una repisita en la pared a 6200 metros. Eso fue a las dos de la tarde y el viento no dejó de soplar hasta las 11 de la mañana siguiente. Ahí nos congelamos. Las temperaturas rozaron los 50 grados bajo cero. Se nos rompió la carpa y la manguera del calentador, que es la fuente de calor y de alimentación."
Cuando amaneció, Francisco se topó con una dura realidad. Las manos de su hermano estaban congeladas. "No podía usar las manos. Se le salían los capuchones de los dedos. No podíamos bajar. Es menos peligroso subir que bajar, así que sabíamos que había que hacerlo –cuenta–. Los dos éramos conscientes que arriba íbamos a tener señal en el celular."
En estas situaciones extremas, Francisco bien sabe lo importante que es conocer al compañero de turno. "Cada uno es responsable de la vida del otro. Es un compromiso tácito –asegura–. Son muchas las cuestiones a decidir. Es necesaria la conexión y conocer de antemano cómo responder."
¿El hecho de que tu compañero fuera tu hermano hizo que las decisiones a tomar tuvieran un peso mayor?
Sí, porque en nuestro caso sabíamos que teníamos que volver a casa los dos. No podía volver uno solo.
A pesar de las dificultades, los hermanos se ayudaron entre sí con la esperanza de encontrar la señal y poder hacer la llamada que los llevara de vuelta a casa. "La bajada por el otro lado era una zona conocida para nosotros –reconoce–. Cuando nos comunicamos contamos cómo estábamos y en qué situación nos encontrábamos para hacer el descenso."
Llevaban tres días sin comer ni beber cuando los encontraron. Estaban deshidratados, con congelamiento en las extremidades, la cara quemada por el frío y los labios partidos. "Nuestros cuerpos no daban más. Habíamos hecho todo el esfuerzo posible."
La otra odisea
De acá para allá. Hospitales en San Juan y en Buenos Aires. "Cuatro meses estuvimos internados." Santiago perdió todos los dedos de los pies. "En las manos tiene injertos –aclara Francisco–. Yo perdí la mitad de los pies y el talón izquierdo. No sabía si iba a volver a caminar. Pasé más de seis meses con muletas. Aún me quedan muchas cirugías por hacer."
Cuando piensa en lo vivido, lo que más lamenta es lo que padeció su papá. "Mi mamá subió montañas, sabe de qué se trata. Pero mi viejo no. A él le cuesta más entender qué nos ocurrió o por qué queremos volver. No logra comprender la pasión que despierta la montaña."
¿Pensás en volver a escalar?
Ojalá en un futuro pueda hacerlo, porque la montaña forma parte de mi vida.
Su primera expedición a la precordillera la hizo junto con su hermano Santiago, cuando sólo tenía 10 años. Ese viaje marcó un antes y un después en su joven vida. "Con 12 años me iba quince días a la montaña. En mi casa nunca le temimos. Mi mamá sabía de qué se trataba. Quizá no me dejaban ir a un boliche, pero sí a escalar una pared de hielo."
Fue en el verano de 2000 cuando, junto con Santiago y tres amigos, realizó su primera ascensión a un cerro de más de 6000 metros (La Ramada, 6420 metros). Hasta 2006 realizaron diversas expediciones y alcanzaron varias cumbres, entre ellas la del Aconcagua (6962 metros). "Hubo un momento en que ya no sólo nos entusiasmaba subir montañas –reflexiona–, sino que queríamos realizar las ascensiones por rutas alternativas, principalmente las de hielo. Por eso nos propusimos en 2006 una primera ascensión invernal a la cara sur del cerro Mercedario. Nuestro objetivo final era el Himalaya [la cordillera más alta de la Tierra, con diez de sus catorce cimas de más de 8000 metros]."
Tras el rescate y los largos meses de médicos y cirugías, Francisco se reincorporó a la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Cuyo para egresar, en 2008, con el título de ingeniero agrónomo y enólogo. "Después me fui a Europa, estuve tres meses dando vueltas."
¿Fue una manera de reencontrarte?
Sí. Necesitaba encontrarme conmigo mismo, solo y lejos. Fue una manera de redescubrirme con mis nuevas capacidades luego del accidente.
Aún faltan varias cirugías que enfrentar. "Tengo un injerto de dermis en los pies –describe–; es como caminar con los nudillos. Obviamente queda mucho camino por recorrer porque mis pies no están preparados para sobrellevar mi peso. Pero no me desanimo. Voy paso a paso."
El proyecto Alfredo Hirsch
- El Colegio Jesús de la Buena Esperanza de Barreal, San Juan, es beneficiario del Proyecto Alfredo Hirsch para Educación Agropecuaria que lleva adelante la Fundación Bunge y Born con el auspicio de Claudia Caraballo de Quentin y Octavio Caraballo, nietos de Don Alfredo Hirsch.
- El Proyecto tiene como objetivo que las escuelas agrotécnicas alcancen la certificación de calidad bajo normas ISO 9001/2008.
- Tras un buen camino recorrido (desde 2007), la escuela obtuvo la certificación de calidad en la formación agropecuaria y agroindustrial. El establecimiento se convirtió en el primero de la provincia en obtener el documento. "Un gran paso para la comunidad."






