Bai Sha Wan decía el letrero de aquella playa cercana a su nuevo hogar. "Significa Bahía Blanca", le dijeron y Alessandro no pudo más que suspirar: "Qué irónico, tantos miles de kilómetros recorridos y me acerco a un lugar del planeta llamado como mi amada ciudad argentina".
Como ítalo argentino y con una madre estadounidense, Alessandro Sossa siempre se había considerado un ciudadano del mundo y, aun así, inevitablemente su corazón palpitaba con una intensidad inigualable ante el recuerdo del país del sur, sus amigos, las calles del barrio y las travesuras de la adolescencia. Pero allí estaba, en una tierra lejana, y todavía podía escuchar las voces de la mayoría de sus allegados, que le decían que su decisión había sido una locura. ¿Por qué elegir un destino tan ajeno, tan extraño?
Años atrás había tenido la fortuna de partir hacia la universidad de Suiza con el objetivo de graduarse en Economía, algo que a sus 22 años logró con éxito. Sin embargo, hacia el final de su carrera comenzó a sentir que aquel título universitario por sí solo no tenía mayor valor agregado, y que debía hallar algún tipo de entrenamiento que le diera una ventaja a su currículum por sobre otras personas.
"Fue en ese momento que pensé que el idioma chino mandarín podría ser esa fuente de valor. Desde comienzos del siglo XXI se veía que China crecía a pasos agigantados, lo que la convertía en un mercado muy atractivo. Le pregunté a mis amigos descendientes de chinos y de taiwaneses en la Argentina cómo podría resultarme vivir en alguno de aquellos países para aprender el idioma", recuerda el economista. "Lo curioso es que prácticamente todos me recomendaron ir a Taiwán por ser una pequeña nación insular democrática, independiente de China en la práctica, muy simpática y conveniente para los extranjeros".
Convencido de que aquel era el sendero que lo llevaría por mejores caminos, en el 2003 Alessandro tomó la decisión de viajar a Taiwán por al menos un año, sin saber que sería un tiempo que se prolongaría mucho más de lo esperado. Al enterarse, su familia lo miró tal como si hubiera dicho que se iría a vivir a la luna. "Sé realista, es una pérdida de tiempo, sería mejor que te busques un laburito, acumules experiencia profesional y estudies francés o alemán", le dijeron; tan solo un amigo, que se había casado a los 22, lo alentó: "Me dijo que era una idea genial. Unido en matrimonio y con su mujer embarazada, sentía que ya no tenía ninguna chance de tomar una decisión tan irreverente; envidia de la buena me dijo que tenía, y me pidió que realizara mi sueño en su honor".
Hacia un nuevo hogar
Antes de su partida definitiva, Ale pasó un mes junto a su padre, que vivía en Italia, y otro con su madre, en Estados Unidos. Y, a pesar de que su familia se había desmembrado y ya no residían allí, viajó un mes a la Argentina, la tierra de sus pasiones: "Fui a ver al equipo de fútbol de mi alma, Boca Juniors, a la Bombonera. Estaba en sus años de gloria con aquellos héroes como Sebastián Battaglia, el Pato Abbondanzieri y el Mellizo; también me dediqué a disfrutar de los asados con mis amigos que tengo allá, en Bahía Blanca", se emociona.
Llegar a Taiwán fue una experiencia surrealista, Alessandro jamás había visto un lugar en el mundo que se le asemejara. La cantidad de carteles en un idioma con caracteres incomprensibles le generaron un impacto emocional fuerte; sentía que había arribado a otro planeta, no solo por el lenguaje, sino por las exóticas comidas que veía por doquier: "Al principio no sabía dónde comer. Muchas veces escogía aleatoriamente del menú y lo que llegaba no me gustaba. Recuerdo que una noche que había logrado pedir un arroz con gambas, ordené un té. Esperaba uno negro común, pero me trajeron uno cuyo sabor no me agradaba, no pude evitar soltar una lágrima de frustración, no conseguía alimentarme con platos que realmente me gustaran".
Pero, aun a pesar de aquellos primeros choques culturales, hubo otra primera impresión que lo colmó de dicha. Ante Alessandro, emergió inesperadamente una comunidad de gente en extremo cálida y amistosa, en su mayoría siempre atenta, en especial con el extranjero perdido en una sociedad extraña. "En épocas en donde no existía Google Maps, me extravié", rememora sonriente. "Dos taiwaneses desconocidos me ofrecieron ayuda sin conocer bien mi destino, ¡al final nos perdimos los tres y deambulamos juntos por más de media hora! Resultó ser una pequeña muestra de su gran solidaridad acostumbrada".
Otros impactos, otras costumbres
Al poco tiempo de su llegada, Alessandro tuvo la fortuna de hallar un espacio en una zona agradable llamada Shihlin, un suburbio a las afueras de Taipéi, la capital de más de 2 millones de habitantes (sin contar el área metropolitana), en una isla de más de 23 millones de personas distribuidas en una superficie de 36.193 km². Desde su casa hasta la academia ubicada en la gran urbe, apenas lo separaban veinte minutos de viaje en un subterráneo impecable.
En su barrio develó dos grandes ventajas: un mercado nocturno – el más grande de Taipéi – en donde podía encontrar miles de tipos de comidas y bebidas tradicionales o extranjeras, así como cientos de tiendas de vestidos, zapatos, maquillaje y accesorios destinados a las mujeres: "Representan el sector que mueve la economía del consumo local", observa. "Lo que todavía espero es que llegue el mate...". Y, por otro lado, halló una cantidad de verde que lo dejó maravillado. Enmarcada por la imponente montaña Yang Ming Shan, aguas termales, ríos, potreros con vacas y decenas de miradores hacia bellos paisajes, pronto descubrió que Shihlin contaba con una naturaleza incomparable al resto de las zonas capitalinas. "Y allí, a 40 minutos, puedo pasar un día de verano en mi otra Bahía Blanca (Bai Sha Wan), la playa cercana local".
Tanto en su pasado argentino, así como en sus pasajes por Italia y Estados Unidos, Alessandro había atravesado experiencias propias o cercanas de criminalidad. Fue por aquel motivo que en una ciudad como Taipéi, de más de 7 millones de personas incluyendo el área metropolitana, la inseguridad era algo con lo que había calculado desde los inicios. Sin embargo, su ausencia se convirtió en uno de los mayores impactos en su nuevo hogar: "Se puede caminar a mitad de la noche sin siquiera percibir un leve temor. No hay motochorros ni maleantes que le arrebaten la cartera a las chicas, ni robos a los coches estacionados en las calles. Es muy raro que ocurran tragedias: las mismas están asociadas a la salud mental", asegura.
"Hace un par de años se me cayó la billetera en un paseo por la montaña; tenía dinero, tarjetas de crédito y entradas para el cine para la próxima semana. Dos días después me llamaron de la estación de policía para recogerla: un taiwanés la había encontrado en la calle y la dejó intacta en la estación. No es que Taiwán sea un país tan rico como Suiza o Noruega, ni cuente con leyes super estrictas como alguna dictadura, ni con una policía intimidante; en Taiwán hay gente pobre también, las leyes me parecen hasta leves cuando se trata los robos, y la policía es tranquila y simpática, por ello mi conclusión es que acá hasta la gente mala, no lo es tanto".
Al argentino, sin embargo, la costumbre que tal vez más le llamó su atención resultó ser la gran proporción de maridos que cada mes le pasan el salario entero a sus esposas, para que administren los asuntos de toda la familia. A sus hombres, ellas le otorgan tan solo lo suficiente como para el transporte y el almuerzo laboral: "El poder de las esposas acá es impresionante. En teoría, son ellas las que pueden proteger la integridad de la familia de la mejor manera, según me han explicado los varones. Acá conservar la honradez es tan importante que hay una ley específica que prohíbe tener un amante fuera del matrimonio. El cónyuge que engaña y el/la amante pueden ser demandados por mucho dinero".
Calidad de vida, calidad humana
Luego de atravesar arduos años de estudio y rotar por trabajos que siempre le significaron un enorme desafío, Alessandro hoy domina el chino mandarín tal como había soñado. Esta meta cumplida, combinada con sus propios orígenes culturales, le abrió un sinfín de oportunidades laborales en el sector de la economía.
"Acá hay mucha demanda para ayudar a las empresas a desplegar nuevos mercados para sus productos y mejorar el marketing. Una limitación que los taiwaneses acarrean desde su sistema de educación es que le dan mucho énfasis a memorizar y no tanto a pensar en el porqué de las cosas. En áreas como marketing o creatividad, el conocimiento profundo de las diferentes culturas son esenciales y aquí hay mucha necesidad de extranjeros que puedan ofrecerles a las empresas el conocimiento, la inventiva, e idiomas para entrar en mercados específicos", asegura el hombre de 42 años, quien se desempeña en Delta Electronics, una empresa que fabrica tecnologías de ahorro energético, como cargadores de vehículos eléctricos, automatización de líneas de producción y edificios, sistemas de almacenamiento de la energía, y temas relacionados a la energía solar, entre otras cuestiones. "El secreto es comprender que, como extranjero, los jefes taiwaneses no tomarán tus consejos desde el inicio. Acá aprendí que hay que tener mucha paciencia y demostrarles, poco a poco, tu capacidad; una vez que hayas construido una buena imagen en sus mentes, te escucharán".
Para Alessandro, en Taiwán es posible tener una buena calidad de vida, siempre y cuando uno esté dispuesto a adaptarse. Con la ventaja del idioma, el joven supo hallar una comodidad valorable en todos los ambientes, e incluso fue capaz de acomodarse a la excelente cocina internacional – como la italiana, koreana y japonesa-, e incorporar algunos de los tantos ricos sabores de los platos locales.
"Además, el transporte es excelente, los taxis son baratos, hay suficientes parques, y es una ciudad que no duerme, por lo que podés encontrar lugares para comer o pasear hasta a las 4 de la madrugada. Lo negativo es que comprar un departamento acá cuesta lo mismo que París o más, sin ser tan bonito porque la gran mayoría de los edificios modernos capitalinos son feos. En mi opinión personal, los arquitectos locales dejan mucho que desear, creo que les falta la inventiva de los japoneses, italianos, españoles e incluso argentinos. A excepción del edificio Taipéi 101, diseñado con la forma de una asta de bambú, y algunos otros tradicionales, la mayoría de las construcciones en Taipéi expresan cero imaginación", agrega. "Pero para mí lo más importante es la calidad humana, que es fantástica. Tengo amigos taiwaneses de más de diez años. Diez minutos de conversación inicial fueron suficientes para forjar amistades duraderas".
Regresos
En cada uno de sus regresos a la Argentina, Alessandro siente que su corazón se le escapa del pecho, abrumado por la euforia. Pasear por Buenos Aires, tomar un café en Palermo, o reunirse en un asado con amigos a cantar melodías en apoyo a la Selección Nacional durante un Mundial compartido, son recuerdos impregnados de sensaciones épicas.
La última vez que visitó a sus amigos en Caballito tuvo la fortuna de asistir a una boda, un evento que se transformó en una experiencia inolvidable : "Los casamientos en Taiwan son aburridos, solo una cena y ya. En esta fiesta pude ver a la gente bailar y abrazarse sin conocerse; me recordó con intensidad lo lindo que es ser argentino, la pasión latina que tenemos, que no se iguala con casi ningún otro lugar del mundo", expresa profundamente conmovido.
"Leo el diario argentino todos los días y me duele ver sufrir a tanta gente a raíz de los problemas de corrupción e inseguridad. Acá en Taiwán hay gobernantes corruptos como en todo el mundo y varios han salido beneficiados con impunidad, sin embargo, ves al país con recursos suficientes para mejorar la infraestructura, por ejemplo. Lástima que se sientan `obligados´ a comprarle armas a Estados Unidos. En mi opinión, es un tipo de tarifa de protección como la que cobran los mafiosos a los comerciantes en partes de Italia, a fin de mantener la integridad de sus negocios. Digo lástima, porque con buena parte de ese dinero se podría ayudar a que la gente joven, y relativamente pobre, estudie y tenga un mejor porvenir".
Aprendizajes
Casi veinte años han pasado desde que Alessandro Sossa arribó a Taiwán para cumplir un sueño que para sus allegados parecía insólito e imposible: aprender chino mandarín. Por aquellos tiempos creyó que su aventura duraría poco más de un año y, sin embargo, un evento inesperado prolongó su estadía hasta el presente: se enamoró de una taiwanesa y la amó como jamás lo había hecho en su vida.
"Pensé que retornaría a la Argentina - o a Italia tal vez- mucho antes, pero en esta travesía aprendí a amar a este pueblo y a una mujer increíble. Sin dudas, de ella vino mi mayor aprendizaje, uno que en tiempos como estos pesa más que nunca: para ser feliz no importa en qué lugar del mundo vivas, lo más importante son las personas que están a tu lado", cuenta el hombre que vive en una isla a 180 kilómetros al este de China y que, aun así, combate el virus que hoy aqueja al mundo con éxito."Se fue hace un año para ir a estudiar un máster y un doctorado en Estados Unidos y la posibilidad de que regrese a mi lado creo es muy remota. Todos los días imagino que un día volveré a mi casa después del trabajo y ahí estará ella, lista para vivir el resto de nuestras vidas juntos. Es el único sueño que me queda por cumplir".
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