La recordaban con nostalgia como una gran compañera, hasta que un día no la vieron más; pero la historia no terminaba allí.
Había escuchado cientos de veces las historias que le contaba su madre de pequeña sobre una pequeña tortuga a la que había querido mucho. Se llamaba Manuela y había vivido con cuando la mujer era una niña, alrededor de la década de 1980. Pero los relatos, sin embargos, estaban teñidos de cierta nostalgia.
Es que un día de 1982, cuando la mamá de Nathalye de Almeida tenía apenas 8 años, Manuela había desaparecido. En ese momento, la familia de Manuela asumió que la tortuga se había alejado de casa, para no ser vista nunca más, pero no podrían haber estado más equivocados.
Treinta años después, cuando corría 2013 y debido a la muerte del abuelo de Almeida, la familia decidió reunirse en la casa donde el hombre había vivido los últimos años para ordenar sus pertenencias, ocurrió un hecho que dejó a todos asombrados.
El abuelo de Almeida había dejado un altillo bastante desordenado. Y, mientras la familia limpiaba la habitación y sacaba sus cosas para clasificarlas, alguien notó algo extraño. Allí, en la caja de un viejo parlante de madera, había una tortuga a la que reconocieron.
“Nos quedamos impactados”
“¡Nos quedamos impactados!” Almeida reconoció. “Mi mamá se largó a llorar porque no lo creía. ¡Habían encontrado a Manuela!”.
Increíblemente, de alguna misteriosa manera, la tortuga había logrado sobrevivir tres décadas atrapada dentro del espacio de almacenamiento. Había subsistido, sospecha su familia, comiendo larvas de termitas en la habitación. La familia de Manuela estaba encantada.
Casi 10 años después de haber sido encontrada y 40 años después de su desaparición, Manuela nunca estuvo mejor. Aunque, desde que más tarde fue identificado como un macho, ahora su nombre es simplemente Manuel. Almeida ha estado cuidando de él desde entonces. “Manuel está muy bien. Ha crecido mucho”, dijo Almeida. “Lo traje a vivir conmigo porque le tengo mucho cariño”.
Almeida confiesa que todavía recibe muchas preguntas sobre Manuel y su descubrimiento después de tantos años dentro del ático. Y la verdad es que muchas de esas consultas son difíciles de responder dada su alucinante capacidad para sobrevivir en esas circunstancias. Pero una cosa está clara: nunca desapareció del corazón de la madre de Almeida. “Ella lo visita semanalmente y está feliz de verme con él. Lo alimenta, lo acaricia y lo besa. Es parte de nuestra familia. Él es uno de nosotros”.
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