El periodista de LN+ estableció una comparación entre la fallecida monarca de Reino Unido y la actual vicepresidenta
Lo único que tienen en común Cristina Kirchner y la reina Isabel II es uno de sus nombres: Elizabeth. En todo lo demás, no se parecen en nada.
Isabel reinó durante más de 70 años, y más allá de las dificultades, cumplió con creces el juramento que hizo en 1947, cuando tenía apenas 21 años: “Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.
En cambio, la última vez que juró, Cristina mezcló todo: a Dios, a la Patria y a su marido fallecido, a quien mencionó como “Él”, haciendo un menjunje típico del populismo personalista.
Entre las últimas apariciones públicas de la Reina, hay una que impacta, para bien, por sus connotaciones humanas y políticas. Es la de ella despidiendo a su marido, Felipe de Edimburgo, el 17 de abril del año pasado, en el medio de la pandemia. Implica recato, prudencia, responsabilidad y respeto por las instituciones. Ella sola, con el barbijo puesto, con la cabeza levemente inclinada, en un claro gesto de profunda tristeza. De profundo dolor.
Todo lo opuesto a las últimas y ampulosas imágenes de Cristina, impulsando una vigilia que trastornó a los vecinos de Recoleta, y terminó de la peor manera posible: con un intento de atentado que, por suerte, no tuvo consecuencias fatales.
Por supuesto: esta imagen de Isabel también se podría comparar con la foto que marcó un antes y un después en el gobierno: la del presidente festejando el cumpleaños de su compañera, mientras los argentinos seguíamos encerrados, en una cuarentena interminable.
Pero también las consecuencias de acontecimientos parecidos en un país y el otro se pueden comparar, con resultados adversos para la Argentina.
Para que se entienda: Boris Johnson tuvo que renunciar por sus fiestas privadas en el medio de la pandemia. En cambio, Alberto, el compañero de fórmula de Cristina, lavó la culpa del Olivos Gate con dinero.
Una indemnización que no servirá para aliviar, por ejemplo, la enorme pena de Pablo Musse, el papá de Solange, quien no pudo despedir a su hija, enferma de cáncer. Pero la vicepresidente tampoco fue ajena.
Porque mientras todo eso sucedía, ella habilitaba a su empleada, María Zazo Gómez, y su jardinero, Ramón Ángel Díaz Díaz, para recibir la vacuna contra el Covid antes que el resto de los mortales, engrosando la lista de los vacunados VIP.
La muerte de Isabel II y el ascenso de Carlos III están siendo atravesados por una serie de acontecimientos programados desde hace años, incluidos el funeral y los días de luto.
Pero a esa detallada planificación, se le suman, la libertad para que cada uno haga el luto como quiera, y el respeto y el apoyo de la oposición y de la mayoría de los británicos, sin distinción de ideología ni de clase. Casi por unanimidad. En cambio, lo que sucedió después del intento de asesinato contra Cristina se encuentra en las antípodas.
Empezando por el agresivo discurso del presidente, adjudicando la responsabilidad a la oposición, los jueces, los medios y los periodistas, mientras decretaba un feriado, para el día siguiente, descuajaringando la vida y el trabajo de millones de familias argentinas.
Pero si hablamos de funerales, no podemos dejar de mencionar el enorme contraste entre lo que se viene mostrando ahora mismo, desde Londres, con el velatorio de Diego Armando Maradona, en la Casa Rosada. Todavía nos da vueltas en la cabeza el momento en que el presidente salió a la calle, con un megáfono, para pedir que vayan entrando de a uno.
Ahora, después del atentado, sabemos unas cuentas cosas más:
- Que Eduardo De Pedro, se fue el viernes 30 de agosto del chat de ministros, acusando a sus colegas de tibios y “cagones”, por no apoyar con fuerza el repudio al atentado contra Cristina.
- Que tan presionado fue De Pedro por la jefa, que no dudó en escribir uno de los pronunciamientos más ofensivos contra la oposición, los jueces y los periodistas, saliendo de su aparente categoría de moderado.
No es un loco suelto ni es un hecho aislado: son tres toneladas de editoriales de diarios, televisión y radios dándole lugar a discursos violentos. Son los que sembraron un clima de odio y revancha, y hoy cosechamos el resultado: el intento de asesinato a CFK.
Pero más extraño y ridículo parece que, después de insultar y agraviar a la oposición, ahora, los llamen de a uno, con propuestas de diálogo y convivencia pacífica que no parecen genuinas.
Igual de extraño parece que inviten a los dirigentes de Juntos por el Cambio a la misa de mañana en la Basílica de Luján. ¿Adiviná para que? Sí. Acertaste. Para repudiar por enésima vez el intento de matar a Cristina.
Para continuar con el juego de las diferencias, permítannos mencionar una lista a mano alzada:
- Mientras amanuenses de Cristina, como el vacunado VIP Carlos Zannini, les decían a sus empleados que no había que mirarla a los ojos, porque se alteraba, Isabel fue respetada y reverenciada desde chiquita, sin necesidad de pedirle a nadie que practique gestos humillantes.
- Mientras Cristina, como vecina de Recoleta, mostraba desde el recinto del Senado, en el medio de una sesión, su predilección por una heladería de moda.
Ahora se supo que Isabel no tenía gustos extravagantes y que todos los días, a la hora del té, comía pan tostado, con manteca y mermelada.
Mientras la reina elegía para sus días de descanso en el Castillo de Balmoral, Escocia, en mismo lugar donde falleció, Cristina le hizo saber a la militancia que a ella y a Néstor les encantaba ir a Nueva York y Miami, Orlando. Más precisamente a lo que denominó “Disney Wall”
Mientras la reina aceptó disminuir, de manera paulatina, los gastos de la monarquía, por la presión política y social, Cristina todavía no pudo dar una explicación coherente sobre como acumuló su fortuna, al tiempo que enfrenta un juicio de corrupción en la que aparece como la principal acusada.
Pero más allá de los datos de color, la principal diferencia entre Isabel y Cristina Kirchner es política.
Porque la reina nunca pretendió gobernar, ni pasar por encima de ningún primer ministro, más allá de las profundas diferencias que tuvo con más de uno. Lo que sí hizo fue alentar y sugerir, cada vez que le pedían consejo. Es decir: los años le hicieron mejor, no peor.
En cambio, Cristina:
- Ungió con el dedo al actual presidente y lo empezó a volver loco desde el minuto uno.
- Alentó a los suyos para que trataran a Alberto con un nivel de desprecio y agresividad, que bien se podría encuadrar, a muchos calificativos, como discursos de odio, ya que está tan de moda la palabrita odio.
Pero lo peor que viene haciendo está a la vista.
Porque no gobierna, ni deja gobernar y encima esconde la cabeza cuando las noticias son malas: desde el COVID hasta el ajuste, desde la suelta de presos hasta el asunto del vacunatorio VIP y los vacunados VIP.
Al mismo tiempo, maneja, a través de La Cámpora, el 70 por ciento del presupuesto y las principales cajas, desde Aerolíneas al PAMI. Sin embargo, habla del gobierno como si ella formara parte de la oposición.
Es evidente: solo le importan ella misma y sus causas judiciales, en el medio de una inflación anual que podría llegar al 100 por ciento y un aumento de la pobreza y la indigencia descomunales.
Al mismo tiempo, cobra dos jubilaciones de privilegio de más de 4 millones de pesos, lo que parece un insulto, primero, a los jubilados, y por extensión, al resto del país.
Y lo que es peor: desde que el fiscal Diego Luciani le pidió 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, ella y sus incondicionales amenazan con romper todo. Con pudrirla mal, como el emperador Nerón, al que se le atribuye haber incendiado Roma.