Reseña: La noche, de Al Alvarez
Que el ensayo es una forma de arte variada es bien sabido, aunque en tiempos recientes los practicantes del género a veces limiten su campo a una sola especialidad bien dominada. El británico Al Alvarez (Londres, 1929) representa un linaje: el de los que línea a línea recuerdan que la curiosidad erudita debe ligarse a una mirada y un estilo. A eso le agrega la pluralidad. Escribió un ensayo ineludible sobre el suicidio (El Dios salvaje, inspirado en su amistad con Sylvia Plath), pero también sobre su pasión por el póker o su tardía rutina como nadador (En el estanque).
La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños –el original inglés es de 1994– es un modelo de la digresión controlada que Alvarez maneja con destreza, sin pretensiones de exhaustividad. En el comienzo, basta con constatar que "la conquista de la noche" por la luz artificial es cosa reciente. Para explorar el miedo atávico que nos puede haber quedado (las películas de terror son un reflejo), el autor propone un largo rodeo por su infancia. Su miedo a la oscuridad es también un gran retrato de familia.
El sueño ocupa espacio, física y experimentalmente –son notables las páginas sobre un laboratorio donde se investiga a los durmientes–, lo que demora la llegada de Coleridge y Gérard de Nerval, poetas románticos, nocturnos y alucinados.
El último tramo está dedicado a la noche urbana (la crónica a bordo de un móvil policial neoyorquino) y un retorno a la naturaleza que, con los chillidos filosóficos de una lechuza, hacen pensar en otra clase de oscuridad: la del final. Alvarez, no es necesario aclararlo, es, también, un gran poeta inteligente.
La noche
Por Al Alvarez
Fiordo. Trad.: Marcelo Cohen. 300 págs./ $ 450