Reseña: El teniente Kizhé, de Iuri Tinianov
Algún lector afortunado y memorioso recordará una novelita –Zoo o cartas no de amor– que salió por el sello Anagrama a comienzos de los años 70, cuya firma sugería un equívoco que en verdad no era tal: efectivamente pertenecía al mismo Viktor Sklovski cuyas ideas y ensayos habían ayudado a dar luz al movimiento formalista ruso, aquel que sembró los cimientos de buena parte de la teoría literaria del siglo XX y que presagió en secreto el estructuralismo. El diminutivo –"novelita"– resulta genérico: la obra de Sklovski es una obra maestra, publicada originalmente en 1923, que entre otras cosas narra las vivencias –la nostalgia– de los exiliados rusos en Berlín, pero muy en especial se concentra en observar los efectos del progreso y de las máquinas en las conductas y la sensibilidad de los hombres.
Con armas bien distintas, su compadre Iuri Tinianov (Letonia, 1894-Moscú, 1943), también miembro de los formalistas, compuso para la misma época una obra sencilla y genial que se ocupa de su tiempo, solo que elige trasladarse al pasado y cifrar, a su modo, una clave de aquel presente que ya comenzaba a revelar sus trágicos dobleces.
El teniente Kizhé, inédita hasta ahora en español y conocida de nombre por las sucesivas obras que Sergei Prokofiev compuso a partir de ella (incluida la partitura del film de 1934), es una novela a la que le cabría la etiqueta de "absurdo" de no ser porque la realidad le dicta letra: la historia de Pablo I, el despótico y caprichoso y ridículo hijo de Catalina la Grande –fugaz Emperador de Rusia entre 1796 y 1801–, es uno de sus pilares, y solo un fantasista muy desprejuiciado se atrevería a imaginar algunos sucesos demasiado reales.
El lugar común invitaría a situar la novela en la órbita kafkiana. Hay que decir que la vulgaridad de la reducción no la vuelve menos cierta. Tal vez habría que agrandar esa familia, como mínimo dialogando con el antecedente por excelencia del checo (el suizo Robert Walser) y asimismo con uno de los cuentos más kafkianos que se hayan escrito: "Wakefield", de Nathaniel Hawthorne.
Al igual que aquel de quien ni siquiera se sabía el nombre –"llamémosle Wakefield", proponía el narrador–, que sin mayores justificaciones decide abandonar su hogar y vivir durante veinte años a escasos metros de su casa sin que nadie lo note y nada se modifique, el teniente Siniujáiev es alguien que queda fuera del mundo, alguien al que ni su propia humanidad le devuelve la existencia. En algún sentido, Tinianov redobla la apuesta –y el delirio– de Hawthorne: el doble error de un escriba temeroso por incumplir las rigurosidades del zar acaba no solo por dar muerte burocrática a Siniujáiev, sino también dando vida a alguien a quien nadie recuerda demasiado pero cuya carnalidad tampoco osarían cuestionar: el inexistente teniente Kizhé, primero desterrado y luego, gracias a los súbitos cambios de humor del zar, progresivamente enaltecido hasta tocar los cielos de –al menos– la gloria militar.
Para desgracia de Siniujáiev, los vaivenes emocionales de Pablo I no lo alcanzan, y el delirio triste e hilarante se multiplica en el breve desarrollo de esta fábula. Tinianov la construye a la manera de un collage, en el que muchos personajes fuertes escenifican diversos escenarios de una historia que es muchas a la vez y, acaso en el fondo, kafkianamente, ninguna en singular.
Mención aparte merece la bella y casi lujosa edición, que incluye fotogramas de la película, dirigida por Aleksander Faintstimmer en 1934, que se inspiró en el relato de Tinianov. Uno de esos milagros de forma y contenido que solo la pasión por la literatura puede justificar.
El teniente Kizhé
Por Iuri Tinianov
Leteo. Traducción: Pedro B. Rey.
131 páginas$ 450