Francisco, el nuevo héroe cultural de los argentinos
Más que de su religiosidad, el entusiasmo que despierta la figura del Papa en el país habla principalmente de la cultura y la política locales, siempre dispuestas a incorporar a nuevas figuras al panteón de los hombres extraordinarios con quienes nos identificamos
Mientras que buena parte de los análisis respecto del Papa versan sobre qué es lo que ha hecho con la Iglesia en su primer año de pontificado, y qué es lo que querrá o podrá hacer en adelante, otra pregunta igualmente válida que se puede realizar desde las ciencias sociales es qué es lo que la cultura argentina ha hecho con Francisco en este mismo período (tanto la industria cultural como los medios y la cultura popular).
Es innegable que el denominado "efecto Francisco" va mucho más allá de la esfera de actividad social que usualmente se concibe como religión (pensando en esferas de actividad social diferenciadas apenas como herramientas heurísticas) y que también se derramó, como un tsunami, sobre la cultura cotidiana de los argentinos. Resulta evidente también que el "efecto Francisco" es tanto lo que él hace y provoca como lo que hacen con él, lo que incontables grupos (religiosos o no), individuos, periodistas, escritores, editores de libros y los fabricantes de estampitas, imágenes y de los artículos más increíblemente variados hacen con sus palabras y con su imagen.
Las reflexiones sobre el "efecto Francisco" suelen partir de una imagen algo sencilla de lo social: como si sus palabras, gestos e intenciones impactaran directa e inequívocamente en las masas de fieles (o de curiosos) que lo siguen.
Sin embargo, Francisco sólo llega a ellos a través de varias mediaciones -eclesiásticas, mediáticas, culturales- y antes de hacerlo, sus palabras y gestos son recortados, explicados, resignificados. Por ello es que cualquier análisis del discurso social sobre su persona revela que no hay un solo Francisco, sino muchos , dependiendo de cómo se transmite e interpreta lo que él dice y de lo que sus oyentes quieran escuchar y de qué parte de su imagen se quieran apropiar. Francisco el peronista, Francisco "el Cuervo", Francisco el apóstol del diálogo (político), Francisco el crítico del capitalismo salvaje, Francisco el renovador de la Iglesia y próximo santo, o Francisco apenas-el-conservador-Jorge-Bergoglio-en-disfraz, entre varios otros posibles. Pero también y sobre todo: Francisco, el nuevo ídolo de masas argentino, cuya imagen aparece en estampitas, stickers , pósteres, banderines, llaveros, mates, perfumes y hasta un sabor de helado. Todos parecen querer un pedazo de Francisco y participar de su éxito mundial.
Considerando todo lo acontecido este último año, cabe pensar en la posibilidad de que, paradójicamente, el impacto extrarreligioso de Francisco pueda llegar a ser mayor que su impacto religioso. Las versiones "fuertes" del efecto Francisco sobre la religiosidad -aun considerando reportes optimistas de "regresos" de fieles a las misas- dejan de lado la verdadera situación del catolicismo en la Argentina. Por más que un 80% de nuestros compatriotas se identifique como "católico", apenas un tercio de ellos (o menos) suele concurrir habitualmente a misa, o tener contactos regulares con la institución y sus representantes. El resto de los "católicos" sólo tiene una participación muy episódica en rituales de pasaje provistos por la institución. Por lo tanto, la forma de contactarse con la divinidad y de concebir al mundo espiritual de la gran mayoría de quienes se declaran "católicos" debe más a los contenidos que absorben azarosamente a través de sus contactos interpersonales o que toman de los medios de comunicación o de los libros que leen que a las enseñanzas de los sacerdotes católicos. De allí la ubicuidad de devociones populares (que salvo algunos elementos formales y simbólicos poco tienen que ver con lo que propugna la institución), de gurúes de autoayuda (desde Paulo Coelho hasta Claudio María Domínguez), de espiritualidades orientales, o el tránsito en busca de sanación integral por templos pentecostales, umbandistas o curanderos más o menos "tradicionales".
La propuesta religiosa de la Iglesia es sin duda el ejemplo social de lo que debería ser "una religión", pero no suelen ser sus proposiciones las que siguen, en sus prácticas efectivas y en su intimidad, millones de argentinos que se declaran "católicos". Similarmente, tiene más injerencia en la condena social de determinados comportamientos que en hacer efectivos los que propone. Aunque los científicos sociales no debemos evaluar el grado de "corrección" de la religiosidad local (de acuerdo con los parámetros institucionales), no podemos tampoco ignorar el gran divorcio que existe entre las prescripciones eclesiales y las prácticas efectivas de "sus fieles".
Las visiones habituales sobre religión, excesivamente centradas en la institución, tienden a sobrestimar su poder efectivo para modelar las creencias de sus fieles y a otorgarles a sus agentes religiosos mayor influencia de la que realmente tienen. Que miles o millones de argentinos tengan ahora alguna imagen de Francisco en su casa no significa que hayan modificado sus prácticas y creencias para aproximarlas a lo predicado por el Papa, ni que lo vayan a necesariamente hacer durante los próximos años. Las diferencias entre las expectativas, los gustos y las disposiciones religiosas de las "ovejas" y las propuestas de sus "pastores" van a continuar por más que éstos adquieran más olor de las primeras.
Los argumentos hasta aquí expuestos no sugieren que el "efecto Francisco" sea poco importante, sino que su relevancia puede ser diferente de la imaginada y se debe considerar la posibilidad de que lo sea más en algunas esferas sociales que en otras, y quizá sea menor de lo esperable en la esfera propiamente religiosa.
Es muy probable que la "papamanía" que se desató en la Argentina en este último año nos revele más respecto de la cultura y de la política locales que de la religión.
Francisco parece ya haber entrado -en tiempo récord- en el panteón de personas extraordinarias producidas por la Argentina y que identifican a ésta. Como señaló la antropóloga argentina María Julia Carozzi, los argentinos insistimos en reconocernos y unirnos principalmente en relación con personas extraordinarias. Concebimos lo nacionalmente memorable, nos identificamos colectivamente como argentinos frente a los hechos conmovedores realizados por seres que, en virtud de la magnitud de sus logros, consideramos extraordinarios, especialmente si logran el reconocimiento mundial encarnando cualidades y virtudes que imaginamos como típicamente argentinas (para el caso de Francisco, afabilidad, transgresión, sencillez, "calle", entre otras posibles).
Aunque esta identificación colectiva con hombres notables no es un hábito sólo local, parece particularmente intenso e importante para construcciones de la nación en nuestro país. Como Gardel y Maradona (o más póstumamente el Che y Evita) fue su "triunfo en el extranjero" y la consecuente repercusión mundial lo que convirtió a Bergoglio (el arzobispo apreciado por quienes lo conocían, pero que distaba de ser una figura popular) en Francisco (ahora sí, "de todos los argentinos"). Por una dinámica cultural local que ciertamente excede la unción del Colegio Cardenalicio, Bergoglio pasa a ser, masivamente, Francisco , de la misma manera que Maradona pasa a ser Diego , o Gardel, Carlitos . Esta dinámica de creación de un nuevo héroe cultural local rebasa en mucho el ámbito de lo estrictamente religioso y resta todavía verse cómo realmente lo afectará. Es principalmente una identificación colectiva como "argentinos" que probablemente afectó poco las creencias religiosas personales.
Por ello, el entusiasmo por un "efecto Francisco" que produciría una vuelta a la religión -o a la Iglesia Católica- suena, cuando menos, exagerado. Francisco parece, por el momento, más adecuado para construir comunidades nacionales -y morales- imaginadas que para producir cambios profundos en la religiosidad local.
El autor es antropólogo e investigador del Conicet
Alejandro Frigerio