Los patriotas y sus patrias
El video puede hacer llorar. La conozcas o no a ella, que con la mirada castaña, el pelo del mismo color, las mejillas blancas y esa boca delicada cuenta a cámara, desde su nueva casa, a la reportera que la entrevista, que luego de trabajar por años en una empresa la echaron y la indemnizaron mal, que algo parecido le pasó a su esposo, que se cansaron de los problemas y que por eso, y por el futuro de su hijo, decidieron emigrar. Abandonar la Argentina e instalarse en Alicante, España, desde donde habla. El video puede hacer llorar porque es sincero. Ahí, ante una pantalla y frente a miles de extraños, alcanza una intimidad de sesión de terapia. Eso pasa mucho. Nos suele costar tanto hablar con ese a quien queremos pero llega un desconocido y magia, le contamos todo. Magia o libertad, esa a la que ella agarró del cuello pese a las trabas para armar su valija e irse en familia y en medio de una crisis sanitaria, económica y mundial a más de diez mil kilómetros de donde había nacido porque ya no tenía casi motivos para quedarse, porque la pandemia de coronavirus se había tragado, sin atragantarse, los proyectos, la rutina, la alegría, las ganas de seguir apostando por una vida que parecía expulsarlos. Y pensar que era azafata, que vivía a diario tan cerca de tantas posibilidades, que pasó horas, días, meses en el aire y en total y si alguien tiene que figurarse la buena vida o la felicidad, quién no se imagina que queda cerca del cielo, que es allí, lejos, en el borde de lo que conocemos, donde hay que salir a buscarla. Qué ironía. Ojalá existiese un lugar donde reclamar cuando todo sale mal al mismo tiempo.
Pero la de ella es además una historia común. Es la historia de una mujer que estudió es un colegio privado del sur del conurbano bonaerense, donde conoció a quien después, mucho después, fue su esposo. Es la historia compartida de dos jóvenes que tienen los mismos amigos desde niños, que siempre tuvieron trabajo, que vacacionaron cada vez que quisieron, que se casaron cuando quisieron, que tuvieron un hijo cuando lo decidieron y que eligieron, con tristeza y miedo, instalarse en otro país. Por ellos y por ese nene del que son padres, una miniatura de ojos achinados y 7 años.
La entrevista en este canal zonal de Alicante dura cerca de veinte minutos. Quien la mire puede pasar de una risa tibia a unas cuantas lágrimas que llegan justo cuando ella dice en vivo que no quiere llorar y está bien, no hace falta, porque para eso estamos nosotros, quienes la miramos en video y lloramos en su lugar para sacarle un poco la carga, esa angustia en la garganta porque su madre quedó lejos, sus cosas quedaron lejos, porque la soledad no siempre se siente cuando alguien está solo.
Pero hay un momento particular que puede generar otra cosa. Indignación o dudas o mareo, un leve escozor. Es en el momento en que ella, que ahora trabaja en un supermercado (es la encargada de poner el pan en el horno), sin responder a una pregunta pero igual respondiendo, cuenta que se fue a España porque era el país de su padre. Como si decirlo cambiara algo.
Es difícil escribir, hablar o siquiera pensar sobre la migración, sobre ir de un lugar a otro. El mundo está dividido en naciones y es una buena idea porque cómo hacer si no, y sin embargo hay algo que simplemente está o que debería estar por encima de esas reglas porque ¿qué es un país? ¿Por qué en la Argentina debería darse prioridad a los argentinos por sobre los nacidos en otro lugar? ¿Qué es la patria? ¿Se puede tocar, comprar, perder, devolver? ¿Es un dibujo? ¿Se extraña? ¿Es justa o es parte del azar? ¿Puede una persona tener más de una? ¿Hay algunas mejores que otras? ¿Se puede elegir? ¿Se nota en la cara? ¿Es un apellido? ¿Qué significa criarse en la Argentina o en España o en Nueva Zelanda? ¿Hay que avisar si alguien vive donde no nació? ¿Cuánto dura una patria?