Horacio Rodríguez Larreta: el cyborg y el teorema de la rubia
El último movimiento del alcalde porteño puede leerse como parte de la pulseada con Macri por el liderazgo del PRO
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De todos los gestos, circunloquios y amagues de Horacio Rodríguez Larreta en los últimos años, su movimiento más evidentemente quirúrgico hacia la Presidencia ha sido la presentación de su nueva novia, Milagros Maylin. Como todo en Horacio, el cálculo es rey: lo que aparenta ser un asunto superfluo, digno de los cotilleos rosas, esconde una estrategia de guerra. Todavía no mueve la dama, pero la muestra. Se trata menos del corazón de Horacio, que de las relaciones tormentosas que sacuden el corazón del PRO. Debe leerse, en efecto, como parte de la pulseada por el liderazgo con Macri, pero es una guerra fluida en varios frentes; fluida, porque sólo lo líquido puede rebasar la grieta.
En el principio fue el chisme: que una joven funcionaria, experta en Tercera Edad, habría conquistado el corazón del alcalde, que le lleva un par de décadas; luego, los posteos furibundos de la ex primera dama de la Ciudad, pidiéndole fuerza a Dios vía Instagram, fomentaron esos rumores. Hace unos días, en una entrevista, Horacio se declaró enamorado: “Ella me ablanda, me descontractura”. Escapada de una fábrica de Barbies, la bella Milagros se habría encontrado con la dura coraza del líder, dispuesta a amasarlo, y Horacio, que nunca antes había conseguido emitir signos de capital erótico alguno, devino el eje de una tórrida especulación sexual.
El aporte de Milagros (cuya voz aún no conocemos) es providencial en la narrativa de Horacio, justamente porque Horacio carece de narrativa propia. El actual alcalde se construyó como un hacedor, la encarnación mitad humana mitad cyborg de la gestión, ese talismán de la centroderecha que prescribe “hechos, no palabras”. En este sentido, Horacio es el equivalente al cemento del PRO, ese puro “hecho” que no necesita discurso, ya que el Cemento, así como la Cloaca, deberían hablar por sí solos según la metafísica de los objetos del PRO (verbigracia, ni el Cemento ni la Cloaca hablaron, y perdieron las elecciones). Milagros viene a darle forma humana a ese cemento. Su belleza altisonante parece diseñada para destacar las deficiencias estéticas del novio, dueño de un look androide donde la pelada es el muñón visible de una inteligencia algorítmica. La parte invisible son las antenitas que le indican qué baldosa romper, porque “la transformación no para”, maníaca en su hacer y deshacer la costra de la ciudad.
Basta observarlo en TikTok, donde Horacio semeja un turista de los asuntos humanos, un mundo al que no pertenece del todo, como si la gestión auténtica (ese despertarse tempranísimo, esa dedicación absoluta al bienestar de los vecinos) no pudiera ser la tarea de un simple humano. Lo robótico es operativo en la marca Horacio, porque su estilo maquínico niega el hedonismo en él (el rasgo que lo desmiente cada vez que enarbola su origen peronista), y por eso, con la irrupción en el tablero de la dama Milagros, eso que Horacio es (y que es incapaz de seducir a nadie por sí solo) de pronto se vuelve dinámico. Son teoremas que conocemos desde La Bella y La Bestia: si la bella lo ama, es que tan bestia no es, y basta con que la bella lo ame, para que la bestia deje de ser bestia. A partir de este juego de opuestos Horacio construirá su discurso de opuestos que se atraen y complementan, de grietas que no lo son tanto, de distintos que se completan, donde cada cursilería amorosa será un mensaje electoral, y viceversa. Milagros es el clickbait soñado de ese cóctel de cursilería y messaging político que, por morbo y Milagros, encontrará siempre una audiencia para diseminarse.
¿Y quien podría ser más típicamente horacista, que una mujer que parece autogenerada por una encuesta hegemónica de en qué consiste ser la más linda?
Rápido como un pantera, Mauricio dio una entrevista a Jony Viale: de todo lo que dijo, Jony consideró que el titular era que Juliana, su esposa, no quiere que sea candidato. Es una afirmación que las acciones de ambos desmienten: Juliana está por presentar un libro en tándem con el expresidente. El libro de Macri (”¿Para qué?”) tiene un error en la elección de título: con solo ver la tapa, la pregunta que se forma en la mente del lector es: “Macri, ¿para qué?” El libro de Juliana es la oeuvre de una influencer que vive la simple life de las ricas: fotos de ella espléndida en su huerta, recetas de jugos antioxidantes, planos de gallinas distraídas. En ningún aspecto el gobierno de Macri encarnó más la derecha añeja que en el rol de la primera dama. La divina Juliana nunca demostró interés en una causa que no fuera el manejo excelso de su imagen, y esto la aleja de las primeras damas del mundo: hasta Melania Trump, Everest glam de las consortes políticas, tenía una causa (el bullying en las escuelas). ¿Pero cuántos jugos detox podemos probar? ¿Para qué? Por ahora, Juliana se niega a explorar otro potencial que rebase su chic elevado de ama de casa ecofriendly.
Siempre exquisita, Juliana será la versión sabor avellana del duelo de damas, porque es en sus mujeres donde se juega la emocionalidad del PRO, uno de los significantes vacíos claves del partido. En el PRO, la emocionalidad es un grial y un desafío, porque sienten que tienen que crearla racionalmente, ab nihilo, porque las emociones y el orgullo reales que transitan (el orgullo de clase) les resultan obscenos, de mal gusto, algo que no se puede exhibir. El uso del cotillón (los globos, ya vintage) intentaba llenar el vacío que dejaba esa culpa de clase. Pero en la dinámica argentina, las damas bellas son mucho más que un extra: son un arma neutrónica electoral. “Si la economía estaba más o menos ok, con esa tapa de Juliana en Caras ganábamos la elección”, comentaba un asesor cercano a Macri. ¿Quién podría parar a Horacio, súbito dueño de una bomba que parece salida de una tapa de Sports Illustrated? ¿Y quien podría ser más típicamente horacista, que una mujer que parece autogenerada por una encuesta hegemónica de en qué consiste ser la más linda?
En este juego de damas, Javier Milei ni compite. El perro Conan, su cónyuge, carece de la espectacularidad de las rivales humanas. Milei consideró que, de ser presidente, la indicada para ocupar el rol de primera dama sería su hermana: “A veces, creo que busco ser presidente para que ella sea primera dama”, reflexionó con su candidez habitual. Una curiosa fantasía incestuosa que necesita la conquista de la Patria para concretarse, entre Freud y la Casa Targaryen. Es curioso que, enfrascado en sus batallas trumpistas, Milei no note que su propuesta es la más antipatriarcal; pero el discurso de la reacción es más fuerte, a pesar de que Milei, cuando le preguntan por su vida personal, es el único que hace campaña en torno a que prefiere “no eyacular”.
Por otro lado, adosarse una beldad rubia es lo más peronista que Horacio podía hacer. Para el peronismo, el partido de los morochos, la rubia es el lenguaje del trofeo esencial: es Perón con Eva (y luego Isabel), Scioli con Karina de rodete alto, Luli con Redrado, incluso el malogrado Alberto con Fabiola. (Por eso, precisamente, el “Avanti Morocha” de Cristina: el cacique habita siempre un tono más oscuro, tiene un estatuto diferente a la mera mujer, la rubia que acompaña).
Las turbulencias amatorias de Horacio desviven a los comentadores tuiteros (que habría sido infiel, que la novia es amiga de su hija, etc). ¿Está bien, está mal lo que hizo? Pero incluso su desprolijidad implica una audacia que acerca a Horacio a un ideal de choma argentino, hecho de impulsos bajos que lo alejan de la máquina y lo acercan al animal. Horacio es, curiosamente, uno de los pocos referentes políticos que hemos visto en cueros: una foto famosa de juventud lo muestra cubierto de un pelaje oscuro, macacoide, y este episodio amoroso confirma que ese joven mono interior aun vive, íntimo y secreto, dentro de Horacio. Horacio nunca se depiló ese mono peronista que lo habita, pero a la vez se plantea hacia el otro lado de la grieta como el domador, el civilizador del simio. Una forma elevada del mico sería, acaso, un gorila liberado de su lealtad a la reacción. Incluso si no llega a ser percibido como winner (la genética impone sus límites) el episodio le confiere un misterio del que carecía: la promesa de que debajo del duro cemento se esconde el amor, la calidez, el dulce monito peroncho, el dogma que el PRO intenta comunicar desde hace 20 años como programa de seducción electoral. Horacio sería el eslabón perdido de la política argentina, donde el mono peronista y el gorila conviven en un cuerpo súbitamente deseable por una mujer bonita. Y si ella lo ve hermoso, ¿por qué no podría la Argentina?
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