
La llegada de Juan José Alvarez reacomodó el poder porteño
Kirchner y Duhalde ratificaron su apoyo a Ibarra, que busca recuperar imagen
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El desesperado pedido de socorro del jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, no sólo redistribuyó el poder en la ciudad de Buenos Aires, sino que ratificó la sensación de que a los distritos más importantes del país les cuesta desenvolverse en épocas de crisis sin la aprobación de los máximos líderes peronistas.
A pesar de los acuerdos políticos que el ibarrismo tejía desde hacía tiempo con socialistas, radicales y peronistas no alineados, en su momento de mayor debilidad el mandatario local buscó resguardarse bajo la protección del bonaerense Eduardo Duhalde y del presidente Néstor Kirchner.
Los líderes peronistas coincidieron: ambos apoyaron la designación del duhaldista Juan José Alvarez como nuevo secretario de Seguridad porteño y enviaron inmediatamente señales para proteger la gobernabilidad de Ibarra.
El Presidente, por intermedio del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, alineó a sus seguidores en la Legislatura, donde el macrismo y la izquierda intentaron interpelar a Ibarra. Sin esa orden, el jefe de gobierno hubiera estado mucho más cerca de ser casi juzgado en una sesión con 250 familiares de las víctimas y decenas de cámaras de TV en las tribunas, contexto poco propicio para afirmar la gobernabilidad.
Duhalde dejó trascender que no aprobaría la desestabilización de Ibarra, a quien le dio su apoyo telefónicamente.
Estas señales no sólo ratificaron el poder de los líderes peronistas aun en un distrito históricamente adverso al PJ, sino que decidieron a Ibarra a pelear por su rehabilitación política.
A comienzos de la última semana, muchos de los funcionarios más cercanos al jefe de gobierno creían que el ibarrismo desembocaría en una diáspora. Alvarez había aparecido en la escena porteña con demasiado poder y hasta Ibarra parecía perdido en medio de los reclamos de un funcionario convocado más por necesidad que por convicción.
Alvarez obtuvo todo lo que pidió. Incluso aquello que el jefe de gobierno no parecía dispuesto a ceder, como la renuncia de los 27 funcionarios que quedaban en la Secretaría de Seguridad. Esto provocó rispideces en el gobierno porteño, donde unos cuantos funcionarios se quejaron por el grado de independencia con el que se movía Alvarez.
En la madrugada
Sólo un par de reuniones nocturnas del ex ministro de Justicia duhaldista con el jefe de gabinete local, Raúl Fernández, ayudaron a serenar una relación que amenazaba con desencarrilarse y, de paso, devolvieron a Ibarra una parte de la imagen de conducción que había perdido tras la tragedia en Cromagnon.
En esas comidas resueltas después de la madrugada, el secretario de Seguridad aseguró que no avanzaría ni reclamaría más. "Pidió lo que consideraba necesario para trabajar sin condicionamientos políticos. Ahora, si sigue, es como si buscara atentar contra las instituciones, así que no va a dar ni un paso más", aseguraron cerca de él.
Una vez superado este primer desencuentro, en el gobierno porteño temieron el avance de otros sectores peronistas, como los que lideran Alberto Fernández o los sindicalistas más duros (encabezados por Hugo Moyano). La sensación de buena parte del ibarrismo era que haber cedido tanto frente a Alvarez significaba reconocer la debilidad de Ibarra y que, en consecuencia, eso podía crear la idea de que estaba abierta la puerta para el desembarco definitivo del peronismo en el gobierno.
Anteayer, sin embargo, después de una semana en la que ni Kirchner, ni Duhalde, ni Alberto Fernández promovieron señales de avance sobre la ciudad, los líderes de los dos grupos internos del ibarrismo, Vilma Ibarra y Raúl Fernández, se reunieron en la Asociación Cristiana de Jóvenes para acordar una tregua en la dura pelea que mantenían -que además se había potenciado durante la crisis- y para realinear a sus seguidores detrás de la figura de Ibarra.
Ambos condujeron una reunión ante 40 ibarristas más. Hablaron sólo ellos y pidieron que, al menos hasta mitad de año, se archivaran las diferencias internas y todos trabajaran para reposicionar al jefe del Estado local. El acto, promovido por Ibarra, se leyó como una confirmación de que el mandatario pretende comenzar cuanto antes con el operativo de reposicionamiento de su imagen.
Si Kirchner y Duhalde no reclaman más espacios de poder ni apoyan la cesión de nuevos cargos en la ciudad, Ibarra tendrá margen para dejar atrás la crisis de gobernabilidad que aún no desapareció. Curiosamente, para eso depende de la aprobación de los líderes peronistas.




