Lágrimas y festejos disimulados en Gobierno
"Es el último presidente que despega desde el techo. Uno más, y se derrumba la Casa Rosada", reflexionaba preocupado un encargado de la seguridad presidencial, mientras observaba cómo el helicóptero que trasladaba a Fernando de la Rúa levantaba vuelo desde la terraza de la Casa de Gobierno.
Sus palabras parecían una negra premonición sobre el futuro de la democracia argentina. Pero aludían, en realidad, a la delicada estructura desde la que zarpó el helicóptero, y que sólo se usa cuando el peligro impide usar las salidas usuales para un presidente.
Por eso, los únicos jefes de Estado que usaron ese salvoconducto fueron Isabel Martínez de Perón y Raúl Alfonsín, que partió desde la frágil plataforma en los violentos acontecimientos de Semana Santa.
Eran las 17 cuando De la Rúa comprendió que él también integraría la triste lista. Cuando se fue, a las 19.52, nadie alcanzó a ver lo que los objetivos de las cámaras mostrarían horas más tarde: un Presidente encorvado, casi como un anciano, que subía al helicóptero, mientras que un custodio lo palmeaba en la espalda.
Afuera, la policía seguía reprimiendo a los manifestantes con perros, balas de goma y gases lacrimógenos. Esa es la última imagen que el ex presidente se llevó de la Plaza de Mayo. Por primera vez, en directo. Antes sólo había podido seguirlas por televisión: las ventanas de su despacho miran hacia el río, no hacia la plaza.
Lágrimas y festejos
Adentro había de todo. Desde lágrimas sinceras hasta festejos mal disimulados. Los que se iban del Gobierno caminaban como espectros de un lado para otro. "Diez años de luchar contra Menem, y la represión la hicimos nosotros", dijo a LA NACION, casi llorando, un joven secretario de Estado.
El ministro del Interior, Ramón Mestre, fue uno de los primeros en vaciar su despacho. Había renunciado temprano, cuando De la Rúa se negó a seguir su propuesta de realizar un cambio de 180 grados en la política económica (sobre lo que se informa por separado).
A media tarde, bolsas de polietileno negro, llenas de papeles, se apilaban a la salida de los despachos del sector presidencial. A los gritos, el secretario privado de De la Rúa, Leonardo Aiello, echó a todos de las oficinas de su jefe y se puso a embalar documentos.
Un periodista que se cruzó con el ministro de Justicia y hermano del Presidente, Jorge de la Rúa, le preguntó qué había que esperar en las próximas horas. "Perdón -lo interrumpió el funcionario, con desenfado- no más ministro. Ahora, sólo doctor. Y sobre lo otro, ya no es problema nuestro".
A pocos metros, María, una empleada que trabaja desde hace 28 años en la Casa de Gobierno, preguntaba ansiosa si el jefe del Estado ya había renunciado. Cuando supo que todo indicaba que así sería, se agarró la cara emocionada. "Es lo mejor que me pudo pasar en la vida", dijo.
Casi solo
A las cuatro de la tarde, De la Rúa dio su último discurso como Presidente rodeado de sólo tres de sus once ministros. "El resto de mis colaboradores va a ir llegando", dijo casi disculpándose. No llegó nadie más.
Después de escucharlo, el vocero del Gobierno, Juan Pablo Baylac, supo que también había llegado su hora. Había recibido un reto del Presidente cuando anticipó a la prensa que éste renunciaría si el peronismo no le daba su apoyo.
Y decidió, cansado, empezar a vaciar sus cajones. Después, fue a despedirse de los periodistas de la Casa de Gobierno con una caja de bombones. "Hay que saber bajar las escaleras", explicó.
A las 20.20, Nicolás Gallo salió por última vez de la Casa de Gobierno. "La historia dirá", reflexionó en voz alta el ex secretario de Estado y amigo de De la Rúa, mientras salía, pálido, pero sin dejar de sonreír.
Cuando alguien le preguntó si todavía quedaba algún funcionario en la Casa de Gobierno, se permitió un chiste negro: "Está Colombo (Chrystian, jefe de Gabinete). Va a devolver las llaves".
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