PASO 2019: los números que miran Fernández y Macri de cara a la batalla más incierta
El oficialismo se ilusiona con un repunte de última hora, con mucho empuje del interior profundo; los kirchneristas insisten en que habrá una diferencia clara para ellos
Las lágrimas de Mauricio Macri en el cierre de la campaña simbolizaron el estallido emocional de un político que bordeó el naufragio y que de repente ve la orilla en el horizonte. Ese presidente al que en marzo le sugerían renunciar a la reelección llega a las urnas con pronósticos optimistas. Los mercados que lo daban por perdido apuestan plata por él.
¿Cuánto hay de ciencia y cuánto de fe en la expectativa positiva con que el Gobierno enfrenta hoy el desafío crucial de las PASO? "Raspamos la olla a fondo, en busca de hasta el último voto posible. Ahora hay que esperar", se sincera un hombre del comando de campaña, incapaz de poner las manos en el fuego por los informes de última hora que retratan una paridad entre Macri y Alberto Fernández.
Casi nunca desde el regreso de la democracia se había llegado al día de votación con semejante grado de incertidumbre y encima con tanto en juego: nada menos que la posibilidad cierta de un giro drástico en el modelo económico y político del país, en medio de una crisis económica severa.
La veda fue un revoleo de encuestas que está prohibido publicar. Los inversores de bolsa parecieron creerles el viernes a los estudios que vislumbran la reelección al final del camino. Dos de las encuestadoras líderes del mercado tienen cifras consecuentes con esa tesis: con Alberto Fernández arriba, pero dentro del margen de error. El kirchnerismo, en cambio, exhibe varios sondeos con brechas a favor de su candidato de entre 4 y 7 puntos. Creer o reventar.
Sin nada que elegir, las PASO implican un ejercicio demoscópico cuyo valor asciende a la par de la intriga previa. Lo mismo ocurrirá con sus consecuencias: de la diferencia entre Macri-Miguel Pichetto y Fernández-Cristina Kirchner depende en gran medida la estabilidad macroeconómica a partir de mañana. Y a esto último va atado, a su vez, el destino de las verdaderas elecciones, las que empiezan el 27 de octubre (y el eventual ballottage).
El oficialismo revisa un inmenso caudal de datos de los que deduce un primer pronóstico conservador (pero que hubiera parecido osado tres meses atrás): Macri estaría garantizando el piso de 34% que tuvo en las generales de 2015, a pesar de la desgastante sequía económica.
En ese cálculo pesa la recuperación de la imagen presidencial en Buenos Aires, la Capital y el centro del país, pero resulta muy relevante el aporte a menudo menospreciado del interior profundo. Cambiemos espera un alza significativa en provincias donde recogió poco en 2015. Algunos casos: Jujuy (tuvo 17% en la general y ahora espera duplicar ese número), Salta (20%), Corrientes (31%), Chaco (28%) y San Juan (20%).
"Hay una docena de provincias chicas en las que seguramente vamos a perder, pero con una suba fuerte de votos que servirá para cubrir algunas bajas en nuestras zonas naturales", explica un dirigente de la mesa de conducción de Juntos por el Cambio. En el kirchnerismo admiten que, por el desinfle de las terceras fuerzas, ese fenómeno es factible.
Un desafío de Macri consiste en conquistar otra vez con amplitud la antikirchnerista Córdoba, donde en las generales de 2015 alcanzó los 53 puntos. Con el obstáculo adicional de que Alberto Fernández puede superar con creces la cosecha de Daniel Scioli, inferior a los 20 puntos. Por eso, el candidato opositor le dedicó tanto tiempo y esfuerzo a la provincia del inasible Juan Schiaretti.
Santa Fe es otro campo de batalla crucial. En 2015, Cambiemos perdió por poco en las PASO y ganó por 3,5% de diferencia en las generales. Ahora, Fernández llega confiado en quedar primero, sobre todo por el impulso de Rosario. El Gobierno no se resigna. Queda la incógnita de cuánto puede hacer el socialismo, que todavía gobierna la provincia por sostener a Roberto Lavagna. El radicalismo de Mendoza llevó números a la Casa Rosada en los que muestra que Macri puede volver a ganar ahí. En la Capital Federal, Horacio Rodríguez Larreta cree que puede repetir la distancia de 25 puntos que el oficialismo consiguió hace cuatro años.
Buenos Aires
Y todo deriva en la provincia de Buenos Aires, donde vota el 38% de los argentinos. Los consultores de opinión pública se pierden en esa geografía diversa, plagada de dificultades para confeccionar vaticinios. Un primer dato desconcertante es el alto nivel de indecisos que recogen las encuestas, sobre todo cuando son presenciales. ¿Es la señal de un voto vergonzante? Varias de las consultoras líderes registran una baja sensible de ese indicador y una suba de la intención de voto a Macri cuando los sondeos son sin intervención humana. Difícil establecer cómo se traducirá esa conducta en las urnas.
Mucho más complejo todavía es determinar qué suerte le espera a María Eugenia Vidal en su duelo contra Axel Kicillof por la gobernación. Pronosticar el factor corte de boleta es una rama de la magia. Macristas y kirchneristas coinciden en que Vidal logró "levantar" a Macri. El efecto deseado por el Presidente cuando se opuso a desdoblar las elecciones de la provincia.
Pero al menos hasta la víspera ningún consultor valora como posibilidad concreta que el macrismo pueda ganar Buenos Aires en las PASO. Es el bastión de Cristina, sobre todo por el músculo que exhibe en el conurbano, capital de la crisis. El comando kirchnerista se ilusiona con un aluvión de diferencia allí que incline el tablero provincial y nacional. En la Casa Rosada son cautos: "Quizá se lleven una sorpresa", dice un ministro, aferrado a números de la última semana.
El cierre de la campaña lo mostró a Macri abrazado, literalmente, a Vidal. Actúa como una tabla de salvación para él, pero quien más riesgo tiene de hundirse es ella, por culpa del sistema electoral de una sola vuelta. La extrema polarización le deja poco margen para pescar en el corte de boleta. El voto más buscado es el que pueda quitarle directamente a la boleta kirchnerista. Hay un perfil de electores cuya preferencia es Alberto Fernández-Cristina Kirchner para presidente-vice; Vidal para gobernadora.
Es el corte perfecto para ella. Cada voto que le quite a Kicillof vale doble. No hay que sorprenderse de que la gobernadora haya sido tan cuidadosa en sus apariciones públicas a la hora de hablar de Cristina Kirchner. Denuncia el "sistema" que gobernó 28 años la provincia, pero a la expresidenta casi no la nombra. La intención de voto "Cristina-María Eugenia" surge con sorprendente naturalidad entre votantes del conurbano, sobre todo en mujeres de bajos recursos económicos. Se entiende también por qué estos días Cristina desacreditó compulsivamente a Vidal.
Así como el macrismo cree que dio todo en la campaña y que pasará la prueba de agosto, el kirchnerismo se ilusiona con sacudir hoy el mapa político. "Instalaron un optimismo exagerado; se les puede volver un búmeran", advierte un asesor del candidato presidencial.
Fernández sufrió la campaña, entre traspiés propios y un palpable descontrol del mensaje. En su entorno sienten que eso se ordenó sobre el final. En los dos bandos valoran que Kicillof resultó un mejor candidato en campaña, obediente al libreto, sin estridencias, enfocado en sacarse de encima todo lo posible el mote de extremista.
La meta del kirchnerismo está en tocar o superar el 40%, por encima de los números de Scioli 2015. Hasta con una diferencia corta eso los dejaría a tiro del 45, el número mágico que entrega el triunfo en primera vuelta. Un resultado, incluso una victoria, que empiece por 3 tendrá sabor agridulce para Alberto Fernández. Significará que su irrupción ha sido insuficiente para romper el techo electoral que forzó a Cristina a tercerizar la candidatura presidencial.