
Menem, montoneros y el error de comparar el hoy con el ayer
Carlos Menem ha entablado siempre un combate perdidoso con las precisiones. Acaba de afirmar, en el reportaje publicado por LA NACION el domingo último, que la Argentina es gobernada, bajo la administración de Néstor Kirchner, por los montoneros. Esa aseveración ha provocado, como era previsible, un intenso debate político.
Kirchner anda por la vida incubando enemigos con la pasión que merece sólo la conquista de aliados, pero la imputación de Menem es ciertamente arbitraria e inconsistente. ¿Qué fueron los montoneros si no una organización armada decidida a vencer al Ejército regular para imponer una revolución socialista? ¿No fue una utopía sangrienta en un mundo bipolar y posible, que ya no existe más? Hasta donde llega la mirada objetiva, ninguno de esos proyectos figura ahora en ningún programa oficial.
Desde 1983, el peronismo no ha prescindido, cuando buscó renovar su cuadro de dirigentes o de funcionarios, de hombres que en la década del 70 militaron o simpatizaron con los montoneros. Pero, en todos los casos, fueron personas que habían evolucionado y muchos de ellos se convirtieron al más apasionado pacifismo, luego de comprobar en carne propia la criminal inutilidad de la violencia.
El propio ex presidente recurrió a muchos veteranos de la lucha armada, cuando éstos ya estaban convencidos del viejo error. Julio Mera Figueroa, que fue ministro del Interior de Menem y que nunca abandonó su entorno, había participado de la experiencia montonera. Luis Prol, que murió prematuramente de una cruel enfermedad, fue montonero y luego ocupó cargos importantes en la administración de Menem: fue un duro interventor de Catamarca, donde desalojó del poder a los Saadi, y fue también secretario de Desarrollo Social del gobierno nacional.
Alicia Pierini, responsable de los derechos humanos en épocas de Menem, trasegó en los años 70 la izquierda peronista, que se confundía muchas veces con los grupos armados. Su posterior gestión pública fue, con todo, respetada por políticos y dirigentes de las organizaciones de derechos humanos.
El gobernador de Santa Fe, Jorge Obeid, que fue ya dos veces aupado a ese cargo, es, quizás, el empinado ex jefe montonero que alcanzó más altas funciones electivas en la democracia. Fue gobernador de su provincia en tiempos de Menem y en los de Kirchner; en ambos casos, contó con la imprescindible ayuda electoral de uno de los dirigentes más clásicos y previsibles del peronismo: el caudillo santafecino Carlos Reutemann.
El actual gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, también desfiló entre los montoneros, pero ya ocupó el mismo cargo durante la administración de Menem. El ex presidente siempre tuvo para él palabras de reconocimiento y gratitud, aunque los separó la última elección presidencial.
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¿Qué constatación lo llevó a Menem a esa aseveración infiel? Un gobierno se juzga por el Presidente y los ministros que integran su gabinete. Kirchner no fue montonero, no estuvo preso por la presunción de serlo y tampoco tuvo una participación destacada en la lucha por los derechos humanos desde 1983. Quizás esa ausencia de un fuerte compromiso político es lo que lo empuja, a veces, a una sobreactuación de sus convicciones sobre la violación de los derechos humanos en la década del 70.
Alberto Fernández, Roberto Lavagna, José Pampuro, Daniel Filmus, Carlos Tomada y Alicia Kirchner no fueron montoneros, aunque hayan militado en diversas vertientes del peronismo en los años violentos.
Aníbal Fernández es ya un viejo guerrero del dislate y de la incorrección política, pero nunca tuvo otra arma que su palabra disparatada. ¿Por qué sorprenderse de su asombrosa acusación a LA NACION por haber publicado un reportaje a Menem? ¿No había hecho antes un notable alarde de arcaico machismo cuando mandó a dos mujeres con envergadura política propias, la senadora Kirchner y la esposa de Duhalde, a discutir en la peluquería? ¿No se convierte todos los días en portavoz de políticas internacionales o económicas que la realidad termina por desautorizarlo más pronto que tarde?
El canciller Rafael Bielsa merodeó los círculos montoneros, pero tenía poco más de 20 años en la mitad de los setenta. ¿Quién no se equivocó a esa edad? ¿Hay acaso una condena eterna para los arrebatados pecados de juventud? Lo cierto es que, casi treinta años más tarde, Bielsa se convirtió, junto con Lavagna, en uno los funcionarios de Kirchner que con más rapidez entendió el mundo que le tocó vivir.
Eduardo Duhalde, que siempre estuvo lejos y muy lejos de los montoneros, suele decir ahora que Bielsa es "un hallazgo" como canciller. Lo conoce porque es el ministro que más debe frecuentar por su condición de presidente del Mercosur.
En la segunda y tercera línea de la administración existen funcionarios que han pasado por la organización armada de montoneros. La proporción no es mucho mayor que la que tuvo el propio Menem.
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Debe computarse también la relación personal de Kirchner con el diputado Miguel Bonasso, que nunca desconoció su importante militancia en los montoneros. Pero Bonasso no forma parte del Ejecutivo; es sólo un legislador entre tantos, que ni siquiera se integró al bloque del Partido Justicialista. En 1979, Bonasso se fue de montoneros con una durísima crítica a la conducción del grupo guerrillero.
Una conclusión posible es que resulta inservible, cuando no absurdo, juzgar el presente con las categorías ahora inexistentes del pasado. Sin duda, el Presidente contribuyó a encender la mecha de un debate ardiente con su discurso en la ESMA -y con la innecesaria solemnidad del acto en el Colegio Militar- para conmemorar los 28 años del comienzo de la última dictadura y colocar al jefe del Ejército en la situación de descolgar dos cuadros de ex presidentes militares.
Debe reconocérsele, con todo, que acaba de hacer una oportuna autocrítica cuando le dijo al columnista de Clarín Eduardo van der Kooy que su discurso había producido divisiones y que tal vez no debió hablar para no dar rienda suelta a sus convicciones personales.
Su error, en todo caso, no es gobernar con los montoneros (que a esta altura es como gobernar con nadie), sino el de haberse enamorado de una retórica setentista. Es ciertamente una antigualla. Por ejemplo, su permanente querella con el mundo empresarial, al que culpa de todos los males que lo aquejan, está a destiempo hasta con los socialistas españoles o con la socialdemocracia europea y escandinava.
El gobierno de Kirchner ha cometido muchos errores, pero su equivocación esencial no consiste en contar con un plan de lucha armada, como se insinúa, sino en carecer de un plan estratégico de largo alcance para resucitar a la achacosa Argentina. La táctica fugaz, el hoy por hoy, las páginas de los diarios de mañana parecen agotar su capacidad de combate.





