Políticas que no atacan las causas de fondo
No quieren trabajar, quieren vivir del clientelismo", le decía un hombre joven a otro en un elegante restaurante porteño, ignorando que, a pocas cuadras, una madre lograba que sus hijos escasamente se alimentaran gracias a la Asignación Universal por Hijo. La misma que él criticaba y cuyo monto mensual equivale a la mitad de lo que pagaría en ese restaurante.
Los planes sociales más relevantes en números de beneficiarios en la Argentina no son clientelares. Con la excepción del Programa Argentina Trabaja, los planes son universales, no están condicionadas al actuar político individual del beneficiario y permiten a millones de pobres cubrir algunas de sus necesidades más urgentes.
El problema principal no es que los planes vigentes sean clientelares y alienten los embarazos o desalienten el trabajo, sino que se limitan a transferir ingresos sin modificar de manera decisiva las causas estructurales de la pobreza. Les ponen plata en los bolsillos a los pobres para que puedan consumir bienes básicos, pero los pobres siguen accediendo a servicios y bienes públicos de baja calidad.
Podrán comprar pan, pero esperarán horas por una cama en una sala hacinada de un hospital del conurbano bonaerense. Accederán, quizás por primera vez, a un colchón decente, pero sus hijos terminarán la primaria con serias deficiencias de lectoescritura y comprensión de textos. Esto sin mencionar cuestiones más graves, como el trabajo infantil en el monte chaqueño o en talleres textiles clandestinos del conurbano.
Dos causas parecen atentar contra las políticas de largo plazo en la lucha contra la pobreza. Primero, al ser el presupuesto limitado, la urgencia del hambre y el temor al conflicto social seducen a los gobernantes hacia la efectividad de la respuesta inmediata. Segundo, la transferencia de ingresos incrementa el apoyo electoral de los sectores beneficiarios, por lo que los políticos no encuentran incentivos suficientes para invertir en factores de largo plazo, como salud y educación.
Esto ocurre no solo con los pobres. Los sectores medios y altos también apoyan electoralmente a quienes les ahorran impuestos y los subsidian. Solo en la medida en que toda la sociedad tome conciencia de que el desarrollo es inviable mientras alberga un tercio de pobres, las políticas necesarias irán apareciendo a la vez que se contenga la urgencia social. Claro está: todos tenemos que estar dispuestos a pagarlas.
El autor es sacerdote jesuita y director del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS)
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