
Se redujo siete puntos la ventaja de De la Rúa
Duhalde pasó del 28% al 31% y el candidato aliancista bajó al 43%, aunque ganaría en primera vuelta; Cavallo subió al 10%.
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Cuando los encuestadores de Gallup salieron a la calle, entre el viernes y el domingo últimos, para cumplir con un nuevo relevamiento electoral en todo el país, encargado por La Nación , no se imaginaron que harían palpitar a cientos de miles de lectores con una nueva emoción: desde fines de septiembre, Fernando de la Rúa, candidato de la oposición, ha perdido cuatro puntos, y, el casi desahuciado gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, ha subido tres puntos.
Ahora la relación es del 43 por ciento al 31 por ciento de intenciones de voto. Entre los principales contendientes la diferencia ha pasado a ser de doce puntos.
Es como si nada hubiera ocurrido entre julio y este último fin de semana largo, porque también entonces, a mediados de año, De la Rúa acumulaba el 43 por ciento de los votos potenciales y Duhalde lo seguía con el 31 por ciento.
Entre una distancia de 19 puntos en favor del candidato de la Alianza, según la medición hecha por Gallup del 24 al 28 de septiembre, se ha bajado a otra, de 12 puntos.
Es ésta la mejor noticia que el candidato presidencial del Partido Justicialista ha recibido desde mayo último, cuando su contrincante comenzó a sacarle ventajas llamativas. En principio podría decirse que ayer no era el día más indicado para que Duhalde volviera, como lo hizo, a arremeter contra las encuestas. Llegó al paroxismo de decir que deberían ser prohibidas.
Sin embargo, si se reflexiona sobre estas nuevas cifras sin los impulsos emocionales que desata un giro tan pronunciado en la tendencia electoral, habrá de convenirse que, a su modo, el gobernador bonaerense sigue teniendo razón para fastidiarse con las encuestas y los encuestadores y con quienes las publican.
El fondo de la cuestión sigue siendo, en efecto, que las novedades de esta última encuesta de Gallup resultan insuficientes para prever que el jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires deberá postergar el sueño para el cual se ha preparado toda la vida.
Por añadidura, con sólo el 31 por ciento de intención de voto, Duhalde está más lejos de lo que nunca haya estado un candidato presidencial del PJ de la base electoral histórica de la fuerza inspirada en Juan Perón.
Si no hay más cambios que éstos, De la Rúa será el nuevo presidente de los argentinos.
Con exclusión de los votos en blanco y de los indecisos, que en el peor de los casos para él se repartirían en partes iguales, el 43 por ciento de los sufragios, hoy por hoy comprometidos con De la Rúa, se potenciarán aún más por una simple operación de cálculo resultante de las normas electorales en vigor (sobre lo que también se informa aparte en esta página).
El 24 del actual, por la noche, aquel 43 por ciento podría equivaler, por esa suerte de indexación legal, al 47 o 48 por ciento de los votos positivos.
Por tal razonamiento se infiere que no habrá segunda vuelta. Y, si la hubiera, los encuestados anticipan que el voto por De la Rúa se acrecentaría: el 50 por ciento del electorado lo hará por el candidato de la Alianza y el 37 por ciento por el del PJ.
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¿Qué ha ocurrido en dos semanas para que las diferencias se hayan achicado de tal manera?
Gallup no tiene una respuesta certera. Infiere, como puede hacerlo el lector, que ha gravitado en el ánimo general la cadena de victorias consecutivas del justicialismo frente a la oposición.
El PJ ha triunfado en distritos importantes del interior. Se ha quedado con la conducción de once provincias, contra cuatro de la oposición y una del Movimiento Popular Neuquino. Siendo así, ¿cómo es que Duhalde estaba tan rezagado?
Una respuesta a ese interrogante, trabajada por casi todos los analistas políticos, proviene de la serie de infortunios -algunos, producto de sus propios errores- padecidos por Duhalde en diferentes momentos de la campaña electoral. Otra ha sido elaborada por el propio gobernador, lo cual releva de más esfuerzos en el examen: no todos los dirigentes del justicialismo se han movilizado con entusiasmo en favor del candidato partidario.
Y lo más notable de todo: se ha interpretado que el Presidente ha aparecido, por momentos, haciendo campaña en contra de la fórmula presidencial de su partido, en otros en favor y, en otros tantos más, realizando, como un malabarista prodigioso, ambas cosas al mismo tiempo.
Si Gallup, la encuestadora oficial de La Nación para estas elecciones, no conoce exactamente las razones de la importante novedad introducida en la campaña a once días de su conclusión, sí ha estado capacitada para verificar dónde exactamente se ha producido el cambio.
La reducción de siete puntos en la ventaja de De la Rúa sobre Duhalde se ha registrado, fundamentalmente, en los centros poblados con menos de 100.000 habitantes, entre la clase media baja y, particularmente, en los estratos sociales más bajos. O sea: donde históricamente el peronismo ha sido más fuerte.
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¿Ha llegado, pues, adónde debía ser recibido el mensaje de las últimas semanas de los más empinados dirigentes del oficialismo, con la recreación de la antinomia histórica entre peronistas y antiperonistas?
¿Ha sido convincente el presidente Menem con su participación en esta cruzada con mucho de último y decisivo round en la pelea electoral, nada menos que cuando lo hace abrazado a la maltrecha imagen de María Julia Alsogaray, arquetípica de las más rotundas disidencias con el peronismo descamisado?
¿Hacia dónde irá, en definitiva, ese voto que vacila entre las viejas lealtades partidarias y el rechazo por el remozamiento justicialista en las ideas y el estilo, algo que no siempre entiende y estimula la nostalgia de las bases por el pasado?
Probablemente, esta encuesta de Gallup tonifique los últimos días de campaña del gobernador de Buenos Aires, quien en las últimas semanas ha acentuado sus críticas a las mediciones electorales, como si ellas obedecieran a caprichos de la oposición, en lugar de ser lo que son: el trabajo de sociólogos y estadígrafos en función profesional.
En este punto culminante, todos están esperando saber qué dirá el encuestador clásico del PJ, Julio Aurelio. Al hacer llegar el jueves pasado una última encuesta sobre los comicios para intendente de Córdoba, La Nación requirió infructuosamente de Aurelio sus datos más recientes sobre los comicios presidenciales.
"No hay nada de nuevo", dijo Aurelio -como si le hubieran preguntado por el tiempo-, ... "con excepción de que la brecha se ha ensanchado".
Bueno, la encuesta de Gallup trae para Duhalde el alivio que le retacean las estimaciones del encuestador justicialista. Y, mucho más que éstas, las cifras del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), que Clarín publicó el domingo último.
CEOP informó, a la luz de un relevamiento nacional que realizó entre la última semana de septiembre y la primera de este mes, que Fernando de la Rúa había aumentado su ventaja sobre Eduardo Duhalde 4,2 puntos. Estarían, a su juicio, 45 por ciento a 29,7 por ciento, respectivamente.
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En medio de las bajas y subas de la flamante encuesta de Gallup, el ex ministro de Economía Domingo Cavallo ha conseguido salir de su enclaustramiento del 8 por ciento, en que se mantuvo durante tres meses. Ha alcanzado, así, el 10 por ciento de expectativas de voto.Las primeras impresiones de que algo inesperado estaba sacudiendo los días últimos de proselitismo se tuvieron la semana anterior, al trascender datos sobre un final reñido por la provincia de Buenos Aires, entre la diputada Graciela Fernández Meijide, de la Alianza, y el vicepresidente de la Nación, Carlos Ruckauf.
Hasta hace unos días, la victoria parecía estar a la mano de la candidata aliancista. No es ésa, con todo, una cuestión que pueda gravemente perturbar la flema del doctor De la Rúa.
Si gana la Alianza en Buenos Aires, mejor; pero si pierde e igualmente conquista la presidencia de la Nación, tanto el Frepaso como algunos amigos radicales de De la Rúa en la provincia de Buenos Aires tendrán una idea inapelable sobre quién ha sido exactamente el artífice del triunfo del 24 de octubre.
Hay cosas que deben aprenderse con claridad para que se sepa quién y con qué alcance ha de gobernar. A veces es con dolor.

