La convivencia se está convirtiendo en una necesidad para poder cumplir el deseo de tener un espacio propio; la premisa ya no es “irse a vivir solo” sino acompañado
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Alquiler de habitación en calle de Pere Serafí, 33, Vila de Grácia.”Busco gente para convivir (preferible que haya tenido experiencia compartiendo) que cuide los espacios y objetos de uso común. Que no le moleste dividirse las responsabilidades de limpieza de un espacio común cada semana y bajar la basura. Busco un buen ambiente de convivencia, cocinar, subir a la terraza, charlar, salir de vez en cuando, pero al mismo tiempo respetar el espacio personal y privacidad de cada uno”, reza un aviso de uno de los buscadores más populares de departamentos en alquiler de España, dentro de la categoría Compartir. Muchos jóvenes españoles que trabajan o estudian y quieren independizarse, ante la imposibilidad de desembolsar casi €1000 por el precio de un alquiler de departamento, eligen compartir vivienda en departamentos muy bien ubicados, en zonas céntricas, con sus pares.
Cuando los gastos salen de un solo bolsillo el recurso de “compartir piso”, como le dicen los españoles, no es ninguna novedad. Se trata de un hábito arraigado por la dificultad del acceso a la vivienda, especialmente en ciudades caras, como Madrid, Barcelona y San Sebastián. El desempleo, la precariedad laboral, los bajos salarios y la burbuja inmobiliaria son un mal cóctel especialmente para los jóvenes españoles.
Desde la crisis que azotó en 2008 a España la situación no se pudo recomponer y ahora tendrán que superar los estragos provocados por la pandemia. Según datos del Observatorio de Emancipación “para una persona joven, alquilar un piso en solitario, supondría destinar el 94,4% de su salario neto a cumplir con el contrato”. Solo un 8% de los jóvenes de ese rango de edad tiene un contrato indefinido, que es lo que les permitiría calificar para un crédito hipotecario. El diario El País publicó recientemente un artículo con base en datos de Eurostat, que asegura que el 64% de los jóvenes de 25 a 29 años todavía vive con sus padres. Entre los europeos, son los últimos en poder irse del nido. Representan el doble o el triple que en Francia (17%), Reino Unido (25%), Alemania (30%) o países nórdicos (5% ó 6%).
Cuando compartir es la única opción
Sí, en España vivir solo es un privilegio de pocos. De ahí la estrategia para poder agitar las alas. ¿Quiénes comparten? Estudiantes, jóvenes trabajadores, mujeres y hombres divorciados con hijos que necesitan reacomodarse y hacer frente a su nueva situación económica. Y personas que quieren ahorrar, ya sea para darse gustos o armarse de un “fondo” para dar el paso para acceder a un crédito en pareja o por cuenta propia. La argentina Marlene Iniesta Schaievitch, de 39 años, cuenta que hasta hace muy pocos meses compartió alquileres. “Nunca me resultó chocante esta modalidad porque me vine a España de muy chica, con 20 años recién cumplidos. Acababa de salir de mi casa. Era el paso lógico, porque no iba a conseguir afrontar un alquiler sola con un sueldo. En el caso español y europeo en general, este tipo de modalidad siempre se va a ver normal porque no existe otra opción viable. La ventaja es económica, así como el tener compañía, si te gusta estar en contacto con otros. El beneficio no solo es a la hora de pagar el alquiler, sino también los gastos de internet, luz, agua, gas. Pasas de pagar €1000 si vivís solo a €400 de máximo, teniendo cubiertos todos los gastos. Por supuesto que hay una diferencia tremenda”, detalla Marlene, profesora de canto.
Alquilar una habitación en un departamento y compartir áreas comunes permite subir varios peldaños en cuanto a categoría y barrio a la hora de elegir. Cuantos más servicios y lujos, el precio de una habitación pueden costar hasta €700. “Compartir alquiler te da la posibilidad de acceder a pisos mucho mejores”, asegura Schaievitch. Y agrega: “Es algo que ocurre en Madrid, como en otras capitales del mundo, donde el m² es caro, los edificios son muy viejos y la calidad no es muy buena. Son históricamente lindos, pero se caen un poco a pedazos, tienen problemas de humedad, paredes finas, con vecinos que hacen ruido. En pocas palabras, son cuchitriles y no lugares amplios, con luz natural, lindos. Al compartir podés empezar a mirar otro tipo de posibilidades. Y es ahí donde uno se plantea cuáles son las prioridades. ¿Vivir solo o vivir un poco mejor?”.
En la actualidad, en sintonía, están creciendo las propuestas de co-living. Inversionistas que vieron que este modelo podía crecer comenzaron a desarrollar edificios donde las zonas comunes incluyen gimnasio, espacio para el co-working, terrazas. Las habitaciones incluyen baño privado y parten desde los €750. Eso no está pensando para ahorrar, claramente. Es un modelo de negocio en fase embrionaria, del que se espera un boom en los próximos dos años, pensado para emprendedores, que busquen un estilo de vida en comunidad. Pero este es otro tema.
Experta en compartir y administrar
Desde mayo, Cristina Ortega ya vive sola. Sus treinta y pico ya se lo pedían. Esta oriunda de Cuenca es una experta en esto de compartir casa, con amigos, primas y desconocidos. “Sola se está muy bien. Sabes que tienes tu premio después de tantos años de ahorro, tienes tu casa a tu gusto. La hipoteca se alinea a mis ingresos. Puedo viajar. Se ajusta a lo que quiero. Gracias a que he vivido de alquiler he podido salir a cenar, viajar, viajar con mis amigos por España, y durante los veranos intentar hacer un viaje afuera. No he viajado todo lo que quería porque he necesitado ahorrar. Mi objetivo era comprarme una casa”, cuenta Cristina, que trabaja como recepcionista en un despacho de abogados.
De sus experiencias comparte con humor la época en que se instaló en Madrid en un departamento compartido con su gran amigo Alberto, con quien hizo castings por Facebook para encontrar ocupante de la tercera habitación. “La propietaria de la vivienda nos pedía que seleccionáramos a las personas con las que queríamos convivir. Era súper divertido. Venían a casa y los entrevistábamos; de qué trabajais, qué horarios tenéis, si les gustaba hacer fiestas, si eran personas tranquilas. Al final buscábamos convivir con un perfil que fuera igual. Así llegó Ana, de Badajoz, que se echó novio y se marchó. Elvira duró poquísimo porque también se echó novio y se marchó. Y esa habitación iba así, chica que entraba, chica que se iba porque había conocido un chico. El punto de inflexión fue cuando se marchó Alberto en 2011 a Londres por un tema laboral. No sabía qué hacer. Yo no podía vivir sola. Costaba muchísimo, de €500 para arriba. La propietaria me dijo: mira Cristina, como te quedas sola, te bajo la renta, en vez de pagar €300 pagas €200 y ahí te encargas de todo: de buscar a la gente que vaya a vivir contigo, y si se estropea la lavadora, tu me llamas o intentas buscar un técnico, arreglarlo y me dices cuánto te tendría que dar”, recuerda. Y resume: “Compartir piso te permite: no vivir en soledad, aprendes muchísimo de la gente, te hace mejor persona, tener más paciencia. No me arrepiento de nada, de haber compartido con gente, he estado super a gusto, algunas veces más que otras. Yo se lo recomiendo a todo el mundo. Con el tema dinero te permite darte otros lujos, que quizás si vives sola, no puedes”.
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