
Cristina L. de Bugatti
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Las intensas lluvias, el calor y la gran luminosidad posterior que produce un sol sin nubes son un estímulo extraordinario para el imparable crecimiento de las plantas. Aun sabiendo que toda poda produce mayor brotación y crecimiento, hay que hacerlo, pero la consigna es que la planta no pierda ni altere su forma.
Existe el temor de que la poda de verano perjudique la planta: no hay que temer. En esta época las heridas cicatrizan muy rápidamente y no sufren las invasiones de hongos o bacterias.
Los árboles y arbustos con la copa formada suelen emitir largas ramas: se deben cortar a la altura del resto del follaje, para que no se note. La consecuencia será una brotación lateral que hará el follaje más denso, pero sin modificar la copa.
En los árboles jóvenes, sobre todo los jacarandaes, aparecen brotes en los troncos. Hay que quitarlos al ras no bien emergen, con el pulgar de la mano, para evitar que formen cicatrices.
También los retoños que nacen al pie deben ser suprimidos. Esto, al tiempo que conserva la pureza de la línea, hará que la savia vaya hacia la copa.
Ya hemos hablado de los retoños de las plantas injertadas, que se deben suprimir y no permitir que el pie de injerto, mucho más vigoroso, se adueñe de la situación.
En frutales como las vides, con exceso de follaje, se puede ralear algo las hojas para que el sol dé sobre las frutas. Algunas trepadoras, como las glicinas, se deben podar en verano, acortar las largas ramas y suprimir las que forman un follaje muy denso: eso estimulará la futura floración.
Pasear por el jardín con la tijera lista, ayudará a mantener el equilibrio entre el vigor y las formas, y evitará también que el próximo invierno haya que cortar esas mismas ramas, pero leñosas y fuertes, desperdiciando la gran tarea de acopio de nutrientes hecho por la planta.




