Fueron plantadas en el siglo XVIII, son parte del legado histórico porteño y están protegidas como Árboles Históricos desde 1969
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En el corazón de San Telmo, sobre la calle Humberto Primo 343 y a pocos metros metros de la Plaza Dorrego, dos imponentes magnolias han resistido el paso del tiempo por más de dos siglos. Su longevidad y majestuosidad las han convertido en las más antiguas de la Ciudad de Buenos Aires y en protagonistas de innumerables fotografías. Pero su importancia no es solo estética: son testigos vivos de la historia porteña.
Estos ejemplares de Magnolia Grandiflora fueron plantados por la orden de los Bethlemitas a fines del siglo XVIII o principios del XIX, cuando el solar albergaba el Protomedicato, el tribunal sanitario creado por Miguel O’Gorman para regular la medicina en el Virreinato del Río de la Plata. También en este sitio funcionaron el viejo Hospital de Hombres y la primera Escuela de Medicina de Buenos Aires. Hoy, las magnolias permanecen en el jardín de entrada de la Escuela N° 22 del C.E. 4 “Guillermo Rawson”, donde continúan su silenciosa vigilia sobre generaciones de alumnos.

Historia y protección
Desde agosto de 1969, las magnolias están protegidas bajo el título de Árbol Histórico por Decreto Nacional. Su mantenimiento está a cargo de la Dirección General de Espacios Verdes y Arbolado de la Ciudad, que realiza inspecciones periódicas para garantizar su buen estado. Damián Pérez, subgerente operativo de Inspección de la entidad, señaló que actualmente, estos ejemplares se encuentran en excelentes condiciones y no requieren intervenciones desde hace varios años. Sin embargo, se monitorean con regularidad para evaluar su salud y estabilidad estructural.

Las tareas de poda se realizan solo cuando es estrictamente necesario. “Este tipo de intervenciones menores pueden realizarse en todo el año, ya que no afectan más del 5 o el 10% de la copa del árbol”, explicó Pérez. Cualquier trabajo en estos ejemplares se ejecuta bajo estrictos controles técnicos dentro del cuerpo de Inspectores de Arbolado Urbano y Espacios Verdes.
Un patrimonio cultural y ambiental
Las magnolias del Protomedicato no solo embellecen el paisaje urbano, sino que desempeñan un papel fundamental en el ecosistema de la Ciudad. “Estos ejemplares no solo aportan valor ambiental a través de servicios ecosistémicos como la mejora de la calidad del aire, la regulación térmica y la conservación de la biodiversidad, sino que también simbolizan un legado histórico que conecta a la comunidad con su pasado”, destacó Pérez.

En este sentido, el Gobierno porteño apuesta por la preservación del arbolado urbano como parte de su política de sostenibilidad. Ignacio Baistrocchi, ministro de Espacio Público e Higiene Urbana, sostuvo: “Los árboles mejoran la calidad de vida urbana y son parte del patrimonio natural y cultural de las ciudades. Para monitorear su desarrollo contamos con especialistas en arbolado en todas las comunas porteñas”. Además, subrayó que los proyectos de recuperación del espacio público incluyen la incorporación de nuevas áreas verdes y árboles en el marco del Plan Maestro de Arbolado.
Las joyas verdes de San Telmo
Estos árboles, que podrían haber sido plantados en 1778 según algunas versiones, representan lo último que queda en pie de la Buenos Aires del siglo XVIII. Sus troncos, ahora surcados por la edad, se elevan para formar densas copas de hojas verde brillante. En primavera, sus flores blancas y perfumadas, con pétalos carnosos y grandes, atraen a polinizadores y curiosos por igual.

El valor de las magnolias trasciende su estética. Su inclusión en el registro de árboles notables de la Ciudad las sitúa junto a otros 600 ejemplares protegidos por su historia, monumentalidad o rareza botánica. Algunos de estos árboles se destacan por su edad extraordinaria, otros por sus características únicas, pero pocos pueden presumir de haber sido testigos de más de dos siglos de historia porteña.
A pesar del crecimiento urbano y los cambios en la fisonomía de San Telmo, las magnolias del Protomedicato continúan en su lugar, firmes y majestuosas. Son, sin duda, un símbolo viviente de la identidad porteña y un recordatorio de la importancia de preservar nuestro patrimonio natural y cultural.
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