La música klezmer, los bailes en ronda, los saltos y desbordes de emoción serán vividos a gusto de cada invitado; la ceremonia no se “mira”, se vive
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Encontrar un plan distinto en Buenos Aires puede convertirse en un desafío: la ciudad ofrece de todo, pero no siempre aparece esa opción original que rompa la rutina y sorprenda con algo novedoso.
En ese panorama surgió hace poco menos de un año una propuesta que atrae a cientos de personas cada fin de semana: la Boda Judía, una experiencia inmersiva creada por Yael Wolowsky que fusiona ritos, humor, gastronomía y fiesta.

Emoción desde la entrada al salón
Al llegar los espectadores, que actúan como invitados, entran a un salón preparado como para un casamiento real. No hay escenario, no hay filas sino mesas vestidas con su decoración, sus platos de sitio, los cubiertos y las flores, adonde se sentarán los “invitados”, para que comience el espectáculo y la diversión.
Como en un salón de fiesta típico es cálida y el murmullo muchísima gente conversando recrean el ambiente de un festejo real. La fiesta está por comenzar y es difícil distinguir que es ficción y que no. Quizá lo mejor sea entregarse al juego y disfrutar como un invitado que llega a una boda judía con una única misión: alegrar a los novios.
El elenco —Eliana Ogea Barca, Karina Spivak, Ignacio Solari, Cruz Benavidez, Luly Trombetta, Gregory Preck, Lucía Barbarossa, Ignacio Lovillo y Renzo Rodríguez— circula como si estuviera entre familiares. Saluda, comenta anécdotas, inicia conversaciones que parecen sacadas de una mesa de casamiento real. Esa mezcla de espontaneidad y actuación crea un clima difícil de anticipar y aún más difícil de clasificar.
Ubicarse en la mesa
Cada mesa reúne a personas que no se conocen. Con el correr de los minutos, ese azar se convierte en comunidad. Aparecen los primeros brindis, las miradas cómplices, los comentarios sobre los personajes y los pequeños acuerdos que transforman a un grupo de desconocidos en compañeros de fiesta.

El menú —que varía en cada función— acompaña ese vínculo. La comida se integra a la trama social, no como un servicio, sino como parte esencial del éxito de la fiesta. Hay platos que sorprenden o reconfortan. Otros, como la mesa dulce y la recepción, donde es necesario agolparse para conseguir un canapé, y un ritmo general que marca el timing y las tandas musicales, como en cualquier festejo de boda tradicional.
Acá habrá ceremonia de boda ritual, con la jupá -dosel nupcial tradicional en los matrimonios judíos, que simboliza el hogar que la pareja construirá-, el rabino y los atuendos típicos. La música klezmer, los bailes en ronda, los saltos y desbordes de emoción serán vividos a gusto de cada invitado. La ceremonia no se “mira”, se vive.
Las rondas de bailes
Cuando la música sube la pista se llena, los cuerpos se mezclan y la energía alcanza picos de fervor identicos a los de una boda judía real. La infaltable ronda, los novios alzados en sus tronos improvisados, tal vez hasta hay puente de brazos con la novia saltando hasta llegar al otro lado. Los invitados formarán trencitos, pogos, bailarán alrededor de los novios y al ritmo del Hava Naguila o el Mashiaj Mashiaj. Imposible quedarse sentado mirando cómo los demás se divierten.
En ese torbellino aparecen gestos que no suelen ocurrir en otras salidas: risas compartidas con desconocidos, abrazos espontáneos, grupos que se arman y desarman sin explicación, microficciones que nacen y mueren en la pista.
Llegado a ese punto, la división entre actor y espectador se vuelve irrelevante. La experiencia sucede en un mismo plano para todos.
¿Quién no quiso alguna vez colarse a una boda?
Desde su primera función el 29 de febrero de 2025, la propuesta de este espectáculo inmersivo creció sin detenerse. El boca a boca impulsó a organizar nuevas fechas, y los salones empezaron a recibir entre 90 y 170 personas por noche. Un dato singular: entre el 60% y 70% del público no pertenece a la colectividad judía.

La vivencia de Mariana, que logró conseguir entradas después de varios intentos, se resume así: “Son tres horas en las que uno se ríe, come, baila y participa de un juego”. Lo que más le gustó fueron algunos momentos “súper emotivos, como la ceremonia, cuando se casan los novios”. También recordó a personajes que quedaron grabados en su memoria: “Las madres están muy locas, y el padre… es un tema aparte”. Incluso se llevó una impresión afectiva inesperada: “La bobe me hizo acordar a mi abuela, que no era judía, pero era hermosa”.
Pedro, que fue con su mujer y sus dos hijos, también cuenta que todos la pasaron muy bien. La propuesta gastronómica, como “los calentitos judíos de la entrada” -knishes, bohios y lajmashin-, que no conocían, los cautivaron. “Bailamos, nos divertimos y no paraban de pasar situaciones divertidísimas. Lo mejor fue que les dije a mis hijos que Gael, el novio, era compañero mío de trabajo en el banco y hasta casi el final de la noche se lo creyeron”, describe entre risas la experiencia que disfrutó su familia.
Hay quienes ya fueron más de diez veces. Otros se conocieron durante la fiesta. Algunos entraron convencidos de que asistían a un casamiento real. Cada espectador arma su propia lectura; la experiencia admite todas y queda guardada en la memoria como el de un auténtico festejo con familia y amigos.

Al concluir la fiesta, solo los últimos invitados participarán de la foto final y saldrán del salón con la impresión de haber participado en algo genuino. Aunque no haya novios reales, la emoción se siente en el cuerpo. Se puede llorar al momento de gritar “Mazel Tov”, cuando el novio pisa la copa y se puede correr a los empujones para tratar de alcanzar el ramo de la novia con la expectativa de ser la próxima.
Próximas bodas
Cuándo: 9 de enero en Mirador del Cabo, Mar del Plata, 10 y 17 de enero en Salón Alma Mía, Almagro.
Dónde: En salones privados que se informarán al acceder a las entradas
Cuánto: Entradas $58.000 en Alternativa Teatral
Instagram: @laboda.judia
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