Veinticinco años después de que su ex marido secuestrara a sus hijos Karim, Zahira y Sharif y los llevara a Medio Oriente, repasa su duro camino por mantener el vínculo familiar y cuenta cómo vive hoy la relación con sus herederos
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Hace una semana llegó de Jordania después de vivir dos meses en tierra árabe. El casamiento de su hijo mayor, Karim (30), con su novia Tamara Abu Soud fue el empujón que necesitaba para reencontrarse con sus otros dos hijos, Zahira (28) y Sharif (26). Gabriela Arias Uriburu (57) confiesa que ya perdió la cuenta sobre cuántas veces tuvo que hacer los 12 mil kilómetros hacia Medio Oriente para ver a los tres grandes amores de su vida. Ya pasaron veinticinco años desde que, en pleno trámite de divorcio, su ex marido, el empresario jordano Imad Shaban, extrajo a sus hijos de Guatemala (donde vivían entonces) para llevárselos sin su consentimiento a Jordania.
“El año pasado estuve cuatro meses allá. Son viajes muy intensos, en especial ahora porque estamos viviendo un cierre de ciclo. Los chicos son grandes, empiezan a formar sus familias y a buscar su propio camino. Y yo, en cierta manera, tuve que hacer un enorme trabajo para dejar ese rol de madre sacrificada y convertirme de a poco en una madre con más libertad. Cuando mi hijo Sharif se graduó en la universidad entendí que ya era tiempo de empezar a reconstituirme como mujer. Ahí fue cuando llegué a casa y sentí que se me caía encima un piano de cola. De repente me entró un cansancio inmenso... Y claro, había estado veinte años atravesando distintos infiernos”, dice.
–Tu primer infierno fue lograr entrar a Jordania para reencontrarte con tus hijos, que no veías desde el secuestro…
–Sí, y sucedió recién al año de que Imad se los llevara. Y como vos decís, mi lucha se reduce a haber entrado finalmente al país. La salvación que tiene esta historia es que con el tiempo mi caso terminó cambiando el paradigma para todos. Cuando hay un divorcio contradictorio, la madre o padre interviniente suelen pedirle al juez que regule las visitas y se quedan esperando esa resolución. En mi caso, si yo me quedaba esperando el dictamen del juez, no veía más a mis hijos. Por eso tuve que salir al encuentro de mis hijos, para que me vieran y supieran que estaba viva… Hay gente que todavía me sigue preguntando por qué no me fui a vivir allá y la realidad es que al estar casada con un musulmán, si entraba a Jordania mis derechos pasaban a ser de él y de su familia. El riesgo además de perder la inmunidad diplomática era muy grande.
"Hace unos años, mi hijo menor me dijo: ‘Mamá, gracias por todo lo que hiciste’. Y sentí que ya había tocado el cielo con las manos"
–¿Y cómo lograste ingresar al país?
–Más allá de las cuestiones legales, mi planteo frente al Estado argentino no era sólo viajar allá, sino más bien hacer foco en que los chicos tenían que volver a ver a su madre. Si las partes adultas no pueden llegar a un acuerdo, es el Estado el que tiene que velar por los derechos de los chicos. Y así se cambió el enfoque: de un derecho internacional privado pasó a ser interpretado como un derecho internacional público. Por eso se convirtió en un leading case. Y eso me posibilitó entrar finalmente a Jordania. Todo mi trabajo fue ir resolviendo siempre en favor de mis hijos: más allá de mis sacrificios, de mis propias necesidades y mis deseos como madre, elegí con todo el dolor del alma priorizar el estado emocional, espiritual y psicológico de los chicos.
–¿Hubo algún momento en que dijiste “no puedo más”?
–Millones de veces, todos los días. Pero a la mañana siguiente me levantaba y seguía. Nunca dejé de soñar con mis hijos. Mi libro Vínculos habla de eso. Con soñarlos y pensarlos, siento que nunca me fui de ellos.
–¿Cómo fue cambiando la relación con tu ex marido?
–Él es muy cíclico y muy ciclotímico, no fue ni es fácil. Para que esto siguiera fluyendo tuve que trabajar mucho el enojo, el perdón, ceder batallas y entender una cultura sin juzgar. Sé que fui yo la que tuvo que cambiar para que las cosas sucedieran de la mejor manera posible.
EL PRESENTE Y NADA MÁS
–En tu cuenta de Instagram mostrás otra mirada sobre Jordania y lo llamás “hogar”…
–Y sí. Los chicos se criaron ahí, es la tierra que los cobijó. Me llevó tiempo entender que ese iba a ser su lugar. Hace unos años, durante su fiesta de graduación del secundario, Sharif me sacó a bailar (es parte del ritual que los varones bailen un tema con sus madres) y mientras lo hacíamos me dijo: “Mamá, gracias por todo lo que hiciste”. Y lo que yo sentí en esa frase fue: “Gracias por haberme dejado acá”. Esa noche sentía que había tocado el cielo con las manos.
–¿Cómo están ellos hoy?
–Muy bien, haciendo su camino. Zahira se recibió en Escocia de diseñadora de interiores, se casó hace unos meses y hoy vive en Dubái con su marido, Husain Roomi, que es de familia iraquí, pero criado desde hace más de veinte años en Inglaterra. Los varones estudiaron en Lugano, Suiza, y se recibieron en Administración de Empresas. Uno se especializó en Economía y el otro en Marketing; ambos trabajan en una empresa de la familia en Jordania.
–¿Qué cosas heredaron de tu sangre argentina?
–El fútbol. Karim y Sharif son futboleros. Y Zahira tiene influencia árabe occidental y eso me parece increíble. Para su casamiento grabó un demo con una canción dedicada a su marido que después la bailaron en el momento del vals. Ella me dice: “Estos ojos los tengo gracias a vos, esta voz es por vos y mi amor por la cocina es gracias a vos”. Karim, que es un ser muy alegre y el más parecido físicamente a su padre, ama nuestro continente. La fiesta de su boda tuvo temática latinoamericana. El salón era una selva con bananos… Viviendo en un país desértico, eligió el verde para decorar el lugar. Y estaba Frida Kahlo en las paredes.
–¿Te imaginás abuela?
–Sí, hace años que vengo pensando en las generaciones que vienen. Zahira quiere ser madre el año que viene.
–¿Hay planes para que visiten Argentina pronto?
–Los planes siempre están. Lo que pasa es que los jóvenes de ahora tienen una mirada distinta a la que teníamos nosotros a su edad. Lejos de apegarse a la familia, están en una etapa en que se miran más a ellos mismos. A diferencia de otros tiempos, hoy soy yo la que les dice que organicen sus agendas y se vengan. Pero ellos me piden que vaya yo… Y así estamos, en una lucha que para mí es dura. Sueño con que algún día vengan a la Argentina, pero ya es una decisión de ellos. Ya no sé cómo pedirles que vengan a visitarme. Dejé de hablar del tema porque me parece que estoy causando el efecto contrario y me huyen cuando llego a esa conversación. Pienso que ellos hoy tienen un pensamiento muy complejo con respecto a América Latina porque es de donde el padre se los llevó. Creo que tienen que reconciliarse con esa parte y es una tarea que van a tener que encarar solos.
–¿Alguna vez hicieron terapia?
–No, nunca. Por eso te digo, es algo que van a tener que decidir si quieren entender un poco su historia.
"Yo con mi dolor hice amor. Hoy veo a mis hijos y mi mayor logro es que, a pesar de todo lo que vivimos, ellos sigan soñando con formar una familia propia"
–Te tocó transitar una maternidad diferente, ¿cómo te acompañó tu familia?
–Con una incondicionalidad inimaginable. Yo agradezco que mis padres no me hayan metido en un psiquiátrico y que, por el contrario, hayan aceptado mis valores y lo que quería hacer por mis hijos sabiendo que estaba eligiendo el camino más duro. Aún queda un dolor muy grande en mis hermanos y mi familia, ya que en todos estos años han quedado sacrificados los vínculos con los chicos. Así como trabajé el enojo, también lo hice con el dolor… Hay que aceptarlo y convertirlo en vida.
–¿Vos qué hiciste con tu dolor?
–Yo con el dolor hice amor y no es sólo una frase, es la realidad. Hice la paz, vinculé a dos culturas. Hoy veo a mis hijos y siento que mi mayor logro es que a pesar de todo lo que vivimos, ellos sigan soñando con formar una familia propia. Más allá de que tienen muchas cosas que resolver, que tengan ganas de casarse y tener hijos dice mucho.•
Agradecimientos: Sofitel Buenos Aires Recoleta y La Pâtisserie de Sofitel
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