Entre el recuerdo de una bailarina creada por Edgar Degas y una escultura “muy familiar”
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Mi abuela paterna tenía múltiples talentos. Tejía maravillosamente (en máquina y a dos agujas), era buena pintora y en la vejez se le dio por hacer objetos en cerámica y también lo hizo muy bien. Mi padre decía que cantaba por las mañanas, o más bien que se despertaba cantando, y con eso señalaba que amanecía feliz. Me lo decía al escucharme cantar por la casa y creo se autoengañaba pensando que tengo la verdadera alegría de vivir dentro mío. La joie de vivre, diría mi madre. Creo que eso lo tranquilizaba: saber que soy una persona feliz y de buen humor, o haber creído que lo soy. A mi padre no le gustaba ver el dolor ajeno, ni el propio, y todo lo que él no veía, no existía. Casi mágico. Eso también lo heredó de mi abuela, la multitalentosa.
Entre las últimas incursiones artísticas de mi abuela estaban unos pequeños figurines en cerámica. Los moldeaba con facilidad en su casa y luego los mandaba a hornear, para luego pintar el bizcocho y una pasada más por el horno para esmaltar hasta llegar a la pieza final. Con mi ansiedad de niña no podía entender como ella tenía la paciencia para todas estas idas y vueltas hasta ver su obra lista.
Un día se apareció con una última pieza, pequeña, no llegaba a los quince centímetros de altura. Es la figura de una niña, tiene dos colitas con moños en los costados y un vestido de mangas cortas. Entre las manos lleva un plato con una cavidad pequeña que podría sostener una vela como de esas que se usan en las tortas de cumpleaños. La nariz, casi inexistente, es tan pequeña y respingada como la mía. No sé si lo dice o lo imagino, pero la inspiración para esa estatuita soy yo.
Cuando, más conocido por sus pinturas de agraciadas bailarinas en bambalinas y salas de ensayo, presentó por primera vez en la Sexta Muestra Impresionista de París de 1881 su escultura de la “Pequeña bailarina de 14 años”, no tuvo una gran recepción. Mientras algunos la consideraban un buen primer intento de escultura moderna, otros dijeron que era fea, horrible.
@kenny.boobear I know that Edgar Degas is a bit controversial but his work HAS to be one of my favorites of all time 🙌😩 I am so happy that I was able to see so much of his work and one of my favorite statues ever #newyorkcity #themet #met #artists #edgardegas #degas #ballerina #art
♬ salvatore - television heaven
La pieza, de dos tercios de tamaño real, era un estudio hecho en cera, ya una elección de material poco probable para la época. Su protagonista está parada, sus pies con zapatillas de baile abiertos en una cuarta posición relajada (yo los veo demasiado separados); tiene los brazos agarrados por detrás, el cuello estirado y tal vez por ese mentón apenas levantado, una actitud un tanto desafiante. El propio Degas luego le agregó ropa real: una malla al cuerpo, un tutú corto y unas cintas de tela que sostienen la trenza que cuelga por su espalda.
Los que la vieron esa vez encontraron su realismo desagradable y los críticos se detuvieron en su actitud provocadora y un “rostro marcado por la odiosa promesa de cada vicio”. Culpaban así a la pobre niña de los lascivos avances de los que eran víctimas las jóvenes estudiantes del Ballet de la Ópera de París, muchas de ellas teniendo que devolver con favores sexuales el patronazgo de ciertos ricos parisinos. No sabemos si fue el caso de Marie van Goethem, hija de un sastre belga y una lavandera, que sirvió de modelo para Degas mientras se entrenaba como bailarina en ese mismo lugar. Junto a sus compañeras, eran apodadas las petits rats de l’opéra, literalmente las pequeñas ratas de la ópera, tal vez por la forma en que corrían por el escenario con pasitos cortos y rápidos, pero más probablemente por la suciedad y pobreza que las rodeaba.
Años después de la muerte de Degas, sus sobrinos, que heredaron la obra, decidieron realizar réplicas de la pequeña bailarina en bronce como así también otras en la técnica mixta que se había usado en la primera y que incluían cera de abejas pigmentada, con una armadura de metal, cuerdas, soga y pinceles cubiertos de arcilla como soporte estructural.
Hoy las pequeñas bailarinas pueden encontrarse en colecciones privadas y museos como la Galería Nacional de Arte de Washington D.C., el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York y el Museo de Orsay en París. Creo que fue en este último donde la vi, pequeñita, segura de sí misma y en mi opinión un poco enojada. Me pregunto si ignorando su historia también hubiese visto ese enojo.
Sabiendo que yo no iba a contar con la paciencia de esperar que una pieza fuese al horno y regrese y se pinte y vuelva a partir, mi abuela me compró una arcilla para niños que no necesitaba horno. Sobre unos papeles de diario en la mesa del comedor me dejaba armar mis propias miniaturas, que cuando se secaban podían pintarse inmediatamente. Ideal para espíritus impacientes. Ahí hicimos nuestro intercambio: yo le hice algunas de regalo (no me acuerdo qué eran, pero no estaban mal) y ella me hizo la pieza de la niña sosteniendo la vela con dos colitas “y una naricita respingada como vos”. No sé si me reconozco del todo en ella, la veo un poco seria y otro poco melancólica. Pero tal vez eso es porque, como con la pequeña bailarina de catorce años, también conozco su historia.
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