Se ve en los deportes cómo, de repente, el más pequeño de tamaño es capaz de ganarle al fortachón; las capacidades que se ponen en juego y cómo desarrollarlas
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Observando, al pie de una cancha de algún deporte infantil, es común notar cómo un jugador chiquito de tamaño, generalmente hábil y veloz, se destaca ante el grandote del grupo, que se vuelve incapaz de frenarlo y que, muchas veces, percibe al pequeño como un gigante. Está claro que, en la jerarquía que se crea en el grupo, el aspecto físico no es determinante. Entonces, ¿cuál es el papel que juega la cabeza en el desempeño competitivo?
“Pensar en el niño pequeño que le gana al más grande es retomar, de alguna forma, la pregunta bíblica de cómo hizo David para ganarle a Golliat, cómo logró derrotarlo siendo tanto más pequeño. Vivimos en una cultura que considera la fuerza como algo proveniente del orden físico. Pero a esa fuerza física, que en ocasiones puede ser tan diferente entre las mismas personas, se le opone otra, que es la fuerza psicológica, que es capaz de derrotar a la fuerza física a través de distintas herramientas psicológicas, con las que se puede hacer frente a una situación de evidente diferencia entre uno y otro”, explica Pablo D. Mizes, psicólogo (M.N. 9146), staff del servicio de Psiquiatría del Hospital Británico de Buenos Aires y profesor titular de las cátedras de Psicopatología infanto juvenil y de Diagnóstico y tratamiento de niños y adolescentes de la Universidad del Salvador.
Para ganarle al más grande del grupo, el más chico recurre a la agilidad que le da su cuerpo y a otras fortalezas que lo ayudan a sortear los escollos que se le pueden presentar en el partido. Esto “tiene mucho que ver con la resiliencia, la capacidad de salir fortalecido ante distintas situaciones de adversidad. Muchos niños son resilientes y esto no tiene que ver sólo con su genética, con lo que traen desde su nacimiento, sino también con el entorno que pudo haber sido enriquecido. A veces el modo de crianza hace que los niños se sientan desvalidos y solos y, sin embargo y, a pesar del modelo de crianza, salen fortalecidos, es decir, son resilientes”, detalla Ana Bernard, psiquiatra infanto juvenil (M.N. 78062) del Hospital Británico de Buenos Aires.
En una publicación del Interamerican Journal of Psychology, investigadores de la Universidad del Norte de Texas y de Pontificia Universidad Católica de Chile afirman que “sugerimos considerar resilientes a todas las personas que presentan un resultado inesperado frente a una determinada situación adversa, independientemente de las causas de ese resultado”. Fundamental para enfrentar situaciones adversas, la resiliencia es “la capacidad que tenemos los seres humanos de salir fortificados a pesar de haber vivido situaciones traumáticas. Lo diferenciamos de la resistencia. La resiliencia hace que la persona salga favorecida, como un ave fénix. En cambio, la resistencia hace que la persona se quiebre, que viva en resentimiento, en enojo. El resiliente es flexible, se adapta, aprende. El resistente se quiebra, no lo logra, se enoja, se empobrece”, apunta Bernard.
Esas herramientas de las que se sirve la fuerza psicológica para oponerse a la física, a las que alude el psicólogo, son el bagaje con el que cuenta cada persona y que “pueden estar emparentadas con el concepto de estilos de afrontamiento, es decir, cómo uno afronta una situación que, de entrada, pareciera no ser demasiado conveniente para uno y muy favorecedora para el otro. Esto es con qué estilo uno se dirige a esa batalla. Las fuentes del desarrollo de esas herramientas son una mezcla de virtudes que ya vienen con uno desde el nacimiento y están determinadas genéticamente, y de otras vinculadas con cómo ese sujeto, en la interacción con el medio, va adquiriendo otras herramientas”, sostiene Mizes. Estas últimas son entonces adquiridas, mientras que aquello que viene en el bagaje personal corresponde a los propios rasgos de personalidad. “Se habla de personalidades más fuertes y de personalidades más débiles, en el sentido de cuán útil es el recurso para la resolución de un problema”, añade.
¿Se nace con habilidades o se desarrollan?
Muchas de las habilidades con las que cuentan los chicos están en su cabeza y la duda suele ser si su origen viene de fábrica o si fueron gestionadas por su ambiente. “Es difícil ver si es la carga genética o si son las dos cosas. Muchas veces son las dos cosas, ya que el ambiente y la genética interactúan entre sí para desarrollar capacidades. Cuando la infancia tiene un ambiente de estímulo, probablemente ese niño será más resiliente que aquellos cuyo ambiente no es tan favorable. Sin embargo, cuando los ambientes son traumáticos, muchos niños logran salir fortalecidos y son resilientes”, apunta Ana Bernard.
Albert Oriol-Bosch, que fuera presidente de la Fundación Educación Médica, en la publicación Educación Médica, asegura que “se han descrito las siguientes dimensiones de la resiliencia individual: confianza en uno mismo, coordinación (capacidad de planificación de la actuación), autocontrol y compostura (nivel de ansiedad bajo) y persistencia en el compromiso. Estas características se traducen en la práctica en que el individuo resiliente cree que su actuación puede modificar la situación en que se encuentra, que el esfuerzo persistente merece la pena y que las situaciones peligrosas y los fracasos son inevitables y superables, sin que les cause un nivel de ansiedad excesivo ni un deseo de rendirse”.
Aquellos niños menos resilientes, los más vulnerables, pueden compensar esta falta desarrollando la resiliencia, “esta inteligencia emocional que es lo que se observa en el niño pequeño que tiene velocidad y pasa por arriba del más grandote que parece más torpe. Pero esto es una metáfora. Cada uno, el grandote y el chiquito tienen ventajas y desventajas. Cada uno juega un rol que desempeña en equipo”, describe la psiquiatra infanto juvenil.
Para el chico la resolución del problema es el núcleo del conflicto y cuenta con otras capacidades que lo ayudarán. El dilema que tiene el pequeño es cómo hacer para ganarle al más fuerte físicamente. La principal herramienta que posee el chico para elegir entre distintas alternativas es la inteligencia. “Vamos a apoyarnos en lo que dice Piaget, quien considera la inteligencia como adaptación. Lo primero es ver cómo hace ese niño para reconocer la situación y poder actuar en consecuencia, es decir, cómo se coloca en esa situación”, agrega Pablo Mizes.
Cinco características claves
Con ese fin destaca algunas características que resultan fundamentales. Estas son la tolerancia a la frustración, a la incertidumbre, la capacidad de sostener en el tiempo los propios propósitos -o tenacidad-, la convicción y la confianza en sí mismo. El chico que posea estas características “va a tener, seguramente, muchos más recursos para, a través de sus propias habilidades, imponerse, por ejemplo, en un juego. En un juego de competencia gana el que es capaz de competir. Considero relevante que el niño esté en condiciones de competir, que pueda disfrutar de la experiencia y de enriquecerse a través de ella. Ese enriquecimiento va a estar dado por estas capacidades -la tolerancia a la frustración, a la incertidumbre, la tenacidad, la capacidad de pensar, la autoestima, la capacidad de desarrollar estrategias- “, señala el psicólogo.
Estas características, desplegadas en un escenario de juego, le van a permitir al chico afirmar experiencia. “Vamos a tomar el concepto de Aldous Huxley, el autor de “Un mundo feliz”, que dice en su texto Contrapunto que “experiencia no es lo que nos sucede sino lo que nosotros hacemos con lo que nos ha sucedido”. En la medida en que un chico va apoyándose en su propia manera de ir desenvolviéndose a través de su capacidad de competir, va a ir afirmando rasgos, cualidades, estrategias y estilos de afrontamiento que son más exitosos en términos de adaptación y de logros. A veces se pueden obtener logros enormes aun perdiendo un partido”, afirma. Existe la idea de que, frente al grandote físicamente, “en un juego como el rugby, por ejemplo, el chiquito va a salir derrotado. Y esto no es así porque el niño, en la medida en que pueda afianzar todas estas características a través del juego, necesariamente va a tener una experiencia transformadora. Y va a encontrar, a través del desarrollo de su propia habilidad, recursos para eludir las limitaciones que pueda imponer el tamaño”, expresa Mizes.
La educación y la crianza juegan un rol importante
Por supuesto que el tema no está limitado a las características de personalidad que cada uno recibe en el momento del nacimiento. Como señaló el psicólogo, existen herramientas que pueden adquirirse. En esto, la educación y la crianza juegan un rol importante. “Los padres con mayor capacidad de transmitir seguridades al niño van a generar posibilidad de desarrollo de mayor autoconfianza. Y en esa autoconfianza el niño se va a apoyar para desarrollar su capacidad para competir, sin que la derrota pueda hacer mella en su propia habilidad para seguir creciendo”, explica el psicólogo. Mizes destaca la importancia de no caer en una obsesión por el éxito de los chicos, que se podría transformar en una sobreexigencia desmedida. “Se ven chicos que no pueden alcanzar esos logros en los tiempos en que los padres quisieran. Los logros esperados pueden tener un efecto muy negativo porque los chicos se repliegan sobre sí mismos, no pudiendo desarrollar esas miradas. A veces una mirada sobreexigente, lejos de afianzar la seguridad, termina generando inseguridades muy difíciles de manejar”, asegura.
Según Ana Bernard, es bueno evaluar el modelo de crianza. En el caso de los autoritarios, no promueven el desarrollo sino, más bien, el temor, el susto. Otros son más permisivos e indulgentes. “Cuando me refiero al estímulo me refiero a crear la capacidad de curiosidad, creativa, acompañar, permitir, dejar ser, pero no perder de vista, en esta forma pasiva, de caer en la indulgencia, en la negligencia. Estar presente dejando que el chico se desarrolle de la mejor forma posible”, indica la psiquiatra.
En cuanto a la resiliencia, su primer desarrollo se gestiona en la familia. Se trata de “cómo se tolera la frustración, cómo uno se pone en el lugar del otro, a través de la inteligencia emocional. Muchos chicos no logran la inteligencia emocional, es decir, cómo se registra una emoción. La educación en general trata de ver la inteligencia cristalizada, en valor de C.I. pero no tanto de inteligencia emocional, que es lo que pasa con este chico, cómo él, siendo más chico, sale favorecido en un juego”, afirma Bernard.
Una forma importante de crear resiliencia es que los chicos sepan que los padres están disponibles y que sepan que el límite es algo que los protege y no algo que hay que saltar. “Muchos chicos, al crecer sin límites, crecen en una modalidad de inseguridad. Entonces, cuando llegan a la adolescencia están tan inseguros que no saben adónde ir. Lo que faltó fue la presencia y la disponibilidad del padre que vaya marcando el cordón de protección, que es el límite. Por otro lado, el límite no tiene que ser tajante, preciso y temeroso porque eso tampoco promueve el desarrollo”, asegura.
Pablo Mizes destaca la necesidad de ser consciente de las propias vulnerabilidades para trabajar en ellas y así hacerse más fuerte. “Ser muy consciente de cuál es la propia vulnerabilidad es necesario para saber cuál habilidad hay que trabajar. Este es el duro trabajo en la crianza de los niños. Es saber cómo ayudarlos con sus vulnerabilidades sin hacerlos sentir seres débiles que no pueden con sus anhelos”, explica.
Conocer las vulnerabilidades y límites de cada uno “es una forma de cuidar y de resguardar esa capacidad para competir. Lo que puede hacerle mucho daño a un chico es ponerlo en una situación de exigencia extrema que no le permita ir desplegando el natural proceso de desarrollo de sus propias capacidades. De alguna manera, David termina ganándole a Golliat utilizando una herramienta impensada para el gigante y que sale del bolsillo del más pequeño. Dicho de otra manera, la onda de David está en esas habilidades que se van desarrollando en el intercambio con el medio a través de una crianza sostenida y empática, afectiva, que permita que el niño pueda afirmarse en su autoconfianza. La autoconfianza es el concepto nodal para que un niño pequeño se sienta en condiciones de competir y pueda ser feliz en el desarrollo de esa actividad”, concluye Pablo Mizes.
En la vida, más tarde o más temprano asoman las situaciones adversas que requieren de la fortaleza que, justamente, pudo irse forjando a lo largo de los años. La anécdota del partido al borde de la cancha puede ser un disparador para avanzar en la búsqueda de las herramientas que serán necesarias en el futuro. No hay nadie mejor que los propios padres para advertir que están faltando y para buscar la forma de ayudar a los chicos a adquirirlas.
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