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Los sueños de Antoine de Saint-Exupéry comenzaron a tejerse en el departamento 605 de la Galería Güemes. Como director de la Aeroposta Argentina, vivió allí desde 1929 y 1931. Se lanzó como escritor (allí su pluma dio vida a Vuelo nocturno) y conoció a su esposa Consuelo. Solía decir que “la perfección no se alcanza cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”, una idea que podría calzar hoy que vivimos hiperconectados, sobreinformados y emocionalmente sobrecargados.
Según un estudio de la Universidad de Colorado, la exposición constante a múltiples estímulos digitales incrementa en un 37% los niveles de ansiedad percibida y reduce la capacidad de concentración sostenida. Los investigadores describen este fenómeno como fatiga cognitiva crónica, un estado que se extiende silenciosamente entre jóvenes y adultos.
La psicóloga Rocío Ramos Paul, especialista en comportamiento emocional, confirma que “vivimos en un mundo donde debemos estar siempre ocupados, resolviendo rápido y de forma eficaz. Ese ritmo nos deja sin energía para lo esencial: el descanso y los vínculos afectivos. Esa sobrecarga nos hace sentir culpables por no rendir, incluso cuando el cuerpo y la mente piden pausa”.
La saturación emocional se ha convertido en un síntoma de época. Una investigación dirigida por Susan Brown, psicóloga social de la Universidad de Stanford, reveló que las personas que reducen de manera consciente sus compromisos y estímulos registran niveles de bienestar un 23% más altos que quienes mantienen rutinas saturadas. “No se trata de tener menos cosas –afirma Brown–, sino de cargar con menos peso emocional”.
El costo invisible de este exceso se traduce en irritabilidad, apatía, desconexión interna y una sensación constante de estar “al borde”. Para Marta Llodrà Serra, psicóloga e investigadora de la Universitat de les Illes Balears y autora de un estudio sobre el bienestar psicológico, “el minimalismo emocional es una forma de higiene mental. Consiste en elegir dónde poner la energía afectiva, en vez de dispersarla en mil direcciones”. Para la especialista, esta práctica sostenida “mejora la autoestima, favorece la regulación emocional y amplía la percepción de sentido vital”.
Inspirado en la psicología positiva, el desapego consciente y la simplicidad voluntaria, el minimalismo emocional propone soltar vínculos, pensamientos y rutinas que ya no nutren. “La primera batalla es contra los pensamientos que nos exigen ser eficaces para todos –dice Ramos Paul–. Aprender a decir que no sin culpa es un acto de autocuidado”.
La ciencia respalda esa idea. Un estudio dirigido por Michael Green, psicólogo cognitivo de la Universidad de Toronto, demostró que reducir la carga emocional y cognitiva mejora la claridad mental y la capacidad de disfrute. “Cuando el cerebro tiene menos pendientes emocionales –indicó Green–, dispone de más espacio para la creatividad, la empatía y la calma”.

Jorge R., 34 años, farmacéutico, recuerda el momento en que comprendió que su agotamiento no era solo físico. “Llegaba a casa con la cabeza llena de pendientes, pero sin energía para nada –relata–. Me irritaba por todo y tenía la sensación de que mi vida se había vuelto ruido. El día que olvidé el cumpleaños de mi hermana, entendí que estaba viviendo en automático”. Desde entonces, decidió simplificar: redujo compromisos, limitó el uso de redes y comenzó a priorizar el descanso. “Aprendí que no todo lo urgente es importante –cuenta–, y que el silencio también puede ser reparador”.
Lo que Jorge experimentó es un reflejo de un fenómeno cada vez más extendido. Según una investigación dirigida por Laura Kim, psicóloga clínica de la Universidad de Columbia, un 62% de las personas reconoce sentirse emocionalmente saturada al menos una vez por semana. “El exceso de estímulos y la falta de pausas –explica Kim– crean una forma de contaminación emocional que deteriora la atención, el sueño y la empatía”.
Detectar el “ruido interno” no siempre resulta evidente. Muchas veces aparece en gestos cotidianos: impaciencia, falta de foco o agotamiento sin causa aparente. “Nos hemos acostumbrado a pensar que ser eficaces para todos es un valor –explica Ramos Paul– pero esa eficacia sostenida tiene un costo: perdemos la capacidad de disfrutar y de estar presentes”.
Reconocer qué vínculos, hábitos o pensamientos generan desgaste es un paso esencial. Un estudio liderado por Helen Moore, psicóloga de la Universidad de Oxford, reveló que las personas que identifican a tiempo sus patrones de sobreexigencia emocional presentan un 25% menos de síntomas de ansiedad y una mejora notable en la autorregulación emocional. “La mente saturada funciona como una habitación llena de objetos: no hay espacio para moverse ni para respirar”, analiza Moore. “Confundimos cuidar con cargar –agrega Llodrà Serra–, y el resultado es un agotamiento emocional silencioso”.
Para Melina F., 38 años, especialista en tecnología, el punto de quiebre fue el confinamiento. “Trabajaba más de diez horas por día, contestaba mensajes a cualquier hora, y sentía culpa si no respondía rápido. Cuando todo se frenó, me encontré con un silencio que me dio miedo. No sabía estar sin hacer nada. Ahí me di cuenta de que estaba atrapada en una rueda que no me llevaba a ningún lado”. Melina empezó terapia. “Aprendí que soltar no es perder –añade–, es liberar espacio. Dejé relaciones que ya no me hacían bien, puse límites en el trabajo y, por primera vez, me sentí liviana”.

Soltar no siempre es fácil. Andrew Keller, psicólogo de la Universidad de Melbourne publicó un estudio sobre desapego emocional y resiliencia que muestra que las personas que practican el desapego consciente presentan una mayor capacidad de adaptación ante la incertidumbre y niveles más altos de satisfacción vital. “El desapego no es indiferencia –comenta–: es la habilidad de vincularse sin quedar atrapado en la necesidad de que las cosas sean como uno quiere”. Ramos Paul coincide: “Cuando empezamos a elegir qué vínculos y responsabilidades sostener, al principio aparece el malestar. Nos sentimos menos eficaces, como si estuviéramos dejando cosas sin hacer. Pero en realidad estamos aprendiendo a priorizar. Y eso, con el tiempo, se transforma en bienestar”. Un estudio de la Universidad de California demostró que quienes practican ejercicios regulares de soltar, como escribir para liberar pensamientos recurrentes o reducir la exposición a redes, experimentan un 30% menos de síntomas de estrés y un aumento en la percepción de calma interna. Su autora principal, Rachel Lee, explica: “Soltar es reconectarse con uno mismo”.
En la práctica, puede significar distintas cosas: dejar de responder a expectativas ajenas, poner fin a una amistad que se volvió exigente o simplemente darse permiso para descansar sin culpa. Lo esencial es comprender que el bienestar emocional no depende de tener más, sino de elegir mejor. Thomas Evans, especialista de la Universidad de Harvard, ahondó en los beneficios psicológicos del decluttering (orden) emocional. “Quienes eliminan compromisos innecesarios y se enfocan en actividades con sentido –afirma– muestran una disminución sostenida de la ansiedad y un aumento de la gratitud cotidiana”.
El minimalismo emocional se inserta en un rumbo global que privilegia la desaceleración: slow living, digital detoxy o decluttering emocional son expresiones distintas de una misma necesidad: recuperar espacio interior frente a la sobreestimulación. Eleanor Brooks, psicóloga social de la Universidad de Cambridge, lideró una investigación sobre esta tendencia. Para ella “cada vez más personas asocian el bienestar con la reducción consciente de estímulos, tareas y vínculos que no aportan sentido. Esa simplificación amplifica la sensación de propósito vital”.
A escala poblacional, la tendencia ya aparece en hábitos concretos. David Park, investigador en psicología del comportamiento de la Universidad de Seúl, dirigió un relevamiento que detectó que el 48% de los jóvenes entre 25 y 40 años en países industrializados ha implementado alguna forma de simplificación voluntaria desde limitar el uso de pantallas hasta reorganizar las rutinas sociales. “El impulso de simplificar surge como una necesidad adaptativa frente a la sobreestimulación constante: menos consumo, menos ruido, más espacio interno”, advierte.
Kim obtuvo evidencia científica que respalda este rumbo. En su última investigación demostró que quienes practican alguna forma de desconexión o reducción consciente experimentan una reducción del 35% en los niveles de estrés percibido y una mayor sensación de equilibrio vital. “Simplificar significa priorizar –indica–: la mente se alinea mejor cuando entiende qué merece su energía”. Llodrà Serra complementa: “El minimalismo emocional se ha convertido en una herramienta de regulación interna. La gente no busca tener menos, sino sentirse menos dispersa”, y añadió que esta elección favorece “un bienestar más estable en el tiempo”.
La tendencia está influyendo incluso en áreas laborales. Lee observó que “la pausa se está convirtiendo en un valor organizacional: las empresas que implementan políticas de desconexión digital y jornadas más humanas registran mejoras en la salud mental y en la productividad real”. Señaló además que las prácticas de liberación emocional se asocian con “una reducción significativa de los síntomas de estrés en empleados que las adoptan regularmente”.
Brown consiguió demostrar efectos sostenidos: “No es quitar por quitar; es hacerlo para que lo que quede tenga más profundidad”. Evans, por su parte, encontró que quienes eliminan compromisos sin sentido y priorizan actividades con significado presentan una disminución sostenida de la ansiedad y un aumento de la gratitud cotidiana. La simplificación ayuda a reconocer qué experiencias son nutritivas y cuáles solo rellenan el tiempo”.
Soltar es un acto de amor propio. Es elegir la calma en tiempos de ruido. Como sugería Saint-Exupéry, el equilibrio llega cuando dejamos de cargar con lo innecesario, allí lo simple recupera su fuerza, tratando de hacer visible lo importante, como intenta explicar El Principito.




