En un deporte que premia la velocidad pero a veces es más saludable ser la tortuga que la liebre
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Muchos corredores están motivados por el deseo de cruzar la línea de llegada lo más rápido posible. En mi caso, me impulsa el deseo de cruzarla antes de que los organizadores de la carrera se vayan.
Y estuve cerca: durante los últimos kilómetros de la maratón de Nueva York en 2016, me pusieron mi propia escolta policial, mientras los trabajadores de la ciudad desarmaban el recorrido detrás de mí. Mis amigos que habían prometido alentarme desistieron y optaron por sus planes para ir a cenar. La carrera fue un momento culminante en mi vida, pero estaría mintiendo si dijera que estaba emocionado de cruzar la línea de llegada casi último.
Como muchas personas que eligen correr maratones, soy un luchador: quiero obtener buenos resultados, optimizar mi tiempo y, siendo completamente honesto, también impresionar. Pero en una cultura que celebra la velocidad y el poder, hay poca gloria en ser un rezagado.
Sin embargo, después de cientos de kilómetros de entrenamiento y docenas de carreras en ruta, estoy aprendiendo a conciliar mi ritmo de tortuga con mi deseo de llamarme atleta.
También estoy descubriendo que puede haber una magia especial en quitarme el reloj y dejar de lado los tiempos de ejecución. La mejor forma de resumirlo es lo que la psicóloga de salud de la Universidad de Stanford, Kelly McGonigal, llama “alta persistencia”, una especie de recompensa fisiológica por no darse por vencido.
La alta persistencia funciona así: cuando nos movemos a un ritmo entre fácil y moderado, lo que el Dr. McGonigal me describió como un nivel de intensidad que “siente bien”, durante al menos 20 minutos, a menudo experimentamos una avalancha de bioquímicos llamados endocannabinoides que fueron identificados durante mucho tiempo como “la alta persistencia del corredor”.
Curiosamente, algunos investigadores descubrieron que no experimentamos este efecto psicológico si corremos con el máximo esfuerzo. Trotar a un ritmo manejable es lo que generalmente conduce a esa sensación de zumbido de que todo está bien en el mundo. “No existe una medida objetiva del rendimiento que deba lograr, ningún ritmo o distancia que deba alcanzar, que determine si experimenta una euforia inducida por el ejercicio”, escribió la Dra. McGonigal en su libro “La alegría del movimiento: Cómo el ejercicio nos ayuda a encontrar felicidad, esperanza, conexión y coraje”. La recompensa viene simplemente de mantener el rumbo.
Y, sin embargo, los lentos todavía tienen que convencer a los demás, y a nosotros mismos, de que también somos atletas.
La vista desde el camino de regreso
La cultura del fitness no siempre facilita la persistencia de los corredores que son más lentos. Desde que esta actividad se hizo popular en la década del ‘70 se fomenta la velocidad.
Muchos de nosotros crecimos cuando los profesores de educación física nos decían que teníamos que correr tan rápido como nuestras pequeñas piernas nos pudieran llevar. “Históricamente, correr no estaba destinado a ser un pasatiempo”, dijo Martinus Evans, entrenador de actividades y creador del Slow AF Run Club, una comunidad global de más de 8000 corredores que siguen su ritmo.
Si bien se ha dado la bienvenida gradualmente a los corredores lentos, todavía enfrentamos prejuicios y obstáculos. Intercambiamos historias de maratones que anuncian un límite de tiempo de siete horas pero comienzan a llenar las mesas de agua después de seis horas, o carreras que se quedan sin medallas para los finalistas que llegan últimos. “Es muy frustrante cuando terminás y te das cuenta que ya levantaron la línea de llegada”, dijo Ruth Gursky, una abogada jubilada de Queens que corrió seis maratones.
Los corredores lentos que tienen cuerpos más grandes se enfrentan a desafíos adicionales, ya que nuestra cultura equiparó durante mucho tiempo los físicos ágiles con estilos de vida saludables. “La gente dirá, ‘Estás fuera de forma. Solo necesitás esforzarte más’”, dijo Kendra Dolton, una corredora de maratón de Brooklyn que apoya la inclusión en las carreras. “Esto puede sentirse como una situación sin salida”, dijo. “Estás ahí corriendo y esforzándote, pero la gente te juzga porque sos demasiado lento o porque no te ves como ellos creen que deberías verte”, agregó.
Varios estudios sugieren que cuando las personas se sienten juzgadas por su peso, se bloquean y es menos probable que hagan ejercicio. También sabemos que el estigma social puede causar estrés, y desencadenar una cascada de hormonas que provocan lo opuesto a la euforia de un corredor.
Vivo en un cuerpo de tamaño promedio, pero todavía me cuestiono si soy un verdadero corredor. Cuando otros me pasan como un rayo, a veces juego mentalmente conmigo mismo, ¡Por lo que saben, me estoy recuperando de una cirugía de rodilla! (Nunca tuve una cirugía de rodilla). Cuando hablo de ser un corredor, siempre aclaro que soy lento, en caso de que la persona con la que estoy hablando decida buscar mis tiempos de carrera y piense que soy un impostor.
Otros corredores lentos también cuestionan su legitimidad. Algunos me dijeron que evitan compartir sus tiempos en aplicaciones de seguimiento de actividad física como Strava, para que sus amigos no descubran su ritmo. “Sé de hecho que mi logro y el trabajo que realicé no son menos valiosos que aquellos que corren más rápido, simplemente es diferente”, dijo la Sra. Dolton. “Pero en mi cerebro, todavía estoy preguntándome: ¿lo es ?”
Los beneficios de correr a un ritmo “sentirse bien”
Por lo general, corro alrededor de un kilómetro y medio en 13 minutos y medio. En carreras largas a menudo corro mucho más lento. También corro con el método Galloway, que incorpora estratégicamente pausas para caminar. Fundado por el maratonista olimpico Jeff Galloway a principios de la década de 1970, se demostró en algunos estudios que su método de correr-caminar-correr disminuye la fatiga y el dolor muscular. Para mí, también hizo que correr sea un placer.
A lo largo de los años, aprendí que, al igual que la aceptación del cuerpo, la aceptación del ritmo puede provenir de cambiar nuestro enfoque de las métricas externas y los juicios percibidos de los demás a cómo nos sentimos realmente en nuestra propia piel. Como dijo el Sr. Evans del Slow AF Run Club: “La aceptación del ritmo es la aceptación del cuerpo, y la aceptación del cuerpo es la aceptación del ritmo”. El Dr. Justin Ross, psicólogo clínico en Denver que se especializa en la salud mental y el rendimiento de los atletas dijo: “Cuando nos comparamos con los demás, nos preparamos para sufrir. En cambio, los verdaderos beneficios psicológicos provienen de disfrutar lo que tu cuerpo puede hacer”.
Más allá de esto, sin embargo, también aprendí que correr con los más lentos puede cultivar una determinación mental y física que es valiosa por sí misma. “Un maratón de siete horas requerirá una gran cantidad de fortaleza mental”, dijo el Dr. Ross. Quizás incluso más, agregó, que uno de tres horas.
“También hay beneficios físicos al correr a un ritmo que no se siente como un castigo”, dijo Claire Bartholic, una entrenadora con sede en Asheville, NC, que ayudó a cientos de personas a desarrollar una práctica de carrera.
“Lo más difícil que hago como entrenadora es enseñarle a la gente a correr más despacio”, dijo, porque suena contradictorio. Correr con intensidad puede desarrollar músculo, pero correr a un ritmo fácil, que es único para cada corredor, hace un mejor trabajo al acondicionar nuestro corazón y pulmones y aumentar nuestra resistencia.
“Cuando corremos más intensamente, es probable que alcancemos nuestro límite aeróbico: el momento en que nuestro cuerpo esencialmente se queda sin oxígeno y comienza a convertir las fuentes de energía dentro de nuestros músculos en combustible, lo que nos lleva a la fatiga más rápidamente”, dijo la Sra. Bartholic.
Los científicos del ejercicio sugieren correr a un ritmo “conversacional”, uno en el que puedas correr y hablar sin sentirte sin aliento. El otro beneficio de la prueba del habla es la conversación misma. Trotar y conversar con otros forma una comunidad, y los lazos sociales liberan aún más endocannabinoides.
En estos días, corro la mayoría de las carreras con mi padre de 74 años, quien a menudo reduce la velocidad por mí. Papá siempre fue un campeón para mi: corría a mi lado cuando completé la maratón de Nueva York, el sol ya se había puesto y los espectadores se habían ido a su casa. Uno de los mejores regalos que me dio, tanto dentro como fuera de la carrera, fue decirme que soy un atleta. Hacer las paces con mi ritmo me permitió creerle.
Por Danielle Friedman