La hipnosis se puede aplicar para abordar problemas de ansiedad, estrés postraumático y depresión
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Más allá de la idea muy teatral del hipnotizador que hace entrar en trance a otra persona con el péndulo de un reloj, la hipnosis es un estado disociado y receptivo de consciencia que forma parte de la fisiología habitual del sistema nervioso central. Permite abstraerse del entorno para focalizar la atención en algo puntual. Es un fenómeno natural, que puede inducirse voluntariamente con fines terapéuticos.
“Lo primero es desmitificar: la hipnosis no es sueño ni pérdida de consciencia ni sometimiento de la voluntad. Quienes ejercemos la hipnosis sabemos que debemos llevar un reloj de bolsillo colgando ¡por las dudas!“, bromea Claudio Alonso Moÿ, licenciado en Psicología y director del Instituto Argentino de Hipnosis. “Un profesional de esta técnica sabe que lo único importante es la voz: el sonido, la modulación... el resto es teatro”.
Desde la hipnosis ericksoniana que utiliza Alonso Moÿ, dicen que es un estado natural que se da espontáneamente. “Por ejemplo, cuando leemos un libro y nos absorbemos tanto que el tiempo vuela y ni siquiera nos damos cuenta de lo que pasa en nuestro entorno. Esto implica que es un estado disociado y receptivo de consciencia que forma parte de la fisiología habitual del sistema nervioso central; nos disociamos de lo que pasa a nuestro alrededor para absorbernos o focalizar la atención en algo particular. El objetivo de la hipnosis es aumentar la receptividad”, explica Moÿ.
Respecto del uso terapéutico, es un proceso que capta la atención a través del uso de la palabra, “focalizándola en el interior”. De esta manera, la mente consciente, crítica- analítica (hemisferio dominante) es despotenciada para acceder así a la mente inconsciente (hemisferio no dominante).
“Con la atención focalizada en el interior y la receptividad aumentada, surge una mente receptiva, creativa y abierta al aprendizaje. Se puede utilizar para generar un cambio en la vida, nuevos aprendizajes o desbloquear emociones atrapadas”, precisa Alonso Moÿ.
José María Grau es licenciado en Psicología, psicodramatista y master internacional en hipnosis clínica. Antes de recibirse de psicólogo atravesó algunas experiencias con hipnosis regresiva que despertaron su interés y, ya en la universidad, el fuerte rechazo académico por su uso alimentó aún más su curiosidad, relata.
“Básicamente se busca un estado específico de ondas cerebrales, conocido como Theta. En ese momento, tanto el cerebro como el cuerpo en general, se vuelven mucho más receptivos a distintos procesos. Particularmente, me interesan dos propiedades de este estado: la capacidad de hipermnesia, es decir, el aumento en la capacidad de recuerdo; por otro, la capacidad de superaprendizaje”, advierte Grau.
Según el especialista, a diferencia de la idea mayormente difundida, la hipnosis es en realidad un proceso más similar a una meditación guiada, aunque con otros fines.
“El proceso inicia con una inducción, cuyo objetivo es conectar con el mundo interno. A partir de allí, se profundiza hasta alcanzar el estado Theta, en el que se abre un tercer escenario. Dependiendo del motivo de la sesión, en esta fase es posible modificar un hábito, aprender algo nuevo o trabajar sobre aspectos regresivos. Una vez completado este proceso, se procede al último paso: la salida del trance”, explica Grau.
Ya desde los egipcios, la hipnosis comenzó a utilizarse en los denominados “Templos del Sueño”, que se cree que se construyeron hace 4000 años. Eran hospitales que trataban dolencias, posiblemente de naturaleza psicológica, donde se registraron las primeras manifestaciones de la hipnosis. El interés de Occidente por este fenómeno surge a fines del siglo XVIII, con el trabajo del médico alemán Franz Anton Mesmer, que luego caería en descrédito por la puesta en escena teatral de sus experimentos. El rescate de la hipnosis vino de la mano del médico escocés James Braid, que vinculó la hipnosis con el “sueño nervioso” y acuñó el término moderno de “hipnotismo”.
En Francia, Bernheim, Liébault y Charcot llevaron la hipnosis a un nivel médico y científico más alto, y posteriormente, tanto Freud como Jung se adentraron en el uso de la hipnosis. Años más tarde, el psiquiatra y psicólogo Milton H. Erickson, “el padre de la hipnosis moderna”, le dio un nuevo impulso con el desarrollo la hipnoterapia.
En el ámbito clínico, aseguran, la hipnosis puede aplicarse para abordar problemas de ansiedad, estrés postraumático y depresión, como tratamientos para dejar de fumar o adelgazar, entre otros, ya que funciona como un potenciador de los recursos personales.
En el “ámbito regresivo”, se utiliza para acceder a recuerdos olvidados que pueden contribuir a una mejor construcción de la historia personal.
“Ya de por sí la práctica de la hipnosis y de la autohipnosis es beneficiosa ya que nos conecta con nuestros recursos personales al mismo tiempo que nos flexibiliza. En su uso terapéutico podemos decir que es un coadyuvante de toda técnica terapéutica”, señala Alonso Moÿ.
“El beneficio de la hipnosis radica en la eficacia de la técnica. Al trabajar principalmente con aspectos inconscientes, permite reducir los tiempos del tratamiento y alcanzar resultados sostenibles en el tiempo”, concluye Grau.