Casimir Baraille, el aeronauta que conquistó el cielo porteño y desapareció en un vuelo
El domingo 5 de abril de 1868 a las cuatro y media de la tarde, la ciudad de Buenos Aires se preparó para uno de esos espectáculos que más entretenía al vecindario. En el amplio terreno de la Plaza del Parque, hoy Plaza Lavalle en Tribunales, el francés Casimir Baraille se introdujo en el canasto de su globo aerostático, bautizado Zephyr, dispuesto a elevarse al cielo, en medio de fervorosos aplausos. No era la primera vez que un aeronauta realizaba vuelos en esos cielos. Pero el imponente aerostato, que inflado alcanzaba los treinta metros de altura, prometía una tarde especial.
El parque lucía como en días de fiesta. Una banda musical amenizaba la jornada, mientras que los fuegos artificiales se preparaban para proseguir la fiesta en cuanto Baraille se alejara, portando las banderas de Francia y la Argentina.
Cuando todo estuvo dispuesto, gritó la orden para que soltaran las amarras y ascendió ante un público que lo vivaba y alzaba sus sombreros saludándolo. En cuanto tomó prudente distancia, el francés lanzó panfletos comerciales para cumplir con sus patrocinantes. Sin dudas, había obtenido dinero de parte de alguna proveedora de alimentos o bebidas dispuesta a participar, siempre y cuando el hombre del día hiciera llover la publicidad desde el cielo.
El problema fue que cuando se deshizo de la bolsa con papeles, el canasto perdió el equilibrio. Para no caerse, el intrépido se aferró al asta de caña del pabellón francés, mientras veía cómo la bandera argentina caía envuelta en sí misma.
Una vez firme en el canasto, el globo avanzó con prisa y sin pausa rumbo a Quilmes. Allí tomó desprevenidos a algunos vecinos que no alcanzaban a entender qué era lo que estaba ocurriendo. Mientras, Baraille, mezclando términos españoles y franceses, gritó pidiendo ayuda, soltó una cuerda con una pesada ancla y les rogó que con ella rodearan un árbol, mientras él iba soltando el gas para perder altura. Por fin pudo alcanzar tierra en la playa del poblado. Salió del canasto agradeciendo a sus circunstanciales asistentes y dio directivas para que se aferrara el aparato que aún no se había desinflado en forma completa.
Parece que no lo entendieron. La cuestión es que el Zephyr se sintió libre de todo peso y huyó de la escena rumbo al río. Desesperado, Baraille pidió una lancha para poder perseguirlo. Así estuvieron durante una media hora pero el escurridizo aerostato no se dejó atrapar. En aquella actividad, la primera en Buenos Aires, el francés perdió uno de los tres globos que había traído. Su costo de alrededor de veinte mil pesos solo podía ser recuperado con cincuenta a cien jornadas más de actividad.
Soltar amarras
Pero las autoridades de Buenos Aires –y también vecinos en forma particular–, se compadecieron, ofreciéndole ayuda económica para que pudiera fabricar otro. Le adelantaron dinero a cuenta de futuros vuelos. Existía el interés de contar con los servicios del francés para los festejos de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. En realidad, los otros dos inflables que tenía Casimir Baraille eran más pequeños y, sobre todo, menos vistosos. Por eso, todos pusieron sus expectativas en el aerostato que se haría especialmente para aquella celebración. Un ejército de costureras trabajó bajo las órdenes del francés. Y así fue como Baraille contó con un globo de gajos celestes y blancos en su nueva prueba.
Fue el 23 de mayo a las dos de la tarde en un nuevo escenario, el principal de Buenos Aires: la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo). En aquellos días el espacio estaba dividido por la recova que partía en dos la histórica plaza. El Estrella del Sur –así lo bautizó– fue inflado en Retiro y un grupo de chicos entusiastas ayudaron a transportarlo. En esta oportunidad, decidió viajar acompañado. Lo hizo con un amigo que le ofrecía una invaluable ayuda: hablaba francés y español. Por lo tanto, si llegaban a estar en peligro, contaba con alguien que podía ser entendido.
A las dos de la tarde inició el ascenso. De nuevo soltó volantes y marchó rumbo al noreste, es decir, a Retiro. Varios curiosos lo siguieron marchando a pie por la costa donde hoy está la avenida Alem. Sin embargo, la nave iba demasiado rápido y se les perdió de vista. Terminó su vuelo cerca de la isla Martín García. Como era habitual en estos casos, los barcos que se encontraban en las cercanías acudieron en su auxilio.
Salió todo tan bien, que se aseguró una nueva actuación el 25 de Mayo. Ese día, en la plaza no entraba un alfiler. El entusiasmo por la celebración y la posibilidad de observar las habilidades del francés hicieron que mucho antes del horario establecido para la partida las escalinatas de la Catedral estuvieran plagadas de mujeres, mientras que los hombres con los niños circulaban por los alrededores de plaza.
Volvió a viajar acompañado. Las crónicas no aclaran si este hombre era el mismo del 23. Solo se sabe que era dueño de un bar y contaba con la cualidad de ser bilingüe. El majestuoso Estrella del Sur fue llevado por el viento hacia el sur. Algunos jinetes en la zona aledaña a la playa quilmeña los perseguían y daba la sensación que habían apostado quién llegaría primero al punto de aterrizaje.
Pájaro en mano
Esa misma semana de los exitosos vuelos, Baraille recibió una muy buena noticia. En la costa uruguaya unos gauchos habían atrapado al Zephyr. Y si bien se habían entretenido haciéndole unos tajos con sus cuchillos, sería fácil de reparar y recuperar para los vuelos. Conocedor de que en esta tierra hay dos fechas patrias, se quedó para volver a ser contratado. Sus vuelos fueron el día 8 y 9 de julio. El primero, sin novedad, pero bien aprovechado por el público. En cambio, el 9 tuvo inconvenientes. Por empezar, se presentó el tiempo desapacible con cielo nublado. La partida desde la plaza principal fue poco vistosa. El aparato se perdió en las nubes y todos temieron lo peor. Sin embargo, el hombre logró superar el escollo y bajó con serenidad en la zona de Palermo, no muy lejos de la actual cancha de polo.
Ya se había vuelto habitual que Casimir volara en los cielos de Buenos Aires. Lo contrataron los residentes franceses para que hiciera una nueva demostración, partiendo de la Plaza del Parque, allí donde había realizado su vuelo inicial. En esa oportunidad debió suspender el vuelo por causas climáticas. Y ya no podría repetirlo debido a que había programado un viaje a Montevideo. Fue contratado para hacer realizar ascensiones en la ciudad. La primera y principal tendría lugar el 25 de agosto, siempre del año 68, y se convertiría en el primer vuelo realizado en los cielos uruguayos. Fue un éxito, a pesar de los contratiempos. Partió de la Plaza Independencia con un viento que lo arrastró al Río de la Plata. Fue rescatado por una lancha. En esa oportunidad utilizó el Estrella del Sur, a pesar de que ya había recuperado al Zephyr.
Repitió la experiencia el 30 de agosto, pero con una novedad. Los espectadores advirtieron que viajaba con una mujer, tal vez su novia. Sin embargo, se trataba de un maniquí vestido a la moda con corset y una larga cabellera. El francés debía ofrecer variaciones para que actividad se volviera monótona. Además, la lanzó desde la altura con un paracaídas. Sí, fue la primera vez que se vio un paracaídas en Uruguay. Por supuesto que cayó de manera poco ortodoxa y tuvo la mala suerte de ser recibida por un grupo de adolescentes que se ensañaron con el muñeco.
Mientras tanto, él trataba de alcanzar tierra. Se acercó mucho, pero no lo suficiente y le gritó a unos paisanos que se aferraran al ancla que les tiraba. Con buena voluntad, intentaron atraparla, pero no lo consiguieron y el hombre siguió su vuelo alejándose cada vez más, aunque siempre cerca de la costa. Fue un descenso con final feliz.
Un muro en el cielo
El próximo capítulo se vio perjudicado por cuestiones económicas. Baraille necesitaba reunir la cantidad de dinero para pagar el inflado del globo y además ganar unos pesos. Sin embargo, la colecta que organizó junto con un diario no tuvo los resultados optimistas que habían imaginado. Así estuvieron un par de semanas recaudando hasta que finalmente el domingo 20 de septiembre, el monto reunido le permitió realizar un nuevo ascenso. Accidentado, ya que en el camino se golpeó con el muro de un hotel, aunque pudo continuar elevándose.
El 11 de octubre también ofreció el espectáculo. Aquella excursión aérea fue aprovechada por un sujeto llamado Bautista Morisi, quien se cercioró de que el aeronauta estuviera bien lejos de tierra para correr hasta su casa y robarle trescientos pesos que atesoraba. Huyó a Buenos Aires. Baraille acudió a la policía y los detectives lograron detener a un cómplice que confesó. Solo bastó que informaran a las autoridades en Buenos Aires y el ladrón fue atrapado. El dinero se recuperó casi en su totalidad.
En un nuevo intento de llamar la atención, propuso hacer un vuelo nocturno con linternas de fuego. No despertó interés alguno. Menos mal: quién sabe qué hubiera ocurrido con el hombre en las alturas acompañado por un globo lleno de gas y antorchas. Otra idea que se le ocurrió es la de ofrecerse subir montado a caballo. Por suerte para el animal, a nadie entusiasmó.
El comienzo del año 69 encontró a Baraille en Río de Janeiro y durante los primeros meses del año efectúo ascensiones en la ciudad carioca. Hasta que resolvió regresar a Buenos Aires para participar de la fiesta patria. Una vez más, el gobierno municipal lo contrató para que amenizara los festejos.
Agua y fuego
El primer día de acción fue el 23 de mayo. A las dos de la tarde se elevó ante el público presente y se mantuvo asido a las cuerdas alrededor de media hora en las alturas disfrutando de una vista única de Buenos Aires y lanzando volantes con esas publicidades que lo ayudaban a financiar sus vuelos. Luego dio indicaciones para que lo soltaran y el aparato fue desplazándose hacia La Boca. Numerosos asistentes marcharon como en procesión por la calle Defensa, siguiendo el derrotero del aeronauta francés. Cuando ya estaba sobre el río, algo grave ocurrió. El globo cayó pesadamente en el agua. El capitán del puerto, al ver la situación, convocó a cuatro marineros y partieron en lancha para auxiliar al francés. También lo hizo un vapor, el Conde de Cavour, que realizaba un paseo con turistas. Sin embargo, Baraille logró salir del aprieto y se separó al Estrella del Sur de las aguas.
El Cavour quedó a corta distancia del canasto que flotaba en el aire. Sus pasajeros observaban con atención las maniobras que realizaba el aeronauta. De repente, el aerostato volvió a perder sustento. Pero esta vez caía con lentitud. Baraille soltó su ancla mientras descendía. Esto aceleró el impulso hacia abajo. No fue una buena idea. Cuando el globo tomó contacto con los gases del vapor, se produjo una explosión. La expansión fue tan grande, que hizo volcar al bote con el capitán del puerto, que se alejaba del lugar.
El escenario se tornó dantesco. Las llamas se extendían en el agua y en la cubierta del Cavour. Un barco alemán que estaba próximo se arrimó para auxiliar a las víctimas. Sus marinos procedieron con notable valentía, acercándose para rescatar a los heridos en medio del fuego.
De acuerdo con las informaciones periodísticas, se estima que murieron ocho personas. Las primeras noticias daban cuenta de que el francés integraba la lista fatídica. Sin embargo, solo estaba herido. Pasó varias semanas en el hospital recuperándose. Los vecinos de Buenos Aires asistieron a las familias de las víctimas mediante una colecta.
El 24 de julio los propietarios del Cavour anunciaron que el vapor ya estaba en condiciones de realizar sus clásicos paseos por el Río de la Plata. En la publicidad aclaraban que se trataba del famoso vapor que había tenido triste protagonismo en la tarde del domingo 23 de mayo.
En cambio, el nombre de Baraille ya no figuraba en los periódicos de aquel tiempo. Reapareció a comienzos de 1870 y no fue precisamente por sus destrezas en los aires. Esta vez figuró en la sección de hechos policiales.
El 8 de enero de 1870 tuvo una pelea con María, su joven novia. El despechado la esperó en la puerta de su casa y cuando ella salía rumbo a la feria para hacer compras, le lanzó el contenido de un frasquito que le daño la vista. Según el Jornal do Comercio de Río de Janeiro, el aeronauta "cayó en la flaqueza de amar una bella argentina y estaba pronto a unirse a ella por los sagrados lazos del matrimonio, cuando entendió que debía gozar anticipadamente de sus cariños".
Baraille fue preso varios meses y por alguna circunstancia recuperó la libertad. Pero el hecho había conmocionado a la sociedad y ya nadie quería saber nada con este hombre. Abandonó Buenos Aires repudiado. Nada se supo de él hasta que reapareció en Uruguay, en agosto de 1873, con intenciones de participar en los festejos patrios que iban a realizarse en Montevideo.
En la tarde del 25 de agosto se elevó con rapidez y mientras el globo se desplazaba soltó publicidades de Hesperidina, la bebida a base de zumo de naranja que fabricaba Bagley en Buenos Aires. Las nubes estaban bajas y no tardó en desaparecer de la vista de los espectadores. Nunca más se supo de él.
Al mes, se suspendió la búsqueda. Baraille, el caballero que volaba, el hombre de las tragedias, terminó derrotado por los vientos y las aguas.
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