
Celeste ya está de vuelta en casa
Salió caminando elegantemente vestida y prometió dedicarse a colaborar en la donación de órganos.
1 minuto de lectura'
Hubo 72 horas durante las cuales pocos creyeron que Celeste Ludmila Bagnato, en coma después de una hepatitis fulminante, lograría sobrevivir. Pero ayer al mediodía, casi una semana después de que fue internada en estado grave, Celeste fue dada de alta y pudo regresar por fin a su casa.
"Llámenlo milagro, ciencia o como quieran", expresó la joven, que abandonó el sanatorio como si fuera una auténtica estrella de cine: vestida de negro, con anteojos oscuros y rodeada de cámaras y luces. Quizá las vueltas del destino la habían llevado a realizar un antiguo deseo: tiempo atrás había trabajado brevemente como modelo; ahora todas las miradas estaban pendientes de ella.
Celeste salió caminando del hospital, ligeramente pálida y asombrada ante la enorme respuesta de los medios de comunicación. Más de una vez, acosada por los periodistas, estuvo a punto de perder el equilibrio. "Esto algo increíble", llegó a decir la muchacha.
El viernes último, cuando fue alojada en estado de coma profundo en el hospital Argerich, los médicos no le daban más un día de vida, a menos que recibiera un trasplante hepático en menos de 12 horas.
La vida de Celeste, que en esos momentos encabezaba la lista del Instituto Nacional Unico de Ablación e Implantes (Incucai), dependía de una donación. Pero el donante no aparecía.
La tía paterna de Celeste, Cristina Bagnato, cardióloga y médica clínica, después de ver los resultados de los análisis creyó que todo estaba perdido. "El hígado está terminado", confesó a los padres, tal vez para prepararlos ante la posibilidad de un desenlace trágico.
Cuando el sábado por la noche llegaron las informaciones de que el hígado estaba volviendo a funcionar, la tía y los padres se mostraron desconcertados. "No entendíamos nada", comento el padre, Juan Carlos Bagnato, a La Nación .
Lo cierto es que en las interminables horas de incertidumbre sus familiares y amigos aprendieron a esperar lo peor, tal vez porque sentían que lo peor estaba demasiado cerca.
Y fue precisamente por esa resignación ante lo que parecía inevitable que la noticia de la recuperación no fue acompañada por grandes expresiones de alegría, sino, más bien, por una especie de alivio.
Sólo ayer, cuando los médicos anunciaron que la salida de Celeste era inminente, su padre desplegó una amplia sonrisa. "Celeste me dijo que cuando llegara a casa quería comerse un enorme bife de chorizo", comentó entonces.
Aprendizaje
Sin embargo, la directora del hospital, Nora Rébora, aclaró que Celeste no "está aún curada" y que su estado tiene que ser controlado. Por su parte, el subjefe de Trasplantes Hepáticos, doctor Javier Lendoire, señaló que sólo dentro de dos meses podrá hacer una vida normal.
Cuando el domingo último por la mañana Celeste abrió los ojos, no recordaba nada. Las últimos tres días eran una página en blanco. "Cuando me desperté, no sabía dónde estaba -relató-. Empecé a llorar cuando vi a mi familia y pensé que me habían hecho un trasplante."
Pero no lo había necesitado. El hígado había empezado a coagular por sí sólo y se había regenerado por completo. "Un caso raro -dijo Lendoire-, pero no único."
Ella se había salvado "por un milagro": así prefirió definirlo su padre. Precisamente, lo extraordinario de su caso hizo comprender a Celeste la "urgencia de tanta gente que necesita un trasplante de riñón, de corazón o de hígado, que no tienen la misma suerte que tuve yo".
"Celeste me dijo que había aprendido algo -aseguró el padre, emocionado-. Esto le cambió la vida. Nos la cambió a todos nosotros."






