Coronavirus en la Argentina. "Tengo Netflix, pero me falta mi hija": Historias de un atípico Día del Padre en cuarentena
En su departamento de Ramos Mejía, Ernesto Bassano pasa días solitarios. "Es muy triste", dice. Su hija Milena tiene diez años y solía dormir allí los martes, jueves y algunos fines de semana. Pero ahora, por seguridad, pasa la cuarentena en lo de su madre, que vive en Nueva Pompeya y de la que Ernesto está separado. Desde marzo, apenas vio a su hija, explica este abogado de 48 años: "La circulación del coronavirus en el Oeste es muy grande y con la mamá preferimos que esté allá".
Por eso, como muchos otros padres e hijos que no viven juntos, este domingo celebraron a la distancia.Para que en el Día del Padre no falte la compañía, aunque sean con una pantalla de por medio. La madre de Milena le preparó un espacio para que ponga la notebook y pueda compartir el día a solas con Ernesto. Fueron varias videollamadas, desayuno, almuerzo y merienda incluidos. "Es un lindo gesto, es mi día -cuenta él-. Y es el primero que paso lejos de ella".
Milena fue quien tomó la posta tecnológica y le mandó el código de invitación de Zoom a su papá. "Lo maneja mejor que yo, por el colegio", reconoce el abogado, apenas terminado el almuerzo compartido. Él, fideos con tuco, ella, milanesa con gaseosa. "Me contó que me está preparando un dibujito y después me lo va a escanear y mandar. Estoy feliz, fue muy emocionante", agrega. A Milena le gusta mucho el fútbol y juntos comparten la pasión por Vélez Sarsfield y por la música.
En este Día del Padre virtual no faltaron las sorpresas ni los regalos, sobre todo los culinarios. "Chicos, ¿quieren que hagamos un Zoom el domingo?", les preguntó hace unos días Juan Pérez Villalobo a sus dos hijos. Entonces Camilo, el más grande, de 22 años, tuvo una idea: enviarle un desayuno completo a su casa de Paternal. "Una canasta con torta, budín, sándwiches, jugo y otras cosas dulces que a él le gustan mucho", relata el joven, un estudiante de Comunicación de La Matanza.
A las 9.30, lo llamó para avisarle que en la puerta de su domicilio había algo para él. "Nos re agradeció y lo vi re contento. Se sorprendió, seguro que no esperaba nada", cuenta. Después, durante una hora y media charlaron por la computadora y se pusieron al día. Y para distenderse, jugaron al tutti frutti virtual, donde Juan arrasó. "Era sobre el mundo del espectáculo y, contra él, en ese terreno, no hay chances", confiesa su hijo con una sonrisa.
A ambos lados de la General Paz
Así, a un lado y otro de la General Paz, esa barrera hoy tan infranqueable, lograron cumplir con un viejo ritual familiar: los domingos y otros días de fiesta, Camilo y su hermano Santiago suelen almorzar afuera con Juan. Uno de sus lugares preferidos es el restaurante Carlitos de Ramos Mejía, donde comen panqueques y hablan de todo, especialmente de teatro o televisión, los temas predilectos de Juan, que tiene 52 años, es psicólogo y vive solo.
"Fue atípico y me da un poco de nostalgia, pero estuvo bueno. Nos hace mucha falta y es la primera vez que paso tanto tiempo sin ver a mi viejo –se lamenta Camilo-, pero no vamos a dejar que la pandemia nos gane, no vamos a perder eso que siempre hicimos". Desde el principio, su familia se tomó en serio la cuarentena, relata el joven: "Sabemos que el AMBA es donde peor está y tratamos de evitar el transporte público, somos bastante responsables".
Renata Maestrovicente tiene 24 años, es diseñadora gráfica y le gusta la comida integral y vegana. Pero sabe que Carlos, su papá, también es un goloso. Y le pareció que el mejor regalo era hacerle una torta con sus propias manos y mandársela por mensajería. Algo simple y bien argentino, dice: bizcochuelo relleno con dulce de leche. "Había un montón de promociones, pero me gusta cocinar y me pareció que era una forma de estar presente", dice.
Ella vive en Coghlan y Carlos en el partido de San Martín. Como tiene 72 años, se tiene que cuidar mucho: por ahora, no puede ir con su hija a ver una película al cine Gaumont y después cenar pizza en avenida Corrientes mientras charlan sobre política y filosofía, como les gusta a ambos. Carlos no se esperaba la torta casera. "No escuchó el timbre y la chica de la mensajería tuvo que tocarle el timbre al vecino –cuenta Renata-. Se mareó pero se puso recontento". Después hablaron por teléfono y, aunque Carlos no es muy ducho con la tecnología, organizaron una videollamada para la tarde.
También Milena, a sus diez años, pensó en un obsequio para su papá. El sábado le escribió: "Pa... agarrá 3000 pesos de los ahorros míos que tengo en tu casa y comprate el regalo para mañana". Ernesto recuerda el gesto y se emociona: "Obviamente, le dije que no, que el mejor regalo me lo hace todos los días hace casi 11 años".
Aunque la distancia pesa, el hombre está tranquilo porque su hija no viaja todas las semanas de una casa a la otra. Es una forma de cuidarla y de cuidarse del coronavirus, explica. Los días como hoy, mientras, son buenos para combatir la soledad: "No es lo mismo que encontrarse, pero ayuda mucho poder verla, hablar, compartir la comida. Los 300 megas de conexión te los cambio por un abrazo: tengo Netflix pero me falta mi hija. Ahora nos sobra tiempo pero nos faltan momentos".