“Hola, ¿qué tal?“. Saludo y carta bien argentina para un restaurante que triunfa en un enclave único en Europa
En Luxemburgo, una entrerriana abrió “Cafetín de Buenos Aires” y llevó los sabores y tradiciones nacionales al Gran Ducado
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Salió de la Argentina en 1997 con la idea de vivir una experiencia distinta y luego regresar. “No era la idea irme para no volver. Quise hacer algo diferente y me fui quedando”, confesó Stella Carmen del Soñez, de 58 años. Casi tres décadas después, es dueña de un restaurante emblemático donde los sabores, los vinos y las empanadas al cuchillo mantienen viva la identidad nacional en la ciudad de Luxemburgo.
Nacida en Paraná, Entre Ríos, comenzó a estudiar Bioquímica en Santa Fe, pero abandonó la carrera y se mudó a Buenos Aires para dedicarse al cine. “En ese momento era complicado vivir del arte, intenté buscar trabajo en televisión”, contó. Trabajó en Cinecolor, empresa que ofrece servicios de posproducción y distribución de contenido audiovisual.

El clima político de aquellos años la llevó a tomar la decisión radical de irse de la Argentina. “Sentía que todo estaba muy politizado, que mis opiniones no tenían nada que ver con el arte”, recordó Soñez.
Esa sensación fue el motor de su partida: primero pasó por París, donde vivía su hermano, y finalmente se instaló en Luxemburgo. El país la sorprendió por el orden y la confianza que transmitía su gente. “Me llamó muchísimo la atención que todavía valía la palabra y que la gente te hacía confianza enseguida”, explicó.
En ese entonces no existía el espacio Schengen y las residencias eran un trámite complejo. Sin embargo, se inscribió para estudiar idiomas y recibió un permiso indefinido que le permitió establecerse. Rechazó, sin dudarlo, la posibilidad de naturalizarse luxemburguesa a cambio de renunciar a la nacionalidad argentina. “Eso no lo voy a hacer nunca, yo seré argentina para siempre”, respondió la empresaria.
En el Instituto Nacional de Lenguas colaboró en la biblioteca, creó materiales audiovisuales para el aprendizaje de idiomas y hasta organizó una cantina para estudiantes. Muchos eran adolescentes refugiados de la guerra de Bosnia-Herzegovina, que encontraban allí un espacio para expresarse artísticamente y procesar los traumas del conflicto. Ese compromiso la acercó a las instituciones locales y le abrió puertas en su nuevo país.

Con la llegada del acuerdo Schengen, la movilidad en Europa se simplificó y la joven entrerriana empezó a pensar en proyectos propios. Trabajó un tiempo en la televisión, principalmente en el área de montaje, aunque las dificultades con el idioma limitaron sus posibilidades. Más tarde, las leyes cambiaron y necesitaba un permiso de trabajo más estable.
Desembarcar en la gastronomía
En ese contexto intentó revalidar sus estudios de Bioquímica, pero le exigían cursar dos años de Ingeniería Química en Alemania, algo que descartó de inmediato. “Dije: no, déjeme tranquila y me puse a buscar trabajo”, sostuvo Soñez.
Empezó a buscar trabajo y se presentó en un restaurante brasileño que estaba por abrir: Batucada. “Nunca en mi vida había trabajado en gastronomía, pero el dueño me contrató de gerente al día siguiente. Me presenté y me dijo: ‘Empezás mañana’. Y así fue", relató.
Trabajó allí durante varios años, hasta que decidió independizarse. Primero lo intentó en sociedad con el dueño del local brasileño, pero la iniciativa no prosperó. Finalmente, abrió su propio espacio, sola, con la ayuda inicial de su antiguo jefe.

La oportunidad era única: transformar una casa histórica en un restaurante argentino. Se trataba de un edificio protegido desde 1950 por su valor patrimonial y con varios siglos de antigüedad. La casa, que data de 1150, había albergado a monjas capuchinas, y a algunos metros se construyó la iglesia que hoy funciona como el Théâtre des Capucins. “El dueño era una persona mayor y no quería, de ningún modo, hacer un restaurante. Me llevó casi seis meses convencerlo. Cuando lo logré y vi el estado de la casa, entendí lo que significaba: era una construcción muy histórica, milenial”, señaló Soñez.
Para poner en marcha el proyecto, se rodeó de especialistas. Convocó a varios ingenieros y a dos estudios de arquitectura con un objetivo clave: reforzar la estructura sin alterar la esencia de la casa. Había que garantizar que el edificio pudiera soportar el peso del público, de una cocina profesional y de todas las instalaciones necesarias, pero sin modificar su carácter original. “Dejamos los techos y muros originales y adaptamos lo necesario para montar un restaurante sin alterar la esencia del edificio”, detalló.
Incluso la colocación del nombre en la fachada implicó un desafío: Soñez tuvo que atravesar un largo proceso burocrático y solicitar múltiples autorizaciones antes de obtener el permiso para instalar el cartel sobre los muros históricos.

En 2010 inauguró su restaurante, Cafetín de Buenos Aires. Desde el primer día buscó autenticidad, empezando por la calidad de la carne. “Como vengo de Entre Ríos, conozco de carne. Hasta ese entonces, la carne que llegaba a Luxemburgo no era de la mejor calidad y yo quería un restaurante de verdad, con la mejor carne, con lo nuestro”, remarcó.
Descubrió que los alemanes eran los principales importadores de carne argentina y decidió viajar a Hamburgo para reunirse con la empresa Metro. Al inicio del restaurante viajaba todas las semanas para asegurarse la provisión de carne y pagar en efectivo. “Hasta que después de cuatro meses me conocieron, me tuvieron confianza y empezaron a enviarme ellos mismos la carne en camiones, como corresponde”, contó. Desde hace 15 años trabaja con esa firma.

Cafetín pronto se convirtió en un punto de encuentro para los amantes de la cocina argentina. “Es el único lugar en Luxemburgo que hace empanadas todavía con carne cortada a cuchillo; a la gente le encanta”, dijo con orgullo.
Pero no es el único producto que seduce a los visitantes: en el restaurante también brillan el lomo argentino, la tira de asado, el entrecote y el choripán con chimichurri. Las carnes tienen tanto éxito que la emprendedora argentina ofrece en venta directa carne cruda para que los clientes pueden cocinarlas en sus casas. “Saben que la calidad que tengo, ellos no la consiguen en ningún otro lado”, afirmó.

En la carta de postres, los alfajores de Havanna —que trae directamente de un comercio de España— tienen mucho éxito, aunque también triunfa con elaboraciones propias. “El panqueque de dulce de leche es el número uno, con helado de dulce de leche. Hago el panqueque de mi época: en la Argentina ahora es duro, yo lo preparo fino, con el dulce de leche calentito y el azúcar quemada por arriba, como era hace 30 años”, explicó la empresaria.
La búsqueda de autenticidad también se trasladó a la selección de vinos. Introdujo etiquetas prácticamente desconocidas en Luxemburgo, como Luigi Bosca. “En toda esta parte no había, en el Benelux. No había en Bélgica, no había en Luxemburgo. Y me parecía un súper vino como para empezar”, contó. Con el tiempo sumó otras bodegas argentinas, como Bianchi y Familia Schroeder, ampliando la propuesta. En el Cafetín de Buenos Aires solo se venden vinos argentinos.
Además de cócteles tradicionales, Cafetín ofrece tragos con nombres bien argentinos: el Maradona, el Malvinas, el Buenos Aires y el Evita.

Sin embargo, la pandemia de Covid-19 alteró la dinámica del negocio. “Antes, al mediodía, hacías tres servicios. Todo eso se acabó, no solamente en Cafetín, en la restauración en general. Por las noches sigue muy bien, pero ya no es lo mismo”, advirtió. Luego llegaron los efectos de la guerra en Ucrania y la inflación europea. “El estado de ánimo de los europeos no está bien. Cuando la gente no está bien, consume menos”, lamentó.
Aun así, no dejó de proyectar. Sueña con sumar una heladería argentina en la capital del Gran Ducado y cada año participa en la feria multicultural de Luxemburgo. El stand argentino está presente desde hace más de dos décadas, y la empresaria argentina se sumó algunos años después. “Todo lo que se recauda se manda a la Argentina, a escuelas o geriátricos, según lo apruebe el gobierno luxemburgués. Es una forma de ayudar a la gente sin pasar por la política”, contó la entrerriana.

Aunque lleva casi tres décadas en Europa, no reniega de su origen. “Yo represento la Argentina que no existe más, la de antes, la de la palabra y la confianza. Estoy contenta de mostrar eso, para que la gente tenga una cara distinta, que no piense que todos los argentinos son tramposos o chantas”, sostuvo la dueña del restaurante.
Sus hijos, nacidos en Luxemburgo, también heredaron ese vínculo. “Siempre han ido a la Argentina, les encanta. Hablan con acento argentino”, destacó. Si hoy en Luxemburgo existen otros negocios argentinos, Cafetín sigue siendo el único restaurante de la zona. Y la regla de bienvenida refuerza esa identidad: todos los comensales son recibidos con un “Hola, ¿qué tal?”, en español, antes de adaptarse al idioma de cada uno.
“Salir de la Argentina no me hizo más argentina. Siempre lo fui. Lo que descubrí estando afuera es todo lo bueno que tenemos: la inventiva, la sociabilidad, el no dejarse echar atrás por ninguna dificultad. Eso abre puertas en todas partes”, concluyó.
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