La escuela después de la pandemia
Quienes ejercemos la docencia desde hace muchos años en la Ciudad de Buenos Aires siempre recordaremos aquel 30 de diciembre del año 2004. Las decenas de muertes de adolescentes en Cromañón afectaron inexorablemente la vida cotidiana de las escuelas secundarias. En febrero de 2005 y de regreso en las instituciones educativas nos encontramos con un profundo dolor y desconsuelo, no solo por el fallecimiento o las heridas de nuestros estudiantes, sino por la situación que atravesaban tanto sus hermanos, novios y amigos -también nuestros estudiantes-; como sus madres y padres, en muchos casos nuestros compañeros de trabajo. Es ese momento nos dimos cuenta de que se ponía en juego la salud mental y emocional de un colectivo de jóvenes.
Pasaron más de 15 años y en poco tiempo varias escuelas de la ciudad y probablemente tantas otras del Gran Buenos Aires volverán a pasar por una situación similar. Como un déjà vu desgarrador por el dolor producido por la muerte -no previsible e imparable-, profesores, estudiantes y autoridades nos dispondremos a darnos cita en las mismas aulas y patios. No para enseñar y aprender la Matemática, Geografía o Filosofía que tanto extrañamos; será para contarnos, escucharnos y sobre todo acompañarnos por las pérdidas que habremos sufrido.
Los cifras que durante el día entero arrojan a borbotones impiadosos los medios de comunicación, en las escuelas tendrán nombre y apellido, rostro, parentesco, historias de vida y por sobre todo humanidad. No es para nada habitual que la escuela tenga que resistir el embate de la muerte en esta escala y en un lapso de tiempo tan reducido. Sobre todo con una comunidad cuyos integrantes habrán atravesado un largo proceso de aislamiento social, en el que no pocos adolescentes habrán sufrido estados de ansiedad o depresión.
Ya sabemos que en varias escuelas porteñas hay decenas de contagios de Covid-19 entre sus estudiantes, docentes y directivos. Pero quienes mayoritariamente han perdido la vida en esta pandemia son parte de sus familias, en especial las abuelas y abuelos de nuestros jóvenes y las madres y padres de aquellos que allí trabajan.
Hay que tomar en cuenta que la comunicación sincrónica entre docentes y estudiantes sigue teniendo muy baja intensidad, lo que no ha permitido un intercambio que no solo aborde las cuestiones pedagógicas, sino otras tan esenciales como las psico-socio-afectivas y que en el aula están presentes cotidianamente. Esto fue debido a dos razones fundamentales: la primera es que solo las provincias de Chubut, La Pampa y Santa Fe son las que han incorporado a sus herramientas el uso de clases sincrónicas dentro de sus propios portales educativos; y la segunda, que sigue siendo muy restringida la provisión y utilización de internet por parte de los miembros de las escuelas.
Regresar en estas condiciones será una tarea muy compleja, sobre todo cuando las instituciones funcionarán -al menos por este año- de forma parcial, escalonada y sujetas a posibles cierres por los rebrotes que pudieran darse. El respeto por la distancia social y el uso del barbijo no nos permitirá expresar como quisiéramos los sentimientos que recorrerán nuestros espíritus y esto constituirá otro obstáculo difícil de sortear.
En este contexto, la escuela tiene la obligación no solo de hacer los mayores esfuerzos para lograr que sus estudiantes se apropien de algunos conocimientos en lo que queda del presente ciclo lectivo, debe proponerse prioritariamente acompañar, ayudar y sostener a cada uno de sus miembros a sobrellevar la pérdida a la que estamos siendo sometidos.
En ese sentido es esencial que las autoridades educativas preparen grupos interdisciplinarios de profesionales especializados que trabajen dentro de las instituciones para colaborar y asesorar a los equipos directivos -hoy tan sobreexigidos- y docentes, que por otra parte tendrán el enorme desafío de recuperar a un porcentaje importante de jóvenes que, después de largos meses, habrán abandonado su escolaridad; ya sea porque no han contado con los medios para "asistir" a una escuela virtual para la cual el Estado no les ha brindado los medios imprescindibles para usufructuar de un derecho que la propia constitución nacional les otorga o porque han tenido que salir a trabajar -muy probablemente de forma precaria- para hacer frente a la peor situación económica que ha padecido nuestro país.
Estos meses nos han servido para robustecer el sistema de salud en la Argentina; que los próximos nos encuentren fortaleciendo el sistema educativo.
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