
La tarea de construir jóvenes responsables
Por Susana Kuras de Mauer Para LA NACION
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Cuando el impacto del horror nos avasalla, la conmoción psíquica es grande. Las catástrofes nos ponen en contacto con lo inimaginable, tienen dimensiones que nos exceden, atentan contra nuestra capacidad de pensar, aunque, a la vez, la desafían.
Aún sin recuperarnos del estupor inicial, nos acosan preguntas. Somos todos niños sin respuestas a los infinitos porqués, que nos asfixian sin tregua. Sobrevienen hipótesis, teorías, sanciones a los culpables, en suma, múltiples expresiones de indignación y dolor frente al hecho consumado.
Frente a la impotencia que nos produce la destrucción en sobredosis, una reacción casi refleja es buscar responsables. Hemos leído reflexiones profundas sobre lo ocurrido. Pero se nos hace necesario indagar también otra dimensión de la responsabilidad: partiendo de la idea de que ésta no es un don natural o hereditario, ¿cómo se construyen, en la infancia, los cimientos de lo que será luego, en la adolescencia y la adultez, un funcionamiento responsable?
El concepto de responsabilidad es un plural. Alude al compromiso y a la implicación subjetiva con la que tejemos las tramas humanas. Se es siempre responsable por el otro, por todos los otros.
El desvalimiento inicial del niño pequeño da al otro –la madre– un lugar y una función primordial. Decía Freud: "Sobre el prójimo aprende el ser humano a discernir".
El "no" como gesto fundante de la estructuración psíquica, las categorías permitido-prohibido, el principio de realidad, el entrenamiento para vivir con reglas y leyes hacen a la constitución de la subjetividad.
La organización psíquica necesita de un medio ambiente familiar que, operando como referente, ayude a instaurar la función simbólica. La capacidad de simbolizar es aquella que nos permite interponer el pensamiento entre un impulso y su concreción. Un funcionamiento responsable es aquel en el que, entre un deseo y su satisfacción, hay un dominio, un control, que vela por la integridad física y psíquica propia y ajena. ¿Qué sucede si el aparato psíquico no se constituye con los recursos necesarios para inhibir, o diferir, una excitación acuciante? En tal caso, gobierna el desenfreno.
"Saberse siendo"
Crecer en un contexto adverso, que no convoca a sus jóvenes, promueve resignación en algunos casos y transgresión y marginalidad en otros.
En este contexto, los recitales de rock son para los jóvenes espacios vitales en tanto los reúnen, los alojan, los habilitan para el contacto y el movimiento, legitimando así una pertenencia masiva. Ruidos fuertes, hormonas que sacan chispas, colores intensos, grafitti indelebles en el propio cuerpo, hacen a la necesidad adolescente de buscar estímulos que les permitan "saberse siendo".
Pero también, la adolescencia es terreno fértil para estados de desdoblamiento en los que conviven aspectos de la persona que funcionan en sintonía con la realidad junto a otros que, regidos por la omnipotencia, alimentan fantasías de invulnerabilidad. Es allí donde ocurren descuidos, atropellos, cuyos efectos y consecuencias pueden tener alcances inconmensurables.
Intentar comprender ciertas vicisitudes de la adolescencia no significa justificar, menos aún avalar. No debemos inferir que ya no hay posibilidad de cuidar, de orientar. Enseñar a vivir en el marco de la legalidad es parte del amparo y sostén que hace a nuestra responsabilidad mayúscula: la del ejercicio pleno de la parentalidad.




