
Las antigüedades desplazan a frutas y carnes en el Mercado de San Telmo
Se imponen los puestos que venden artículos de colección, adornos, pinturas, fotografías y muebles
1 minuto de lectura'
A sus 106 años, el Mercado de San Telmo se acomodó a los nuevos tiempos. Desde hace poco más de doce meses, los locales de antigüedades reemplazan lentamente a los que vendían frutas o carne.
De lunes a jueves, el mercado está casi desierto. La escena es triste: los pocos puestos abiertos parecen islas en medio de locales vacíos, de pilas de hierros y cajones de madera que esperan a los que llegan sólo los fines de semana.
Ocupa casi toda la manzana de Bolívar, Carlos Calvo, Defensa y Estados Unidos. Tiene entradas por cada una de esas calles. La enorme estructura de hierro, diseñada por el italiano Giovanni Buschiazzo a fines de 1800, se agiganta con tanta soledad.
Las frutas que vende Ricardo dan una pincelada de color a tanto gris. Pero no sabe por cuánto tiempo. "Apenas salvamos algo para la comida. Estamos cada vez peor", sintetiza. Roberto es uno de los pocos carniceros que quedan. No hay más de cinco. Roberto recuerda que "en las épocas de oro" había 35 carnicerías. Heredó el puesto de su padre, hace cinco años. "La gente ya no alquila los locales para carnicería o verdulería -dice-. Trabajan más los artesanos o los que venden antigüedades."
Afirma que las ofertas de los supermercados dieron el tiro de gracia a los pocos puestos de comestibles. Apenas sobreviven. "Estamos trabajando todo el día y cubrimos lo básico", se lamenta Roberto.
"Este deterioro viene desde hace más de diez años, con la aparición de los grandes supermercados, que multiplicaron la oferta. Algunos comerciantes pequeños, al no tener lugar sobre Defensa, se instalaron dentro del mercado", comenta Juan Carlos Maugeri, el presidente de la Asociación de Anticuarios y Amigos de San Telmo.
Maugeri cuenta que a él le gustaba "comprar a la antigua". Pero ahora da lástima. Al promediar la tarde, aparecen las vecinas de siempre, con sus changuitos y sus ganas de conversar un rato. A pesar de sus 29 años, Gastón evita las góndolas atestadas. Prefiere caminar entre los puestos que quedan en pie y comprar en los locales donde conocían a su abuela, donde correteaba su papá.
Después de la tormenta
La mayoría de los que venden antigüedades -o pseudoantigüedades- se instaló en el mercado después de la tormenta político-económica de fines de 2001. Luis Jeremías, por ejemplo, trabajaba en una inmobiliaria. En enero de 2002, abrió un local en el mercado. Tiene artículos de colección, adornos, pinturas, fotos, muebles... "En el mundo de las antigüedades se da mucho la compra entre minoristas. Vienen compradores compulsivos, personas que se obsesionan con algo. No hay ningún objeto que no sea motivo de codicia", filosofa.
La charla se interrumpe cuando entra un hombre mayor en el local, con una postal en la mano. "Tiene más de cien años. ¿Cuánto me da?", pregunta. Luis le contesta que no compra postales de a una por vez, pero que en otro local pueden llegar a darle cuatro pesos. Escenas como ésa se repiten hasta el cansancio.
"Muchas personas mayores ofrecen sus cosas para poder pagar las expensas o comer... Es triste, porque a veces vienen de muy lejos y traen cosas que no tienen valor", explica Luis.
¿Turistas? Son los menos y casi exclusivamente los fines de semana. "Vienen los Miranda, los que miran y andan", bromea Luis. El mercado forma parte del circuito de San Telmo por el que cientos de personas pasean cada fin de semana.
Alquiler mensual
Alquilar un local en el mercado cuesta unos 450 pesos mensuales. Los puestos que se arman en el playón que da sobre Estados Unidos o los organizados cerca de la entrada de Bolívar se cotizan a 30 pesos por fin de semana. Muchos de los puesteros de frutas o carne se quejan porque no les renuevan los contratos, con la idea de dejar espacios libres para quienes venden antigüedades.
"Los dueños, que son mexicanos, adoptaron esa circunstancia. Nosotros hubiéramos querido que siguiera como estaba", afirma Maugeri. LA NACION intentó durante varios días comunicarse con la encargada del mercado, sin éxito.
Antonio Espósito, al que todos conocen como "Tito", es uno de los grandes "exiliados". Después de 45 años en el mercado, hace seis meses debió mudarse a un local de la avenida San Juan al 400. Empezó a trabajar a los 14 años. Siempre como frutero y verdulero. "Era una romería -dice, para describir los buenos tiempos-. Se hacía de todo. Teníamos aves vivas, conejos." Todavía se acuerda de cuando maduraban las bananas con gas, en el sótano del mercado.
"Ahora añorás lo que era. Duele ver esos pasillos sin gente", murmura. Por eso, dice que no va más. El, a diferencia del mercado, no puede adaptarse.
1
2Stefano Marconi Sgroi, el niño de 9 años que es fan de los autos y tiene el coeficiente intelectual más alto del país
3Una joven argentina fue premiada por la paz en La Haya y recibió una ovación por su emotivo discurso: “A los héroes de América”
4Qué implica “dormir bien” y por qué a algunas personas les cuesta lograr un sueño reparador



